Elecciones catalanas
La proporcionalidad electoral de Cataluña o por qué D’Hondt no es el culpable
Por David Muñoz Lagarejos
Como suele ocurrir después de unas elecciones, mucha gente se queja de la ley electoral, que un partido con menos votos cosecha casi los mismos escaños que otro partido que queda por delante en votos, y casi siempre suelen echar la culpa al mismo de siempre: D’Hondt, que es el nombre que recibe nuestra fórmula electoral.
En términos politológicos, la diferencia entre el porcentaje de escaños y el porcentaje de votos se denomina “proporcionalidad electoral”. Como se puede observar en el gráfico 1, los 3 partidos que han quedado en cabeza han sido los más beneficiados por la sobrerrepresentación parlamentaria, mientras que, por el otro lado, el resto de partidos han quedado infrarrepresentados, siendo el PP el más perjudicado (véase también tabla 1).
¿Por qué se produce este fenómeno? La causa principal es la falta de equilibrio en el peso del voto de cada circunscripción; en otras palabras, hay circunscripciones que ‘pesan’ más que otras. Esto ocurre cuando una circunscripción reparte más escaños de lo que le correspondería por población. Cataluña se divide en cuatro circunscripciones electorales, cada una de ellas se corresponde con las provincias: Barcelona (85 escaños), Tarragona (18), Gerona (17) y Lérida (15). En el desglose se produce el mismo fenómeno que en unas elecciones generales en España, de manera que en las zonas menos pobladas se requieren menos votos para lograr un escaño: 38.496 en Barcelona, 24.511 en Tarragona, 23.963 en Gerona y 16.008 en Lérida. Esto es lo que se conoce como “sesgo rural”.
¿Cómo es la proporcionalidad electoral en cada una de las circunscripciones catalanas con los resultados electorales del 21-D? La tabla 2 responde a dicha cuestión.
Se puede observar cómo, según descendemos hacia las circunscripciones que menos escaños reparten, mayor es la sobrerrepresentación general de las tres listas electorales que han quedado en cabeza: C’s, JxCat y ERC. Y cómo, por el contrario, los partidos que menos votos han cosechado, son penalizados en mayor medida en dichas circunscripciones, siendo Barcelona la única en la que hay un cierto equilibrio entre el porcentaje de votos y el porcentaje de escaños, debido a que es la circunscripción que más escaños reparte. Estamos, pues, ante otro sesgo, conocido como el “sesgo mayoritario”, por el cual en las circunscripciones que menos escaños se reparten solo son los partidos más votados aquellos que consiguen escaño (parecido al funcionamiento de un sistema mayoritario).
Mucha gente suele equivocar el sesgo y echa la culpa de la diferencia de proporcionalidad entre partidos a la fórmula electoral D’Hondt. Pero la verdadera diferencia se encuentra en el tipo de circunscripción utilizado y no tanto en la fórmula de reparto de escaños. Como muestra la evidencia, cuanto más grande es la circunscripción (en el caso de Cataluña una circunscripción autonómica, única, donde un voto valiera lo mismo en cualquier parte del territorio) más se corrige la proporcionalidad, perdiendo escaños los partidos sobrerrepresentados en favor de los partidos infrarrepresentados actuales.
Si en Cataluña se utilizara una circunscripción autonómica (única), los resultados electorales, utilizando igualmente la fórmula D’Hondt, hubieran sido los siguientes:
En la tabla 3 se observa que bajo una circunscripción única, que abarcaría toda Cataluña, se eliminarían los sesgos rural y mayoritario explicados antes, y se llegaría prácticamente a la proporcionalidad absoluta. Sin cambiar de fórmula electoral. Y es que la culpa no es de D’Hondt -si bien es cierto que hay otras fórmulas más proporcionales-, sino del diseño de las circunscripciones electorales, que premia a los partidos que tienen mayor porcentaje de voto en la zona rural (en este caso los partidos independentistas) y penaliza a quienes concentran más su voto en la zona urbana, que reparte más escaños, como la circunscripción de Barcelona.
Ahora bien, para pasar de la teoría y las simulaciones electorales a un cambio real, hay que saber lo complicado que sería poner de acuerdo a todos los partidos en una ley electoral que contentara a todos. Prácticamente misión imposible.
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