Actualidad

Cáncer

El hombre, el paciente invisible

Foto: Jesús G. Feria
Foto: Jesús G. Ferialarazon

Para José Olalla, vecino de Las Rozas, en Madrid, cáncer es esa palabra maldita que uno no quisiera escuchar jamás referida a la mujer a la que amas. Sin esperarlo, una mañana, después de una revisión rutinaria de Begoña, su esposa, en el Hospital Universitario Puerta de Hierro, les dicen «esto es cáncer». Así, sin permiso ni previo aviso. Él no olvidará ese momento: «Mi mujer se quedó parada, inmovilizada, sin hacer nada. Oyendo, pero sin escuchar, con la mirada clavada en algún punto. Inmediatamente, supe que necesitaba estar lúcido y darme cuenta de la realidad. El tormento no podía quitarme la serenidad ni hacerme perder ni una sola de las indicaciones del doctor». Begoña y José forman un matrimonio sólido. Empezaron a salir con 15 años y se casaron con 18. Hablan con franqueza, pero ese día, de vuelta a casa, respetaron sus silencios.

A Miguel Sanz, de Barcelona, la primera sospecha le llegó por Whatsapp, también después de una mamografía el pasado mes de marzo, en Semana Santa. El mensaje de Silvia, su mujer, era escueto, pero ensordecedor: «Mañana, biopsia de urgencia». Una semana después, se confirmaron los peores presagios: «Su tumor era maligno y necesitaba cirugía. Aún confiábamos en que pudiera evitar la quimioterapia, ya que el ganglio centinela no estaba afectado, pero la duda se disipó al encontrar otro pequeño tumor con células cancerosas». El también quedó en «shock», con la sensación de irrealidad. El diagnóstico revoluciona todo al instante. A Miguel las palabras le salen con desasosiego y toma un tiempo para recobrarse. Al cabo de unos segundos, continúa su relato. «Tratas de entender su dolor, de ponerte en su lugar. Hay días en que te sientes más inspirado y otros en los que digas lo digas sabes que no es lo más oportuno. Es frustrante ver que sufre, que su vida tan activa se ha puesto en ‘pause’ mientras la ciudad continúa con su vorágine. Pero es admirable cómo se mantiene dinámica y cómo gestiona sus tiempos de descanso para estar fuerte cuando llegan los niños del colegio. A todos les pongo un 10».

José decidió, a partir del diagnóstico, poner negro sobre blanco en su cabeza todo lo que se sabía del cáncer de Begoña. Buscó impaciente investigación, leyó libros, revistas especializadas e informes... Todo era poco para emprender un nuevo camino para el que no existe mapa. «Eché fuera miedos y borré los tópicos. El amor en una pareja se sobreentiende. En estas circunstancias la exigencia va mucho más allá y se trata de actuar de forma pragmática, de procurarle una vida cómoda y convertirse en su chófer, cocinero, asistente o lo que necesite».

Ambos, José y Miguel, han logrado ser una pieza más del tratamiento de sus respectivas parejas. Han ajustados sus horarios, su estrés de trabajo y otras responsabilidades al cáncer de mama. «No te planteas más. Es una expresión de amor física y emocionalmente», indica Miguel. Ellos, como tantos hombres que pasan por esto, tienen la certeza de que el cáncer de sus esposas les ha servido para mejorar su calidad emocional. Les ha hecho reflexionar sobre su propia existencia y sobre el arte de saber vivir. Es ahora cuando cobra sentido el concepto de «para siempre», «en la salud y en la enfermedad».