Cine
La Seminci supera su ecuador con una historia de amor en la China rural, un desgarrador grito por la libertad y un evocador melodrama
“Return to Dust”, de Li Ruijun, “No bears”, de Jafar Panahi, y “Before, Now & Then”, de Kamila Andini, se suman a la lucha por las Espigas en la quinta jornada
La 67 Semana Internacional de Cine de Valladolid superó hoy su ecuador con tres nuevas películas a competición en su Sección Oficial. La quinta jornada del festival arrancó con ‘Return to Dust’, donde Li Ruijun refleja el canto del cisne de la China rural a través del encuentro de dos soledades en clave de drama; poco después un clásico de Valladolid como el iraní Jafar Panahi (Espiga de Oro en 2003 por ‘Sangre y oro’) sacudió los cimientos de la edición con ‘No Bears’, un desgarrador grito por la libertad donde da una vez más muestra de su magisterio tras la cámara; y el día concluyó con ‘Before, Now & Then’, de la indonesia Kamila Andini, un evocador melodrama sobre la resiliencia femenina ambientado en su país natal.
En febrero de 2021, el presidente de China, Xi Jinping, anunció que China había erradicado la pobreza extrema del país. Una maravillosa noticia que, sin embargo, encierra un reverso oscuro que está en el trasfondo de ‘Return to Dust’.
Los protagonistas son Hai-Qing (conocida actriz de televisión en China), que encarna a Cao Guiying, una mujer que desde niña ha sufrido palizas y acoso, y Renlin Wu (tío del director en la vida real, sin ninguna experiencia actoral), que encarna al apocado y silencioso Hierro, el cuarto hermano de una familia extremadamente pobre, estéril y con una vida “extremadamente triste”, según relatan al inicio del film, informa Ical.
Las familias de ambos están deseando perderles de vista y deshacerse de ellos, y conciertan un matrimonio de conveniencia entre esos dos perdedores, que con el día a día van entrando en una sintonía muy especial. No tienen nada, salvo al otro, pero les basta, y se dedican con afán a labrarse un futuro juntos pese a las infinitas adversidades que les asolan.
“Estar clavado en la tierra es sufrir”, le describe el hombre a modo de parábola a su querida esposa. “Las cosas que crecen en el campo no pueden ir a ninguna parte. Están expuestas al sol y al viento. Viven y luego se mueren sin haber dejado nunca el campo”. Ese parece el destino de ambos, anclados a labrar la tierra con el sudor de su frente, con la única ayuda de su fiel burro para levantar en medio de la nada un hogar hecho con barro, en el que dar cobijo a las golondrinas mientras el Estado se dedica a demoler las chozas más pobres porque dan mala imagen del país.
Con tono realista, planos fijos y estampas que, aisladas, podrían ser confundidas con lienzos pictóricos, la película se aferra a un naturalismo que bebe directamente del rico legado de las generaciones precedentes de cineastas chinos, desde Zhang Yimou o Chen Kaige hasta Wang Xiaoshuai o contemporáneos como Bi Gan.
Tras su paso por el Festival de Berlín, y cuando la película estaba funcionando mejor de lo esperado en los cines chinos, superando los 16 millones de dólares de recaudación, el film fue retirado sin mayor explicación de las salas y de las plataformas online donde estaba disponible sin mayor explicación, y con la sombra de la censura en el horizonte.
En entrevistas concedidas por el estreno mundial del film en Alemania, el director dejaba claras sus intenciones: “La tierra es más limpia que el corazón humano. No es complicada. Miramos la tierra como si estuviera sucia, pero ella acepta todo, incluso lo que es más sucio que ella: basura, desechos humanos, maldad… Para mí la tierra es la existencia más limpia y pura”.
Alegato contra la dictadura del miedo
“Somos cineastas, para nosotros vivir es crear. El trabajo que creamos es libre, por lo que algunos de nuestros gobiernos nos ven como criminales… A algunos cineastas se les prohibió hacer películas, a otros se les obligó a exiliarse o se les aisló. Y sin embargo la esperanza de volver a crear es una razón de ser”. El director del Festival de Venecia, Alberto Barbera, fue el encargado de leer estas líneas enviadas por el cineasta iraní Jafar Panahi desde la cárcel de Evin, donde permanece preso desde julio, con motivo del estreno mundial de ‘No Bears’.
Esas palabras condensan la esencia misma de su última película, un puñetazo en el estómago con el cual lanza un grito desesperado por la libertad, combinando realidad y ficción para ofrecer un crudo alegato contra la manipulación del poder, contra la dictadura del miedo y del silencio. Convertido en protagonista de su propia película, Panahi pone sobre la mesa los perversos mecanismos que el aparato político utiliza para perpetuarse, y desgrana cómo el sistema se arraiga hasta en las últimas capas de la sociedad sin que nadie pueda hacer nada para detenerlo.
‘No Bears’, que se alzó con el Premio Especial del Jurado en Venecia, marca el reencuentro de Panahi con Valladolid, el festival que supuso la puerta de entrada a España de la nueva ola iraní, desde aquel lejano y memorable ciclo que se le dedicó al maestro de los maestros, Abbas Kiarostami, en 1993. Un año después, Kiarostami se alzaba con la Espiga de Oro gracias a ‘A través de los olivos’, un film donde Panahi fue ayudante del director, solo un año antes de debutar tras la cámara con ‘El globo blanco’, que también se estrenó en la Seminci, un festival donde conquistaría la Espiga de Oro en 2003 con ‘Crimson Gold’, y que el pasado año también programó en su Sección Oficial ‘Hit the Road’, la ópera prima de su hijo, Panah Panahi.
