Jesús Fonseca
El doctor Silván
Fue una de esas estrellas fugaces que atraviesan el cielo y pasan por la vida haciendo el bien a manos llenas. El doctor Silván Garrachón, fallecido esta semana en León, pertenecía a una generación de españoles que aupó el vivir, día tras día, con entusiasmo y voluntad desde lo poco, desde la escasez. Fueron hombres entregados, como Silván Garrachón, junto a tantas mujeres —generalmente amas de casa— abnegadas y anónimas, quienes levantaron, sobre escombros, la España de la posguerra. Había que estirar lo que había, con el convencimiento de que no está el mérito en lo poco, ni en lo mucho, sino en la perseverancia cotidiana de quien sabe que todo es grande y, cualquier esfuerzo vale la pena, cuando se trata de sacar adelante a aquellos que nos han sido encomendados. Importa lo que importa: hacer la vida más fácil, más grata, a los que tenemos cerca. Antonio Silván supo compartir gozosamente lo que Dios le daba; ofreció cuanto pudo. Fue un hombre grande que tuvo siempre muy en cuenta las pequeñas cosas. Algo en lo que coinciden aquellos que le conocieron. Le interesaba lo más corriente y moliente de cada día, para servir y ser útil. Así de claro y de sencillo. No hay más misterio en la vida de este médico de cabecera. Ahora los llaman 'de familia', pero yo prefiero la denominación de antes, aunque suene —¡como tantas cosas!, por los efectos devastadores de la modernidad— a antigüalla. Antonio Silván, pertenecía al linaje de los Silván, que son gentes de corazón sencillo y bueno; que transmiten alegría, cariño y eficacia allá donde van. El Doctor Silván escuchó mucho. Dedicó su vida a sanar a los habitantes de los nueve núcleos de población de Chozas de Abajo, con sus casas de adobe y tapial; un municipio de la provincia de León, enclavado en la comarca natural del Páramo Leonés, entre sauces y mimbreras. Desde Ardoncino, con sus prados y encinares, a Villar de Mazarife, pasando por Cembranos —hay quien sostiene que aquí nació la lengua castellana— en pleno Camino de Santiago, fueron miles los que se beneficiaron de la sabiduría, del buen hacer de este médico que plantó cara a la polio, en tiempos en los que a la escasez de recursos se añadía la falta de información. Aseguran quienes lo trataron de cerca, que Antonio Silván Garrachón tenía el don de la entereza y de la reflexión. Decía Pablo Picasso que «llegar a joven requiere mucho tiempo». El que ha necesitado el doctor Silván, que nos ha dejado con apenas 86 años —un chaval, como quien dice—, al que este gacetillero rinde hoy homenaje por su incesante empeño en acompañar y ayudar a los que se quedaban atrás. Por ser una llamarada que caldeó el dolor, calentó corazones y alumbró a muchos.
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