Coronavirus

Orwell y los escraches

“Echenique nos ha querido aclarar a todos su papel de Chillón y ha cambiado la definición de escrache, el jarabe democrático, para limitarla sólo a protesta de gente humilde”

Estado en el que quedó el portal de Idoia Mendia tras el ataque
Estado en el que quedó el portal de Idoia Mendia tras el ataqueTwitterLa Razón

Lunes

Todavía no tengo hijos, mi intención es tenerlos pero eso me queda lejos por ahora, no tengo ganas de asumir tamaña responsabilidad en este momento, todo sea dicho. Así que mejor utilizo esta fórmula. Me he dado cuenta de que cuando mis sobrinos o los hijos de mis amigos me pregunten sobre la pandemia me voy a ver en una situación más complicada que la de explicar cómo vienen los niños al mundo. Entiendo que para ese momento esto habrá pasado y en clase y en casa habrán visto documentales, leído libros, escuchado testimonios de toda esta época. Tío Jaime, ¿teníais que llevar mascarilla en todos lados? Bueno, al principio no… ¿Al principio, cuando más fuerte era el virus? ¿Y a qué horas podíais salir a la calle? Verás, en este caso iba por edad… ¿Os obligaron a haceros test? Lo de los test es otra historia porque resulta que al principio había escasez y hubo compras que resultaron ser falsas… ¿Cómo es que el gobierno no hizo nada antes? ¿Por qué llevabais guantes? ¿Qué era la OMS? ¿Cómo es que había un criterio diferente cada día? ¿Por qué los políticos se hablaban de una forma tan dura? ¿Cómo es que ninguno dimitió? Llegados a este punto supongo que lo único que me quedará será decirles que todo eso se lo pregunten a sus padres o, si no tengo alternativa, reunir a todos los niños sentados alrededor de mí en círculo, como un antiguo sabio, quizás entre unas ruinas de algún templo romano, asegurarme de que han bebido agua y han hecho pis, y comenzar con tono épico: “Érase una vez un experto -que era una palabra que usábamos en aquellos tiempos para referirnos a los que tomaban las decisiones- que se llamaba Fernando Simón…”. Ya he empezado a entrenar la voz.

Martes

He tenido que coger un taxi para ir al hospital por una lesión leve. El taxista escuchaba una cadena de radio de una línea editorial más hacia la izquierda, el programa de la mañana. En el debate de la tertulia todo giraba en torno al "fanatismo" del PP, a su voluntad de "radicalizar" a la sociedad española y su insistencia en bloquear una nueva prórroga del estado de alarma. Los adjetivos no han faltado: electoralismo, irresponsabilidad, aprovechados, etcétera. Que todos los partidos en cualquier situación lo que buscan es aumentar su voto, incluso en esta, es bastante obvio, por lo que la crítica tampoco es una iluminación pero también es cierto que no está de más recordarlo. Sin embargo, tras esas acusaciones tan graves por la negativa de los populares, cuando ha llegado el momento de hablar del posible voto en contra de ERC a esa prórroga, todos los tertulianos han coincidido en que la postura de los independentistas catalanes es lógica y han entendido perfectamente que se dedique a sus intereses en su comunidad autónoma y se despreocupe de la situación nacional. El único análisis sobre esto que les ha dado para algo más es el tono irónico que han usado, también todos, para subrayar que Ciudadanos puede coincidir en el no con ellos. Por supuesto a Madrid le ha caído la del pulpo, esto no podía faltar, y un piquito para Andalucía. Que cada medio tenga su línea editorial es fundamental en democracia y cuantos más medios y más líneas editoriales existan, mejor. Eso es fenomenal. Pero lo que me preocupa es el abismo que existe entre las dos posiciones oficiales enfrentadas, en su pensamiento. Una considera al gobierno central culpable de todo y la otra descarga esa responsabilidad en la inesperada magnitud de esta pandemia y la falta de colaboración de la oposición. Y todo se deriva, una vez más, del apego a la ideología. Y una vez más los ciudadanos tendemos a copiar las posiciones enrocadas de los partidos sin caer en la cuenta de que, como bien recordaba uno de los tertulianos, todos ellos viven de segmentar y dividir a la población para centrar el mensaje y captar más votos. Qué lástima que ese tertuliano sea capaz de verlo exclusivamente en un lado.

