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Nuestros estados de ánimo condicionan nuestras decisiones

Nuestros estados de ánimo condicionan nuestras decisiones
Nuestros estados de ánimo condicionan nuestras decisioneslarazon

Haga esta prueba. Invite a cenar a su familia en un restaurante de moda un sábado por la noche para celebrar su cumpleaños y haga lo mismo un martes cualquiera sin ningún motivo. Es casi seguro que el sábado le duela menos gastarse los 150-200 euros de la cuenta que el martes. Y es hasta posible que el sábado lo justifique alegremente con esa expresión tan castiza que dice: “¡un día es un día!”.

¿Por qué? Al fin y al cabo, se trata de la misma cantidad de dinero. La tarjeta de crédito no va a comportarse de un modo distinto un sábado que un martes. La explicación a esta aparente incongruencia está en un fenómeno que solemos pasar por alto: que nuestros estados de ánimo influyen –y mucho- en las decisiones que tomamos. Y es que el sábado por la noche seguramente estemos en mejor disposición para tirar la casa por la ventana.

Emociones como temor, sorpresa, ira, esperanza o alegría están directamente vinculadas con las resoluciones que adoptamos. Esos estados de ánimo nos predisponen y condicionan la manera en que nos enfrentamos a la realidad, cambian la forma en que la visualizamos y nos relacionamos con ella.

Así pues, hay un claro impacto de la emoción en la razón... ¡Por suerte! Porque esa influencia nos hace ser más efectivos en la toma de decisiones. Nos permite trabajar con decisiones de primera instancia, es decir, aquellas las que interviene la intuición, evitando así incurrir en ese enemigo acérrimo de la toma de decisiones conocido como la “parálisis por análisis”.

Todas nuestras decisiones, ya sean críticas (las que nos afectan personalmente), cognitivas (requieren de un grado de conocimiento) o sistémicas (se toman en grupo), están influidas, en alguna medida, por una emoción o una combinación de ellas. Esta influencia puede producirse antes o en el momento en que tomamos ese camino. Y también puede proyectarse hacia el futuro, cuando pensamos en las consecuencias que creemos que esa decisión podría acarrear.

En la toma de decisiones es importante saber identificar cuál es el verdadero problema y valorar adecuadamente esas posibles consecuencias. Pero, sobre todo, es esencial ser conscientes del lugar desde el que estamos tomando esa decisión. Si lo hacemos más desde nuestro olfato o intuición, o más desde nuestra mente racional. Y no es que ninguna de esas opciones sea mejor que la otra. Lo importante es tener claro cuál de esas vertientes está tomando el control.

La prestigiosa revista de psicología Anales publicó en 2016 un artículo que recogía un experimento realizado por Gonzálo Hervás e Irene López Gómez, investigadores de la Universidad Complutense de Madrid. El experimento trataba de determinar la influencia de los estados de ánimo en las decisiones. Para ello se pasó un test a 112 participantes, todos ellos estudiantes con una edad media de 21 años. En función de los resultados, se les dividió en tres grupos: extrovertidos, introvertidos y ambivertidos (una mezcla de ambos).A todos ellos se les indujo un estado de ánimo de tristeza o alegría haciéndoles escuchar una determinada música, y a continuación se les sometió a una tarea de regulación emocional.

Mientras escuchaban la música, se pidió a los participantes que imaginaran tres escenas positivas o negativas como si realmente les estuviera sucediendo a ellos. Después se les hizo rellenar un cuestionario acerca de lo que acababan de experimentar. En la última fase del experimento se les pidió que escogieran una película entre seis posibilidades, tres alegres y tres neutras.

El experimento logró demostrar que cuando los estados de ánimo son negativos, los tres grupos tendían a comportarse de modo similar. En cambio, cuando esas sensaciones inducidas eran positivas, los extrovertidos tendían a arriesgar más. Además, los positivos toleraban más el error, manejaban mejor la frustración y, en general, buscaban muchas más alternativas que las personas que eran introvertidas por naturaleza. Concretamente, el porcentaje de personas extrovertidas que escogió ver una película alegre fue del 95%, frente al 86% de los ambivertidos y el 65% de los introvertidos.

La primera conclusión que podemos extraer de este experimento es que los estados de ánimo afectar a las decisiones que tomas, pero que el carácter y la personalidad tienen un efecto mucho más permanentes en el signo de esas decisiones.

Cuando a los diferentes grupos se les indujeron emociones pesimistas, los tres reaccionaron de forma mucho más homogénea. ¿Qué quiere decir esto? Que la mente humana se defiende. Ante estímulos negativos, nuestra reacción natural es tratar de buscar elementos que nos ayuden a superar esos malos momentos. El ser humano no es masoquista; busca encontrar la luz a al final del túnel a través de decisiones positivas.

En suma, nuestras experiencias, nuestros valores, la cultura y el conocimiento son generadores de creencias personales, y esas creencias influyen en nuestra manera de ver la realidad. Crean un estado de ánimo. Y esos estados de ánimo son claramente responsables de las decisiones que tomamos todos los días.