Cultura
«Un cielo sin salida»: encerrados en el paraíso de las libertades
El poeta Álvaro Salvador expone las contradicciones de la sociedad actual
Dentro de ti, amor mío, por tu carne,/¡qué silencio de trenes boca arriba!/¡cuánto brazo de momia florecido!/¡qué cielo sin salida. amor, qué cielo! A ese último verso del «Nocturno del hueco» de Lorca se agarró otro poeta granadino, Álvaro Salvador (Granada, 1950), para guarecer su último poemario, impregnado de actualidad, de crítica y también de erotismo y de recuerdos. «Él hablaba un poco del amor como él lo vivía, es decir, que de alguna manera era un paraíso y de otra era una cárcel, por lo que significaba en ese momento la homosexualidad. Yo tomé el concepto para hablar de la vida actual, que es un poco un paraíso, por todas las libertades que tenemos, pero a la vez es una especie de encierro. Es una contradicción». Y era encierro mucho antes de que lo fuera literalmente por el coronavirus, porque Salvador completó su obra a principios de año. «Un cielo sin salida» (Vandalia) se levanta con alegre impulso y acaba sucumbiendo. Estructurado en cuatro partes, el autor recurre a lo personal y colectivo para ofrecer un espejo de la actualidad. «Quería haber escrito un libro más optimista, más celebratorio, recordando períodos de mi infancia y mi juventud, pero se me atravesaron temas desagradables, por cuestiones personales y colectivas», detalla el autor, para confesar que «ha salido más oscuro de lo que tenía previsto» aunque existe contraste entre algunos poemas esperanzados o de amor y otros sumidos en la desesperanza de quien ve el devenir del mundo.
Le ocurre, por ejemplo, a «Marca España», que en sus últimos veros dice: «así es nuestro país, soleado y amargo:/ un coro de muchachas ingenuas y felices/ nadando entre la mierda». «Ese poema no me ha surgido con la inspiración de las musas: lo veo todos los veranos desde el balcón de mi casa. Parece que la mierda no importa a la hora de bañarse», dice sobre el estado de un mar plagado de residuos, «pero con banderas azules», reflejo de otras realidades. Salvador publicó su anterior libro en el año 2015, «era también bastante oscuro, de la edad madura, hablando de las pérdidas que tiene uno». Cinco años después, reconoce que la intención se torció cuando entre los «poemas más optimismas», como Canto el canto o El canto del agua, «se me empezaron a insertar los otros por una serie de cuestiones personales. Las palabras se vuelven en el tramo final más duras e incluso tristes, cuando afirma que «los cerebros más notables de mi generación vamos quedando sólo para inaugurar o cerrar funerales, para acompañar en su viaje postrero a los cerebros más lúcidos de mi generación». Así define la Tristeza cuántica antes de vaticinar que «Este verano tampoco será feliz».
Sobre la incidencia de la pandemia en una educación pública mermada desde la última crisis económica, el poeta atisba problemas en el horizonte por los recortes en el presupuesto y el aumento de la carga de trabajo, aunque reconoce que ha «empujado» un salto tecnológico. «En el sentido formal sí va a ser un adelanto, pero en el contenido no creo que haya mucho cambio, entre otras cosas porque la preparación tecnológica tiene un defecto: que se suprime esa especie de contacto teatral y mágico entre los alumnos y el profesor. Ahí se producen momentos mágicos de entusiasmo y creatividad». Catedrático de Literatura de la Universidad de Granada, le preocupa la «incultura de los estudiantes universitarios, «ya la gente joven ni ve televisión ni lee periódicos, solo alimenta su información de los bulos y malversaciones de las redes. Eso hace que no se tenga una conciencia clara de la realidad»
Piensa que «se va a escribir mucho del confinameinto y va a ser productivo, pero hay que esperar a que se establezca una cierta distancia para asimilarlo. Creo que todavía estamos en “shock”, ha sido una experiencia como una guerra. Es algo terrible que hay que asimilar muy despacio».
Podrían ser los poetas jóvenes quienes cuenten esta parte de la historia, aunque Salvador pone distancia con los escribidores de redes sociales. «Ese es otro de los cánceres de la poesía actual, a mí me parece que están haciendo pasar por poesía lo que no es poesía». Y concreta: «Un adolescente tiene un problema con su novia, pone en las redes los renglones partidos y se cree que es poesía», dice con cierta indignación y reconociendo una luz entre tanto pseudopoema. «Luego hay poetas jóvenes estupendos, que están siguiendo una línea ortodoxa y escriben fantásticamente. Rosa Berbel es una magnífica poeta o Javier Calderón, todavía semidesconocido», asegura. «Plantean sus problemas, con mucho dominio, siendo muy humildes, aprendiendo en los clásicos, como se debe hacer, leyendo. Los de las redes no han leído nada, pero además presumen de ello», critica Salvador, cuyo único secreto es «trabajo y talento»: «Hay que escribir muchos poemas y tirar muchos a la papelera».
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