Miércoles

Me he vuelto a leer “Rebelión en la granja” de George Orwell. Lo he hecho para intentar sacar ideas y similitudes con este estado de alarma y los pregones que lanzan desde algunos sectores de la izquierda más radical y mojigata del gobierno respecto a lo que debería hacerse. Y la verdad es que había descartado usarlo para esta columna porque todo lo que cuenta es tan demostrado y tan conocido, y también tan actual y tan obvio, que me parecía redundante usarlo. Sin embargo el, supongo que a su pesar, tremendamente orwelliano portavoz parlamentario de Podemos, Pablo Echenique, me ha solucionado este día. Para ser sincero me pregunto si los comunistas convencidos capaces de desobedecer y leer este libro lo leen no para tener una visión crítica sino como manual para operar cuando alcanzan el poder. En ese libro, los cerdos, la clase dirigente, tras derrotar con el resto de animales al dueño de la granja y expulsar a los humanos, escriben siete mandamientos en la pared del establo para que todos los animales sepan las leyes a las que atenerse en su utopía de mundo feliz e igualitario. A medida que los cerdos degustan de forma progresista, digo progresiva, las mieles del poder, acaban incumpliendo todas ellas e incluso llegan a mudarse a Galapagar, perdón, a la casa del patrón. Entre medias, a medida que caen en la incongruencia y la corrupción, cambian los mandamientos con nocturnidad aprovechando que pocos animales saben leer correctamente. Así un día, tras la ejecución de varios animales supuestos traidores, el sexto mandamiento, que originalmente rezaba “ningún animal matará a otro animal”, aparece con la corrección final “sin motivo”. Echenique nos ha querido aclarar a todos su papel de Chillón y ha cambiado la definición de escrache, el jarabe democrático, para limitarla sólo a protesta de gente humilde. Lo dejo aquí, para qué desarrollarlo más.

Jueves

Todas las visiones políticas que no supongan un directo menoscabo de la democracia en la que participan, o que directamente esté entre sus objetivos suprimirla, deberían tener cabida en un parlamento. Por ello Podemos está en el parlamento, además de en el gobierno; también Vox; y también los partidos separatistas vascos y catalanes que sólo miran por su propio interés. Y todo ello porque los ciudadanos les votan, que de esto se trata. Es un síntoma de madurez de un sistema que, como el nuestro, hace tiempo que lo ha ejemplificado permitiendo que Herri Batasuna en sus mil formas y los que directamente defendían a ETA pudieran expresar sus ideas con la palabra. Igual hasta nos hemos excedido. Porque, aunque tengamos que aceptar que los que amparan y justifican a los asesinos ahora parezcan demócratas, lo que no se puede aceptar bajo ningún concepto es que sigan sin condenar esa violencia afortunadamente vencida. Y mucho menos pactar con ellos, claro. Dejemos que se expresen pero que quede claro que están solos en su posición. Asistimos a un pacto en Navarra que a los que todavía creíamos que existía algo del PSOE nos dejó alucinados y ahora asistimos a otro aún peor. Y encima todo por un acuerdo que ni siquiera es real, que se reescribe cada día como en el libro de Orwell. Todo por el PS –recuerden el partido Pedro Sánchez- y su nula ética o estética. Pero si no han sido capaces ni de condenar la agresión contra la casa de Idoia Mendía. Por cierto, me pregunto si la agredida se arrepiente ahora de aquella cena con Otegi inmortalizada en una polémica foto. No dudo de que las intenciones de concordia y acercamiento de Mendía fueran buenas y de lo mucho que habrá tenido que padecer en su tierra pero espero que haya descubierto su ingenuidad al tratar con los que trata y decida cambiar de “receta política”. El gobierno ha quedado desautorizado al pactar con los violentos, ha pasado por encima de décadas de lucha en solitario, sufrimiento y dolor de miles de familias. De sus propias filas incluso. Me quedo con el esperpéntico alcalde de Vigo, Abel Caballero: “A Bildu ni los buenos días”.

Viernes

Ando dándole vueltas a un proyecto profesional y he echado mano de mi amigo T. Este a su vez me ha puesto en contacto con C, un completo desconocido para mí. A base de hablar con él, los dos hemos llegado a la conclusión de que estamos de acuerdo en el desacuerdo. No opinamos igual en muchos aspectos pero ambos hemos quedado en considerarnos demócratas a los que no nos gustan los radicales y nos hemos reído porque nos ha sonado a antiguo declararnos así. Lo que es el proyecto en sí todavía no ha pasado de esa fase, un proyecto, sin embargo hemos debatido ya la forma de trabajar, por si sale adelante, y hemos concluido en que podemos partir de esa base mínima de coincidencia y divertirnos sin darnos mucha importancia el uno al otro ni a lo que hagamos. A pesar de los ejemplos de esta semana no creo que sea algo muy fuera de lo común pero vista la mala uva que gasta el personal en todos lados ha sido una alegría reconocernos como personas normales que lo único que quieren es vivir en paz y libertad con nuestras diferencias. Y esa pequeña felicidad, derivada también del humor de C, nos ha proporcionado un momento de risas a la Pájara y a mí. Ella ha comprado kéfir que yo nunca he comido ni tenía muy claro lo que es. Es un yogur con bacterias y hongos muy sano y que viene muy bien para la flora intestinal, me cuenta. Como ha traído una tarrina inmensa yo le he dicho que habrá que comer kéfir todos los días para que no se estropee. Pero ella me ha explicado que, precisamente por tener hongos y bacterias, es de estos alimentos que dura una barbaridad de tiempo. Al hilo de ello nos hemos imaginado que nos íbamos de vacaciones con todavía algo de kéfir en la nevera y que al volver nos lo íbamos a encontrar sentado en el sofá, viendo la tele, fumándose nuestro tabaco y subiendo nuestra factura del aire acondicionado. Es viernes de pandemia, qué quieren.