Sociedad

Tinta en la piel de la España vaciada: el caso de éxito de un tatuador rural

“Abrir un centro de tatuajes en un pueblo de menos de mil habitantes era una locura que no le entraba en la cabeza a nadie más que a mí”, asegura Pedro Ferrero

Vista del exterior del local de "Rural Tattoo", propiedad del tatuador Pedro Ferrero, en Santa Cristina de la Polvorosa, un pueblo de unos mil habitantes en la provincia de Zamora
Vista del exterior del local de "Rural Tattoo", propiedad del tatuador Pedro Ferrero, en Santa Cristina de la Polvorosa, un pueblo de unos mil habitantes en la provincia de ZamoraMariam A. MontesinosAgencia EFE

Para quien se pregunte si hay negocio para abrir un centro de tatuajes en un pueblo de mil habitantes la respuesta de un analista sería que no, y menos si no complementa su actividad con perforaciones o venta de “pearcings”, pero en un pequeño municipio zamorano existe un tatuador dispuesto a dar al traste con los estudios de mercado.

”Rural Tatoo” aparece escrito junto a dos pistolas de tatuaje en el logotipo y a la puerta de un negocio abierto hace cuatro años en Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora) por Pedro Ferrero, quien tras trabajar en una guardería en Asturias y como educador de calle en Zamora un día decidió arriesgar y dar rienda suelta a su verdadera vocación, la pintura y el dibujo, pero sustituyendo el lienzo por la piel para los trazos.

En este tiempo trabajo no le ha faltado, aunque para ello haya tenido que captar clientela de fuera porque si no, los más de 1.500 tatuajes que han salido de su estudio darían para tatuar una vez a todos y cada uno de los vecinos de su pueblo, y la mitad de ellos iría ya por su segundo grabado.

El tatuador Pedro Ferrero, dueño de "Rural Tatoo", posa en su local en Santa Cristina de la Polvorosa, un pueblo de unos mil habitantes en la provincia de Zamora
El tatuador Pedro Ferrero, dueño de "Rural Tatoo", posa en su local en Santa Cristina de la Polvorosa, un pueblo de unos mil habitantes en la provincia de ZamoraMariam A. MontesinosAgencia EFE

La suya es la tinta en la piel de la España vaciada, el caso de éxito que demuestra que, pese a las dificultades y por especializado que sea, también hay margen para abrir un negocio propio en zonas rurales. ”Abrir un centro de tatuajes en un pueblo de menos de mil habitantes era una locura que no le entraba en la cabeza a nadie más que a mí”, ha admitido este emprendedor que logró disipar las reticencias de su mujer después de sufrir un tumor en el cuello que le hizo replantearse las prioridades en su vida.

Fue entonces, hace poco más de cuatro años, cuando comenzó a “luchar por un sueño que fuera el mío y no podía ser en otro lugar que no fuera el pueblo”, ha confesado este tatuador con alma rural porque nació y se crio en un pueblo. Ubicar su estudio en una pequeña población también tiene sus ventajas, ya que el ritmo es más pausado que en las ciudades y Pedro puede permitirse el lujo de no realizar más de dos trabajos al día, uno por la mañana y otro por la tarde.

Así puede dedicar más tiempo a cada uno de los tatuajes y garantizar su personalización, ya que uno de sus compromisos consiste en que los grabados sean únicos, a no ser que se trate de una réplica por motivos sentimentales, como los que se hacen iguales una pareja, hermanos o padres e hijos.

Pedro Ferrero tiene clientes no sólo en su pueblo, también en toda la comarca de Benavente y Los Valles, en otros puntos de la provincia de Zamora y en zonas como La Bañeza y Astorga en León, mientras que en periodos vacacionales suma como “asiduos” a veraneantes que habitualmente viven en Madrid, Barcelona o el País Vasco.

De esta forma, Santa Cristina de la Polvorosa, que se convirtió cuando abrió en la población más pequeña de Castilla y León con un centro de tatuajes, ha mantenido estos cuatro años un negocio fruto de “una locura que pudo salir fatal pero ha salido muy bien, estoy encantado”, ha admitido este tatuador.

Antes de especializarse en trabajar con la aguja y la máquina de tatuar, Pedro Ferrero había mostrado algunas de sus obras pictóricas en galerías y exposiciones pero ahora ve que sus trabajos artísticos se convierten en una exposición itinerante que se muestra allá donde van las personas tatuadas.

Entre ellas figuran de todas las edades, como una clienta que hace unas semanas vino con su madre, de 79 años, para que se hiciera su primera impresión en la piel.

También recibe peticiones de todo tipo, como un urinario que le pidieron tatuar porque era una obra de arte de Duchamp o “un triste cartón de leche”. No se trataba de que fuera muy triste tatuar ese objeto, sino que la mujer que se lo solicitó quería que el envase lácteo tuviera expresión de tristeza porque ella es intolerante a la lactosa.