Nueve meses han pasado desde el estallido de la pandemia por coronavirus en el mundo, y de forma subsidiaria, en España y Salamanca. El núcleo de Urgencias del Hospital Clínico Universitario fue testigo primigenio de la tragedia como punto de partida. Un embudo por el que el virus manifestó su escalada de ira. Al frente del equipo, Rafael Borrás se encontró con una situación inexplorada previamente que requería una gran capacidad de adaptación. Y la encontró entre sus compañeros. Hubo que redoblar esfuerzos y lo hicieron. Ahora, los datos del Hospital invitan a la esperanza. En una entrevista con la Agencia Ical, el doctor Borrás repasa aquellos primeros días y la evolución posterior de la pandemia desde la primera línea de fuego en el Clínico. Aplaude las medidas adoptadas por las autoridades, reconociendo su eficacia, y advierte que la distribución masiva de una vacuna vislumbra una salida que aún está lejana.
¿Cuál es la fotografía fija de este momento en la evolución de la pandemia en Salamanca?
Desde el punto de vista del Hospital estamos en franco descenso, tanto en la frecuentación de Urgencias como en los ingresos. En Urgencias tenemos dividido el servicio entre el circuito limpio y el circuito COVID-19, y éste ha disminuido la frecuentación en un 44 por ciento durante las últimas tres semanas. Los ingresos también han disminuido al menos un 50 por ciento. Es decir, viene menos gente y se queda menos gente. Por otro lado, en la planta COVID-19 hay también menos ingresos actualmente.
Castilla y León ha sido de las comunidades más restrictivas con las medidas implementadas para contener el virus. ¿Cree que han sido efectivas?
Efectivas han sido. Nosotros habíamos calculado que alrededor del 15 de noviembre esto iba a volver a estallar en cuanto a ingresos por COVID-19. Creíamos que en esa fecha entraríamos en una zona fatídica. Y gracias a las medidas que se han puesto en marcha hemos logrado que esa fecha fatídica no llegara. Incluso estamos en un claro descenso de casos detectados y, sobre todo, de casos susceptibles de ingreso. Por lo tanto, las medidas sí han sido efectivas.
Mirando hacia atrás en el tiempo, ¿cómo se vivió en Urgencias la llegada de los primeros pacientes con coronavirus?
Desde finales de febrero empezamos a tener una cierta precaución. Ya nos contaban algunos compañeros que en Italia estaban pasándolo muy mal. Estábamos pendientes de diagnosticar los primeros casos en Salamanca. Cuando llegaron, pensábamos que iba a ser parecido al Sars-Cov-1 o al virus del Ébola. Que habría unos cuantos casos, pero no que iría a la velocidad que ha ido esta pandemia. A mediados de marzo hubo ya más casos y nos empezamos a dar cuenta de que esto era más serio de lo que parecía. Ya no eran casos aislados, sino que se iban acumulando. Cinco o seis días antes de implantarse el estado de alarma, empezamos a poner en marcha los circuitos específicos y a reordenar todo el personal. Organizamos todo como está ahora y empezamos a trabajar a turnos para tener más gente disponible en cualquier franja horaria. Fue todo muy rápido. La primera semana no veíamos muy bien cómo venía el toro, pero en cuanto empezamos a tener casos y vimos que iba muy en serio, tomamos medidas asistenciales concretas. Formamos equipos y diferenciamos zonas en Urgencias para atender tanto al enfermo grave, como al no grave.
¿Por qué Salamanca fue de las provincias más afectadas por el virus?
La primera fase nos golpeó rápido y fuerte. Yo creo que fue debido a que se sumaron varias circunstancias. La celebración de la Copa de la Reina, que trajo mucha gente, el cierre de los centros educativos y universitarios en Madrid, que provocó la vuelta de mucho estudiantes, y también algún erasmus que volvía de Italia, junto a un par de carreras populares. Vino gente de distintas provincias y eso nos hizo especialmente sensibles. En esos días hubo mucho movimiento.
¿Cree que el temor por el COVID-19 disminuyó la afluencia a Urgencias?
Eso en la primera ola fue muy evidente. Pasamos de tener una frecuentación de más de 400 urgencias diarias a, de repente, tener 150. Hubo una gran disminución de la urgencia, lo que llegó a preocuparnos porque podía haber gente grave, o con enfermedades importantes, que se quedaba en casa por miedo al coronavirus. En esta segunda oleada esto ha sido menos evidente. La gente que tiene que venir a Urgencias, viene. Sigue habiendo menos urgencias que en una época normal a esta altura del año, pero fundamentalmente, a base de que han disminuido las no graves, o no motivadas. Aquellas que podrían ser atendidas en cualquier nivel asistencial o incluso no ser atendidas. A medida que vaya disminuyendo la gravedad de la pandemia irán subiendo estas urgencias.
Durante esta segunda ola, ¿qué ha cambiado en el plan de acción sanitario gracias a la experiencia de la primera?
