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Cuando Chamberlain creyó que Hitler era “un hombre de paz”

Malcolm Gladwell muestra lo imprescindible que es conocer la intención de los desconocidos para evitar fatales malentendidos, desde el caso de Amanda Knox pasando por el suicidio de Sylvia Plath o el «black lives matter»

Chamberlain y HItler en Munich
Chamberlain y HItler en Municho.Ang.Bundesarchiv

Al leer un texto, el primer mecanismo que se pone en marcha en el cerebro para otorgar sentido a lo que se lee es dar por descontado que lo que está diciendo es cierto. Es decir, el sistema de referencia de la realidad se limita al texto, así que es lo único que puede valorar. Por ejemplo, si decimos que Borges era un hombre pequeño que entró agachado por una puerta de arco enorme, el lector ha de creer que esta afirmación es cierta. Uno imaginará a un Borges agachado a lo Groucho Marx pasando por una puerta enorme. A partir de esta imagen el discurso generará preguntas como ¿por qué Borges pasaría agachado por una puerta enorme? Si era pequeño, como dice el texto, no tendría ninguna necesidad y esta incongruencia empezará a generar ciertas dudas. Ahora bien, un lector no leerá nunca esta frase y gritará, “eso no es cierto”. ¿Puede el escritor de la frase “Borges era un hombre pequeño que entró agachado por una puerta de arco enorme” engañarnos desde el principio y que Borges en realidad fuese un hombre grande que nunca se agachaba? Sí, es una posibilidad que el lector nunca tomará en consideración, al menos al principio. Las personas funcionan como textos, el primer mecanismo es creer lo que reflejan sus rostros, expresiones, sus tonos y sus palabras. ¿Pueden mentirnos? Sí, es fácil mentir y es todavía más fácil que te crean, como hemos visto. Aunque esta no es la pregunta clave. La pregunta clave es, si las personas son como un texto, ¿podemos malinterpretarlo por completo, como si funcionase con un sistema de referencias contrario al nuestro? Sí, ocurre todos los días, y sus consecuencias pueden llegar a ser fatales.

Ésta es la base de “Hablar con extraños”, (Taurus) el nuevo ensayo de Malcolm Gladwell, un profundo estudio sobre todo lo que puede salir mal en nuestra interpretación de los otros y cómo el desfase entre realidad y comprensión de dicha realidad a veces son fenómenos totalmente contrarios. “Sería muy interesante descubrir qué es lo que ocurre en el momento en que alguien te mira y ya dibuja todo tipos de conclusiones sobre ti”, comenta el autor, que a través de diferentes casos muy conocidos saca a relucir lo que él denomina como “sesgos de veracidad”.

Los casos son abrumadores, como el caso de Sandra Bland, una joven afroamericana que fue parada en Texas por un policía por cambiar de carril sin poner el intermitente. Después de una acalorada discusión, la joven se negó a apagar el cigarro que había encendido nerviosa en su coche mientras que el policía comprobaba su carnet de conducir. Tuvo que salir a punta de pistola de su coche y acabó tres días detenida en un calabozo hasta que se suicidó en la cárcel. Éste fue uno de los incidentes que encendió el movimiento “black lives matter” y sirve para dibujar lo que podría haber ocurrido si el policía hubiese funcionado de manera empática ante una mujer nerviosa. “Si puedo convencerte de una única cosa con este libro, que sea esta: los desconocidos no son simples”, asegura.

El libro habla, entre otros ejemplos, de cuando Neville Chamberlain, primer ministro de Gran Bretaña, creyó ver en Adolf HItler un “hombre de paz”. EL político conservador había sido un hombre inteligente y creyó posible una política de apaciguamento con el gobierno nazi, un error histórico al no ser capaz de interpretar hasta qué punto HItler podía llevar sus ideas. A partir de aquí, el libro nos descubre historias de espías, de Fidel Castro, estudios de la policía en Kansas City que demostraban que patrullar por la ciudad no sirve de nada, pero sí detener a coches sospechosos y decomisarles las pistolas si se descubre que tienen, incluso de la serie “Friends”. Según Gladwell, la popular serie es culpable de una de las falacias más grandes a la hora de interpretar las acciones de desconocidos, y es que podemos leer perfectamente lo que les pasa con su cara. Cuando Chandler, Joey, Ross, Phoebe, Mónica o Rachel estaban enfadados, los leías a la perfección. Cuando estaban nerviosos, alegres, tenían miedo, vergüenza, lo mostraban casi como si fueran actores de cine mudo. Su éxito internacional es fruto de esto, que casi no necesitabas entender lo que decían, porque lo actuaban a gritos con sus expresiones. Pero la vida real no funciona así.

Uno de los casos más sorprendentes del libro es el de Sylvia Plath ya que relaciona el suicidio de la poeta con la forma que se suicidó. A principios de los 60, el método más popular para suicidarse era utilizar el gas natural de las casas. Plath, por ejemplo, se suicidó poniendo su cabeza en el horno. Sin embargo, en 1964 se cambió el sistema de calefacción y empezó a utilizarse el llamado gas ciudad, que imposibilitaba este método. Los suicidios bajaron en un año a la mitad. ¿Podía haberse salvado Plath? Su determinación en quitarse la vida era clara, sin embargo la facilidad a la hora de conseguirlo no hizo más que abrir más la posibilidad. Gladwell relaciona este hecho con los suicidios en Estados Unidos. La mitad son por armas de fuego. ¿Si se pusiesen más problemas para conseguir un arma descenderían los suicidios? La respuesta es un lógico sí.

El libro incluye extractos de diálogos reales, en interrogatorios o juicios, que ponen los pelos de punta, desde el caso de Amanda Knox, acusada de asesinar de forma violenta a su compañera de piso en Italia hasta que el Tribunal Supremo italiano la encontró inocente hasta algunos casos de violación en las universidades americanas, donde una de cada cinco estudiantes asegura haber sufrido alguna agresión sexual. Hablen con extraños, hablen, y recuerden, “los desconocidos nunca son simples”