Andalucía
Del campo al bar
La mecha que prendió el miércoles en Don Benito hizo estallar en La Carolina a los agricultores jiennenses, sojuzgados por la caída en picado de los precios –que viva el libre mercado–, sobre todo, pero cabreados por la hostilidad que perciben en las medidas demagógicas del Gobierno de la Nación, que parece ignorar que el alza del salario mínimo obstaculiza las contrataciones y que las tasas disparadas al diésel por inquina ideológica encarecen el uso del tractor. Del campo zarandeado por las viejas supersticiones de los urbanitas caviar arrancó en Francia el conflicto de los chalecos amarillos –así vestían ayer los aceituneros altivos que cortaban la autovía A-4–, que va por la docena de muertos tras degenerar la justa ira rural en pacto revolucionario entre comunistas antisistema y antisistema de Le Pen. Extraña progresía, la que ahoga al sector agrícola mientras entona gorigoris por esa España vaciada que, si de algo pudiera vivir, sería el agro. Reclaman lo mismo estos labradores que los cineastas el sábado en su francachela malagueña, ayudas públicas para superar una crisis, aunque con dos diferencias: son más y su riesgo de exclusión social es mayor, luego sí resulta de interés general asistirlos, pero el presidente no ha escuchado sus reivindicaciones vestido de esmoquin, luego se van a comer lo que viene siendo un carajo. El dinero de los presupuestos regará a los beneficiarios de las supersticiones progres –mujerismo, gretismo y otros cretinismos– y, sobre todo, a los gudaris del «Estado plurinacional», que serán los compañeros de viaje de esta izquierda sin principios hasta que decidan quedarse con autobús, con la paga del chófer y con la cartera de los pasajeros. A la empresa del señor de Teruel, que no se pudo votar a sí mismo porque reside en Valencia, le seguirán cayendo contratos públicos mientras su provincia se despuebla. Y los labriegos andaluces ya pueden ir preparando su reconversión a camareros.
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