Paloma Pedrero
La calle mata
Vivir en la calle es lo opuesto a disfrutar de unas condiciones de vida dignas. Una situación incompatible con la salud. La esperanza de vida de las personas sin hogar es tres veces inferior a la del resto de la población, y el 30% sufre enfermedades graves». Esto nos lo recuerda la Asociación RAIS. Esto y la necesidad de crear espacios de salud y cuidados donde estas personas puedan recuperar la salud física y psíquica. Verán, yo hago teatro desde hace muchos años con personas sin hogar, les conozco bien y, por supuesto, les aprecio todo lo que mi corazón da de sí. Verán, a la calle se puede llegar por varios motivos, principalmente por tener alguna enfermedad psíquica que, cuando no tienes quién te cuide y luche por ti, puede llevarte a cometer actos fuera de la norma o, simplemente, incapacidad para la integración. O por la pobreza en sí misma: inmigración, asilo político, familia desestructurada, pensión deficiente, falta de trabajo...
En los dos casos, y en cualquier país con recursos y con una Constitución que expresa que el acceso a una vivienda y a la salud son derechos humanos universales, no es de ley que tengamos tantos seres humanos sobreviviendo en las aceras, muriéndose de frío y de hambre, aterrorizados por las agresiones que sufren día y noche. Póngase por un momento en su piel, perciban lo que es tener sed y no tener agua, o tener frío y no tener mantas, o estar sucio y no poder ducharse, o estar triste y no tener dónde llorar. No se puede integrar uno en la sociedad si no tiene un techo, una cama, un grifo, un retrete, un armario. Y, queridos, tanto si son enfermos como si son pobres, o ambas cosas, es responsabilidad de todos atenderlos lo mejor posible. Hay que desarrollar proyectos que garanticen la salud de estas personas: techo, cuidados, terapias, amor. Una alumna me confesó que ella necesitaba pisar una playa, una playa con mar.
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