Religion

Una mujer muy cercana

Amparo Portilla Crespo, cuyo cuerpo descansa en la Cripta de la Almudena en Madrid, está en proceso de Beatificación

La catedral de la Almudena de Madrid
La catedral de la Almudena de Madridlarazon

Tuve la suerte de conocer a una gran mujer. Amparo Portilla Crespo, me impresionó desde el primer momento. Destacaban en ella unos ojos azules claros y la sonrisa pronta, fruto de su alegría interior. Amable, servicial y caritativa, amiga de todos e incapaz de hablar mal de nadie. No consentía las murmuraciones ni los comadreos. Siempre disculpaba al ausente, poniendo un contrapunto de bondad.

Tenía muchas amigas en el Colegio del Sagrado Corazón de Valencia, que la querían de verdad por su generosidad y cercanía. Amigas que siguió conservando desde la adolescencia hasta su enfermedad muchos años después.

Conoció en la capital al amor de su vida, Federico Romero, poniendo su noviazgo en manos de Dios, con los mismos proyectos comunes para su matrimonio, duradero. Como así fue.

Felizmente casada con Federico Romero, constituyeron un matrimonio maravilloso del que nacieron once hijos, en una vida plena y enamorada, no exenta de penurias económicas que llevaron con elegancia y sentido del humor.

En su casa, llena de chiquillos, reinaba esa paz que caracteriza a las familias cristianas, donde abuelos, tíos y cuñados eran tratados con especial cariño.

Hacía muchas obras de caridad, en silencio, sabía dar y retirarse a tiempo, sin engreírse lo más mínimo. Su virtud más relevante, la caridad con todos y el acendrado Amor a Dios y la Santísima Virgen, basado en su profunda fe.

En la plenitud de los años, ofreció su vida por la salvación de sus hijos, Dios le tomó la palabra. Tuvo un cáncer de pulmón durísimo, que sobrellevó, como lo que era, una gran mujer, sufrida y cercana. Soportó varias operaciones muy delicadas, quimio, radio, una gran herida sin cerrar que requería fuertes y dolorosas curas “más de 700”, hechas por sus hijos médicos, ya en la fase terminal en casa; nada de esto le hizo perder la sonrisa ni la amabilidad, nos decía que su vida había sido muy feliz y plena.

Participaba en las conversaciones familiares y de amigos que la visitaban con frecuencia, era ella quién nos consolaba quitando hierro a su enfermedad.

Se fue al Cielo la madrugada del diez de mayo de 1994. Sus hijos forcejearon por retenerla y Dios por llevársela con Él, pudo más su Amor y exhaló dulcemente el último suspiro, como siempre hizo en vida.

Está en proceso de Beatificación y su cuerpo descansa en la Cripta de la Almudena en Madrid.

Cercana, ejemplar, sencilla y caritativa, futura Santa, Dios mediante, así fue mi cuñada para ejemplo de muchos, que pueden aprender diariamente, haciendo de la vida normal, endecasílabos de Amor en el libro de los Santos.