Opinión
Evocaciones y presencias
“Los libros de Jiménez Lozano, sagaz narrador y ensayista y poeta profundo, pasarán a la historia como uno de los clásicos indiscutidos de nuestra Literatura”
Recuerdo las charletas con José Jiménez Lozano, mi irremplazable amigo de tantos años y maestro querido, como algo de lo más maravilloso que me ha regalado la vida. Sus escritos de los últimos años, nos dan la temperatura cultural de España: “de ser carpintero me habría esforzado lo mismo en cepillar bien una tabla que, como escritor, en escribir bien”. ¡Cómo he disfrutado, estos días pandémicos, de sus últimos diarios recién publicados, bajo el título “Evocaciones y presencias”.
Los libros de Jiménez Lozano, sagaz narrador y ensayista y poeta profundo, pasarán a la historia como uno de los clásicos indiscutidos de nuestra Literatura. Pero la de José Jiménez Lozano es, antes que nada, una obra del pensamiento universal. “La universalidad de un creador no depende del lugar de residencia, ni de sus relaciones sociales, sino de su sutileza para desvelar los afanes y miseria del corazón humano y su esfuerzo por ahondar en el sentido de la vida y del mundo”, escribió Miguel Delibes en 1989, a propósito de la concesión del premio Castilla y León de las Letras al maestro.
Con este envío, que va desde las últimas semanas de 2018 a las primeras de 2020, se cierran, infelizmente, esos diarios que tanto nos ayudaron a transitar por la vida, además de trastear en verdades eternas, en medio de tanta basura. Jiménez Lozano fue un sabio que, supo descarnar la verdad del sentido de la vida y de la muerte, del hombre y de Dios, desde una feroz independencia. “No se ha perdido su voz. Escribía como hablaba, por eso leer las páginas de su último cuaderno, es como volver a escucharlo en risueña charleta, con su ironía y sabroso ingenio “.
No puedo estar más de acuerdo con Guadalupe Arbona, tan comprometida con la obra del Cervantes de Alcazarén. Jiménez Lozano fue un testigo perseverante de nuestro mundo que sabía que “no se puede escribir para “la gloria’ sin que todo se vuelva ceniza y el escritor se convierta en imbécil”. Recuerdo, sí, aquellas charletas con el maestro: “me parece a mi que habrá que tomar alguna medida para hacer que un representante del pueblo, no sea alguien de una hiriente ignorancia, una cabeza loca o con reacciones no ya infantiles o inmaduras, sino llena de puros despropósitos mentales e insultos, adornados con la palabra democracia”.
Y concluía: “todo ello es muy penoso y hace despreciable la vida pública.” Y lo decía desde la serenidad más absoluta.
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