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Aprendiendo a soltar
Vivimos aferrados a lo material, a lo emocional. Tememos que alguien o algo nos perturbe.
Vivimos con miedo. El miedo que no nos permite disfrutar, que no nos deja saborear el instante.
¿Y si esto de la vida fuera más simple de lo que nos han contado? ¿Y si no tuviéramos que preocuparnos de nada más que de disfrutar el instante presente, como los niños?
Quiero proponerte ahora un sencillo ejercicio mientras estás leyendo esto.
Cierra los ojos y observa qué ves. Probablemente me dirás que nada. Tal vez veas oscuridad, como consecuencia de no percibir las imágenes de aquello que te rodea.
Pero si te quedas ahí un tiempo, más aflorarán imágenes: recuerdos o imaginaciones...
Seguramente sean imágenes que ya has visto en tu mente en otras ocasiones. Dicen que el 90% de lo que pensamos cada día se repite diariamente. Que nuestros pensamientos principales son siempre los mismos.
Y que una gran parte de ellos no son muy agradables.
¿Cuántas veces al día sientes preocupación? ¿Miedo? ¿Inseguridad? ¿Incertidumbre? ¿Incomodidad? ¿Vergüenza? ¿Culpa? ¿Insatisfacción? ¿Vacío?
Yo, muchas veces. A veces nos llegan de manera imperceptible. A veces suenan como esa melodía de fondo, muy bajito, pero si les prestas atención te das cuenta de que siguen ahí, haciéndote sentir raro, incómoda, triste o con miedo.
Cuando hablamos del desapego parece que siempre nos referimos a lo material. A no aferrarte a los objetos, a no consumir tanto, a no gastar en lo que no necesitas. Pero el apego más peligroso ni siquiera es a las personas que te importan, sino a emociones y pensamientos que se repiten día tras día en tu mente.
Parece que te persiguen. Parece que te buscan. Parece que no puedes esquivarlos, que por más que intentas ignorarlos, aparecen una y otra vez delante de ti y tratan de que les prestes atención.
Pero las ignoramos. Al menos tratamos de hacer eso. Porque no gustan. Por eso buscamos otras actividades, pasatiempos, vemos películas, series, noticias o escuchamos desgracias ajenas para sentirnos un poco más aliviados... Y no está mal que hagamos todo eso, siempre y cuando le prestemos atención a esos pensamientos a los que estamos apegados por miedos y que rechazamos a su vez.
Es muy paradójico esto: apego y rechazo al mismo tiempo. No podemos deshacernos de ellos y los estamos rechazando cada vez que aparecen.
Tal vez la única forma de deshacernos de esas sensaciones sea permitiéndonos vivirlas, sentirlas en su plenitud. Así dejarán de llamar nuestra atención, porque nos traen un mensaje que no queremos recibir. Las emociones no son buenas ni malas. Son una manera de llamar tu atención sobre algo.
Así que te pido que hagas otra vez el ejercicio (si quieres) de cerrar los ojos y quedarte un momento observando. ¿Qué surge? ¿Qué imagen, qué pensamiento? Y cuando lo veas delante de ti, no lo rechaces... Siéntelo. Quédate ahí.
¿Qué emoción te produce ese pensamiento, imagen, sensación? Observa el cuerpo, si hay en alguna parte dentro algo que duele, que incomoda. Y permítete ir más allá, sentirlo hasta el final.
Puede que no te guste la sensación. Es posible que quieras dejarla, soltarla cuanto antes.
Pero para soltar, lo primero es aceptar. Sólo aceptando, asimilando e integrando, se podrá ir, porque no tendrá sentido que aparezca de nuevo, porque ha cumplido con su trabajo.
Puedes realizar este ejercicio con aquellos pensamientos recurrentes que más te molestan. Aprovecha que ya los tienes y acéptalos para después dejarlos ir.
Soltar no es negar, como muchas veces pensamos. Soltar no es ocultar, no es rechazar. Es aceptar y asumir que eso que no te gusta también forma parte de ti, también es tu sombra. Y también tu aprendizaje particular.
Al aceptar tus miedos, al permitirte vivirlos, estás también soltando y sanando por dentro.
Así esos pensamientos no tendrán necesidad de volver, porque ya has aprendido lo que han venido a decirte.
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