Durante primera ola fue tan brusco el aumento de esta patología que casi nos dedicábamos en exclusiva a ello, y las 24 horas del día. Hubo un momento en que el 90 por ciento de la urgencia era atender al paciente COVID-19. Actualmente no es así. Lo que hace más difícil esta segunda oleada es que tenemos que atender la urgencia normal más la urgencia derivada del Sars-Cov-2. Es una atención más dinámica y cambiante y, en ese sentido, más polivalente la que tenemos que dar ahora respecto a la de entonces. El servicio de Urgencias está siendo ahora de manejo más complicado.
En el plano personal, ¿en algún momento de estos nueve meses de pesadilla ha sentido usted miedo?
Miedo a nivel personal, no. Lo que tenía era la responsabilidad de saber dar la respuesta adecuada a la situación. Miedo al fracaso. Y yo creo que sí la hemos dado. A medida que iba avanzando la pandemia, hemos ido cogiendo más confianza en lo que estábamos haciendo. Entonces, miedo no existía. Poco a poco entre todos, y eso hay que dejarlo muy claro, fuimos dando la respuesta adecuada y dejando atrás ese temor inicial a lo desconocido. Pudo durar, como mucho, el primer mes porque tampoco teníamos suficientes equipos de protección. No los había. Una vez que fuimos dándonos cuenta de cuál era el manejo más adecuado para estos pacientes y teniendo los equipos pertinentes fuimos perdiendo ese miedo inicial.
¿Cuál es la mayor enseñanza que le deja esta pandemia?
No es una lección que hayamos aprendido, sino que hemos confirmado. Es la capacidad de adaptación ante cualquier situación que tiene el personal de Urgencias. Aunque es una capacidad intrínseca, que ya intuíamos, porque el servicio de Urgencias es un ente que no tiene ni principio ni fin. Somos muy elásticos. La realidad es que hemos tenido una gran capacidad para irnos adaptando rápidamente a la situación. Y ha sido muy cambiante. Igual que creció muy rápido, después tuvimos que adaptarnos a la curva de descenso para dar cobertura a todo lo demás. Por lo tanto, con todo lo que ha pasado he confirmado lo que yo pensaba que tenía que ser un servicio de Urgencias.
Como cargo de responsabilidad en el Clínico, ¿se ha sentido respaldado por las autoridades ante la expansión del coronavirus?
Me he sentido totalmente respaldado por la dirección del Hospital. Ellos han sufrido tanto como he sufrido yo. Tenían que dar salida a todas nuestras demandas y a las de la sociedad. Y han estado al pie del cañón todos los días, igual que nosotros. En cuanto a los epis, y otro material, siempre hemos dispuesto de ello, aunque no en la cantidad que tenemos ahora. Había que tener mayor cuidado con su uso y hacerlo con más precaución. Yo creo que, al menos, la Dirección de este Hospital ha estado a la altura de la situación.
¿Está de acuerdo con las protestas por el contenido del decreto publicado la pasada semana sobre las condiciones laborales de los sanitarios?
No estoy muy al tanto de eso porque, con la preocupación del servicio, no he tenido mucho tiempo. Con la primera oleada se suspendieron todos los permisos, se cambió la jornada laboral y durante el periodo de alarma se aplicó todo lo que viene en el decreto. En ese momento la gente entendió que era una situación excepcional y nadie protestó. Los que habían dejado de hacer guardias volvieron a hacerlas, los que estaban de turnos de mañana volvieron a hacer tardes, y todo el mundo colaboró. Esta segunda oleada como no ha sido tan brusca como la primera, nos ha permitido adaptarnos. Ese decreto, lo que yo creo que pretendía era disponer de un soporte legal por si la situación volvía a ser tan complicada como en la primera oleada. Gracias a Dios no ha hecho falta. Yo entiendo que ha podido haber una falta de entendimiento entre los sindicatos y la Gerencia regional. Pero también creo que si se hubiera llegado a una situación tan grave como en la primera ola, se hubieran tenido que aplicar esas medidas, u otras parecidas, para optimizar al máximo nuestras plantillas. Hay que recordar que llegó un momento en que no había personal suficiente. Sí creo que la falta de diálogo ha podido impedir un entendimiento, pero considero que lo que quería la Gerencia era tener esa herramienta legal para poder afrontar otra situación catastrófica.
¿Qué le parece que la Junta haya pretendido el traslado de personal entre provincias en plena segunda ola?
Eso lo he vivido más de cerca y pienso que lo de desvestir a un santo para vestir a otro... Creo que podría a haber habido otro sistema para dotar de personal a esa institución, no quitando personal de una sitio y de otro. Aquí hacía falta. Estábamos escasos de personal por las bajas causadas por la epidemia. Teníamos gente que no podía atender a estos pacientes. Eso se podía haber gestionado de otro manera.
¿Le alivian las noticias sobre la distribución de una vacuna?
Es una salida, pero sus resultados no se van a ver inmediatamente. Corremos el riesgo de confiar todo a la vacuna y rebajar las medidas preventivas. Y, de momento, son las únicas que tenemos que pueden ser eficaces. Para esta enfermedad no hay tratamiento, y la tenemos que ver qué protección nos da la vacuna a largo plazo. Hasta que un 75 por ciento de la sociedad no esté cubierta, el efecto de masa no se va a notar. Y eso puede tardar un año. El hecho de que haya una vacuna no nos debe permitir relajarnos con las medidas preventivas.