España

Ictus: la enfermedad del siglo XXI

Alberto Giménez Artés, presidente del Grupo Casaverde: «Hace diez años fallecía una de cada tres personas; hoy lo hace una de cada nueve»

Es necesario articular buenos recursos para asegurar una adecuada convalecencia y rehabilitación que elimine o reduzca al mínimo los déficits funcionales que ha producido el daño cerebral como hacen en Ictus Sevilla
Es necesario articular buenos recursos para asegurar una adecuada convalecencia y rehabilitación que elimine o reduzca al mínimo los déficits funcionales que ha producido el daño cerebral como hacen en Ictus Sevillalarazon

El ictus, primera causa de muerte en mujeres, segunda en hombres y primera causa de discapacidad en España, es una enfermedad cerebrovascular producida por la obstrucción de la circulación en un vaso sanguíneo (ictus isquémico) o bien por su ruptura (ictus hemorrágico). La falta de riego o la hemorragia consecuente produce un daño cerebral que puede ocasionar desde la muerte a importantes déficits funcionales.

La razón por la que algunos empiezan a considerar a esta patología como «la enfermedad del siglo XXI» reside en el aumento de su prevalencia. En los últimos diez años se ha incrementado en más de un 20% produciendo a día de hoy 120.000 altas hospitalarias. Se espera, para los próximos años, una nueva subida cercana al 20% junto a un descenso en la edad de las personas que sufrirán un ictus.

El tratamiento de esta enfermedad por nuestros sistemas de salud resulta desigual en las distintas fases de la enfermedad. El 80% de los factores de riesgo que pueden desencadenar el ictus son evitables y controlables. La hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol, el tabaquismo, el alcoholismo o la falta de hábitos de vida saludables son factores que dependen de cada uno de nosotros en un alto grado.

Sin perjuicio de nuestra obligación de autocuidarnos, necesitamos más presupuestos y campañas de prevención de saludque conciencien a las personas de la necesidad de autocuidarse si no queremos, debido al envejecimiento de la población y a una progresiva pérdida de la calidad de vida en los últimos años, hacer inviable nuestro sistema sanitario.Una vez producida la enfermedad, el sistema está razonablemente bien preparado para afrontarla. Hablamos de la fase aguda, con técnicas clínicas como la trombólisis o trombectomía junto a procesos como el «Código Ictus», que permiten, en una parte importante de los casos, salvar la vida y minimizar las consecuencias del daño cerebral que produce. Hace diez años fallecían una de cada tres personas; hoy lo hacen una de cada nueve.

Este buen dato, sin embargo, tiene importantes consecuencias. No es suficiente salvar la vida a las personas. Es necesario articular buenos recursos para asegurar una adecuada convalecencia y rehabilitación que elimine o reduzca al mínimo los déficits funcionales que ha producido el daño cerebral. Y ahí no existe ni la mentalidad, excesivamente centrada en lo agudo, ni los recursos necesarios para una rehabilitación intensiva y temprana.

De acuerdo con un estudio realizado por la Fundación Casaverde, el 62% de las personas que presentaba una dependencia total o grave en el momento de la estabilidad clínica recuperaban la independencia o necesitaban cuidados mínimos al cabo de los 80 días de una rehabilitación intensiva y temprana.

De las 120.000 altas hospitalarias de las que hablábamos en un principio, cerca del 60% de las personas necesitan rehabilitación. De ellas, un 10% se encuentran en una dependencia grave o total que necesita una rehabilitación intensiva y temprana. Más del 70% no la recibe. Esa falta de rehabilitación les obliga a permanecer en una silla de ruedas en los próximos 20 años de esperanza de vida pudiendo evitarse esta situación y el enorme gasto que conlleva.

Y no sólo fallamos en la fase postaguda, también lo hacemos en la fase crónica. El 30% de las personas que han sufrido un ictus volverá a sufrir otro. Si tuviéramos mejor atención y seguimiento de su situación en la fase crónica podríamos evitar un porcentaje alto de esas reagudizaciones, lo que implicaría más salud y calidad de vida y menos gasto.

Como vemos, un seguimiento del proceso del ictus desde la promoción de la salud pasando por sus distintas fases –aguda, postaguda y crónica– y observando la respuesta del sistema a cada una de esas fases, podremos comprobar la necesidad de que nuestro sistema de salud evolucione para, sin perder de vista la mejora en las fases agudas, responder adecuadamente a las necesidades de las personas/pacientes en cada una de sus situaciones. Hacerlo así, mejorará la salud y la calidad de vida de las personas y, al mismo tiempo, podremos hacer el Sistema Nacional de Salud sostenible en el futuro. Se trata de calidad y de eficiencia. Conceptos que en salud, y en tantos otros sectores, van necesariamente unidos.