En su nuevo film, Panahi derriba la cuarta pared para lanzar innumerables interrogantes al espectador, atónito ante el calado de cuanto se le plantea desde la pantalla. En ella, se desenvuelven en paralelo dos historias de amor imposibles, una que filma desde la distancia el realizador, sobre dos actores disidentes que tienen ante sí la oportunidad de escapar del país; y otra que se desencadena en la aldea rural donde se refugia Panahi en un intento vano de escapar del control policial en la gran urbe, mientras filma en secreto y en remoto su nuevo proyecto: allí será testigo del devenir de dos jóvenes que se rebelan al injusto destino que otros decidieron por ellos.
El miedo y las suspicacias no tardan en despertar en el remoto enclave donde se ha recluido el cineasta, a escasos kilómetros de la frontera con Turquía, que se vislumbra como una puerta de entrada a la soñada Europa. En una de las magistrales secuencias del film, Panahi da un paso atrás cuando en plena noche un confidente que le anima a abandonar su país le advierte que, sin saberlo, ya se encuentra en la frontera misma. “¿Si es tan fácil, por qué cuesta tanto cruzar?”, inquiere el director.
En otra contundente escena, que es el germen del contundente título del film, un aldeano le pide al cineasta que le siga, ya que se encuentra en un camino que “no es seguro”. “Hay osos”, le advierte. Instantes después, el mismo hombre le invita a mentir bajo juramento, algo que “está bien visto si es para preservar la paz”. Cuando el director supuestamente accede, y le invitan a retomar su camino, él pregunta incisivo: “¿pero no había osos?”. “Qué va a haber osos, no diga tonterías. Es para asustar. El miedo es poder. Aquí no hay osos. Solo osos de papel”, obtiene por respuesta.
En libertad provisional desde 2010, cuando se le condenó a seis años de cárcel y veinte sin poder abandonar el país ni conceder entrevistas, Panahi fue arrestado el pasado mes de julio cuando se acercó a la prisión de Evin para preguntar dónde se encontraban retenidos sus compañeros Mohammad Rasoulof (protagonista de un ciclo en Valladolid en 2018) y Mustafá al Ahmad.
Cadencia y musicalidad
Por último, ‘Before, Now & Then’ es un cadencioso melodrama que bebe directamente de la inspiradora fuente que creo Wong Kar-wai en ‘In the Mood for Love’ a comienzos del milenio. Deseos soterrados, infidelidades, rituales cotidianos en torno a la comida o la peluquería, exquisitos vestidos femeninos, silencios y secretos, muchos secretos, pueblan este canto a la resiliencia femenina dibujado por la directora indonesia Kamila Andini en su cuarto largometraje.
La película adapta la novela ‘My Name Is Jais Darga’, de Ahda Imran, que firma el guion junto a la propia cineasta, para narrar en clave poética la vida de Raden Nana Sunani, una mujer que vivió en Java Occidental en la década de los 60, cuando el país estaba en plena consolidación de su independiencia y sufrió el convulso golpe de estado del general Suharto, que derrocó al primer presidente de la República de Indonesia, Sukarno.
La película arranca en pleno conflicto colonial a finales de los años 40, cuando Nana, la protagonista, ve morir a su padre y su hijo, mientras su esposo desaparece sin dejar rastro en el enfrentamiento armado. La culpa la atenazará desde entonces, y las sombras y los fantasmas del pasado no dejarán de hacérsele presentes durante el resto de sus días, con imágenes selváticas que por momentos remiten al imaginario del tailandés Apichatpong Weerasethakul.
Quince años después, Nana se ha casado de nuevo con el acaudalado señor Darga, y ejerce como ‘señora de’ en un hogar idílico, rodeada de sirvientas y lujos que no consiguen hacerle olvidar sus raíces, su pasado y quién es ella en realidad. Con una sobria y repetitiva partitura de Ricky Lionardi claramente inspirada en los acordes de Shigeru Umebayashi para ‘In the Mood for Love’, Andini puntúa el silencioso devenir de su protagonista, una mujer rodeada de gente pero perdida en una infinita soledad interior, de la que solo consigue asomarse para intentar captar algo de aire fresco cuando conoce a Ino, la nueva amante de su esposo.
Inesperadamente, ella se convierte en su confidente, en su paño de lágrimas, y en la puerta a la reconciliación consigo misma tras años de soterrado tormento interior. Las dos protagonistas (Happy Salma y Laura Besuki, esta última mejor interpretación de reparto en el Festival de Berlín por este rol) brillan con luz propia en el film, donde la convulsa situación política del país se despliega en paralelo al torbellino emocional que sacude a Nana cuando la resignación se había convertido ya en un leitmotiv.
El proyecto, según explicó la directora en una conexión online con Valladolid, nació hace tres años a partir de un capítulo de una novela con el que la cineasta conectó “de forma muy especial”. “Habla de la cultura de mi abuela y de muchas otras mujeres. Estas cosas les sucedieron a ellas. Esta película es muy especial porque está basada en mis raíces, en mi familia, y lo he basado en mi lengua materna”, resumió.
“La historia de Nana la han vivido muchas mujeres y quería representar su mundo desde la perspectiva de una mujer encerrada en su casa y en sí misma también. Por eso quería representar muchas texturas: la naturaleza, el bambú… Rodamos durante la pandemia y tuvimos que diseñar los escenarios para hacerlo en esas condiciones, por eso no hay muchas localizaciones. Fue un desafío, pero un desafío fantástico. Además, la década de los 60 fue la más interesante de Indonesia, y quería representar a Nana de esta manera”, señaló.
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