"Méritos e infamias"

Enquistados en el XIX

“El resto de grandes ciudades han perdido en su mayor parte la personalidad y el sentido propio para meterse de lleno en la ola de este anonimato global”

Vista aérea de la ciudad de Cádiz
Vista aérea de la ciudad de CádizAYUNTAMIENTO DE CÁDIZAYUNTAMIENTO DE CÁDIZ

En Cádiz se huele el siglo XIX desde que cruzas las Puertas de Tierra. Vas dando un paso tras otro y una placa, una casa o los cierres de una ventana te llevan a la España de hace doscientos años. Una virtud extraña en Andalucía donde el resto de grandes ciudades han perdido en su mayor parte la personalidad y el sentido propio para meterse de lleno en la ola de este anonimato global. Pensaba en esto del XIX rodeando el entorno del muelle, por San Agustín, con el clásico «El Cádiz de las Cortes» de Don Ramón Solís en la mano. Recién salido de la librería, calentito, como el que lleva una barra de pan bajo el brazo, tiene vigencia ese retrato magistral de una época donde «liberales y serviles» comenzaron a darse tortazos a la mejor manera española. Y en eso parece que estamos, sin ser capaces de ponernos de acuerdo ni para cerrar el lamentable espectáculo de la renovación del CGPJ pese a su vergonzante caducidad. No nos queremos, los españoles, y punto; ni hemos sido capaces de entendernos durante siglos, llegando tan solo a «pactos» cuando nos ha interesado acercar el ascua a nuestra sardina durante cierto tiempo. Ese XIX que tanto nos ofreció y cuya maldición parece que no logramos superar lanza su sombra contra cualquier medida de fondo que «enfrente» a los españoles cuando se les toca en lo más íntimo de los tuétanos. Si no, cómo se explica que casi 70 años después de la muerte de Queipo de Llano, la sombra del general que tomó Sevilla con un puñado de moros y tres camiones caliente las discusiones de los que se empeñan en no mirar hacia el siglo XXI. Es absolutamente ridículo, por muchos fondos europeos y viajes de bajos coste seguimos anclados en los viejos traumas que nos marcan como país. Como en ese siglo XIX de las casas del centro de Cádiz, como en el cuadro de la lucha a garrotazos de Goya, nos mueve acabar con la vida del contrario aunque con ello nos llevemos la nuestra por delante.