Cargando...

Sociedad

Ser Hijo

"Creo que uno es hijo sin saberlo... Hasta que algo duele, falta o termina"

La escritora y columnista zamorana, Olga Seco Olga SecoLa Razón

Ser hijo es vivir con la sensación de que hay algo por lo que siempre vas a llegar tarde. Sí, algo que no sabías que pasaba mientras pasaba. Algo que cuando lo entiendes, ya no está...

Ser hijo es ver a tus padres como gigantes durante años, hasta que un día, sin que nadie lo anuncie, descubres que se cansan, que se equivocan, que incluso tiemblan. Y entonces empieza el desconcierto: cuando ya no sabes si sigues siendo hijo o estás empezando a hacer de padre de tus padres.

Creo que uno es hijo sin saberlo... Hasta que algo duele, falta o termina. Ahí es donde se revela todo: los silencios, las ternuras torpes, los gestos que no entendiste en su momento y que, con los años, se vuelven transparentes. También las ausencias que eran formas discretas de amor y las frases que parecían duras y que hoy te protegen.

Ser hijo es una relación sin simetría. Uno nunca alcanza a amar con la misma pureza con la que fue amado. Porque el hijo no lo ve. Solo lo vive. Solo lo da por hecho. Hasta que un día, ya adulto, repasa escenas que en su momento pasaron desapercibidas: un abrigo que apareció cuando empezaba a llover, un plato caliente sin pedirlo, una mano sujetando la fiebre toda la noche sin decir ni una palabra.

¡Y entonces entiendes todo!

Entiendes que el amor de los padres tiene la forma de "cuna. La misma que muchas veces no se nota, pero sostiene. La que no hace ruido, pero aguanta.

Con el tiempo, ser hijo es también aprender a perdonar lo que no supieron darte. Porque seguramente nadie se lo dio a ellos. Y porque lo que sí te dieron, muchas veces, fue a costa de sí mismos.

Ser hijo es haber sido querido antes de saber hablar. Y llevar ese amor pegado al cuerpo, aunque a veces lo olvides, aunque a veces te duela...

Y ser buen hijo, quizás, es eso: recordar que alguien estuvo ahí cuando tú no eras nadie todavía. Y estar tú, cuando a ellos ya no les queda casi nadie más.

La cuestión es que lo entiendes cuando ya no hay prisa, pero tampoco tiempo. Cuando empiezas a repetir sus frases sin darte cuenta. Cuando haces la compra y eliges lo que les gustaba. Cuando escuchas su voz en la tuya. Y ya no es nostalgia, es algo más hondo: una forma de estar acompañado incluso en la ausencia...

No se trata de ser un buen hijo. Eso no existe. No hay evaluación, ni premio. Solo hay momentos. Algunos que cuidaste. Otros que se escaparon. Y una lealtad que no se explica pero se lleva dentro. Como una voz muy antigua que dice, simplemente: “estoy aquí”.

Incluso ahora. Incluso después.