Coronavirus
Crónica de un día en Barcelona a las puertas del confinamiento
Tiendas de alimentación y farmacias siguen abiertas a la espera de la decisión de las autoridades
«I’m lost». Es decir, «estoy perdida». Esas eran las palabras en inglés que decía una anciana en el barcelonés barrio de Sants ayer, mientras le pedía ayuda a una joven. No sabía a dónde podía ir, qué había abierto o cerrado en esa parte de la capital catalana. Y esa es la sensación que produce en muchos pasear por una ciudad que, como el resto del país, se siente perdida.
A primera hora de la mañana, Barcelona parecía vivir un día de mediados de agosto, ese momento en el que hay poco tráfico y no mucha gente por sus calles. Ayer, los que se atrevían a salir, en un tramo que va desde Sarrià hasta Sants, tenían algo en común: la mayoría llevaba carros o bolsas que indicaban que venían de algún supermercado o tienda de alimentación. Tras el anuncio del estado de alarma por parte del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de la petición del confinamiento de Cataluña por parte de Quim Torra, presidente de la Generalitat, algunos fueron a por provisiones tal vez pensando que se acaba el mundo, que un Apocalipsis desconocido y nunca imaginado está a punto de caer sobre todos nosotros. Puede que tengan razón, aunque también es muy posible que se equivoquen. Las autoridades, pero también los responsables de cadenas de alimentación o entidades como Mercabarna han garantizado que habrá alimentos para todos, incluso papel higiénico que parece haberse convertido en el nuevo oro. Ayer no era fácil ver a algunos llevar consigo paquetes con este papel como si no volviera a fabricarse nunca más.
Algunas cafeterías se mantuvieron abiertas, pero no para que se pudiera tomar algo en la barra o sentado en la terraza. Eso, por el momento, se aplaza. Si estaban abiertas era para poder servir a sus clientes y que estos se llevaran lo pedido a casa. Porque esa es la petición que se hacía en todas partes: tras las compras necesarias, hay que regresar a casa y encerrarse.
Las consecuencias del coronavirus se empiezan a notar en los hoteles y las pensiones de Barcelona. Por ejemplo, uno de los principales hoteles del barrio de Sants colgaba un cartel en su puerta advirtiendo que ya no acogía más clientes hasta que acabara todo esto y solamente podían seguir en sus habitaciones aquellos que ya llevaban días pernoctando. En una pensión cercana, uno de sus responsables aseguraba al autor de estas líneas que pese a que a principios de este año ya tenían casi asegurada la mitad de las reservas para este ejercicio, todas se estaban cancelando. Solamente les quedaban un par de clientes en una de las habitaciones que todavía ignoraban si podrían volver a su país de origen.
El volumen de tráfico registrado en los principales accesos del Área Metropolitana de Barcelona durante el sábado descendió un 54% de salida y un 55% de entrada hasta las 19 horas. En un comunicado, el Servei Català de Trànsit (SCT) informó de que la disminución se mantiene y comenzó este viernes a partir de las 16 horas, cuando el volumen de tráfico se situó en un 24% por debajo de la media. Estos porcentajes se obtuvieron tras comparar las cifras de movilidad de este viernes y sábado y los anteriores.
Donde el tráfico pareció estacionarse ayer fue en la Cerdanya donde numerosos barceloneses con segunda residencia fueron instalándose huyendo de la ciudad. Es el mismo ejemplo insólito de insolidaridad puesto en marcha por los madrileños que se escaparon al Levante probablemente infectados con coravirus. No hay fronteras para desobedecer a los que reclaman que nos quedemos en casa.
En la estación de Sants, los taxistas tenían aparcados sus coches, haciendo cola esperando a los clientes que nunca llegaron. Muchos viajeros habían decidido aplazar en el último momento su traslado a Barcelona. El único espacio de esta estación en el que sí que había tráfico de gente como si fuera un día normal, tal vez con más público que otros días, era lógicamente en su gran farmacia. Pero el servicio de trenes de Ferrocarrils de la Generalitat de Cataluña (FGC) finalizó anoche a las 23 horas como medida del Govern para gestionar la emergencia sanitaria por el coronavirus, en el marco del plan Procicat. A través de un comunicado, FGC informó de que este tipo de medidas tienen como objetivo mantener la prestación de los servicios de transporte colectivo garantizando el cumplimiento de las recomendaciones de las autoridades sanitarias para usuarios y trabajadores.
En las farmacias es donde no se para el mundo estos días. En una céntrica del barrio de Sarrià, las empleadas reciben a los clientes con mascarillas y guantes pidiendo que se mantengan alejados a un metro de distancia. No quieren problemas, ni que haya la mínima posibilidad de cualquier trasmisión de contagio. En la misma zona, en otra farmacia, nada de esto ocurre y las farmacéuticas no cuentan con ninguna protección. Eso sí, siguen entrando, incluso cuando un anciano entra tosienco y proclama que «todos somos unos hipocondríacos». La farmacéutica que lo atiende no puede evitar que se le escape la risa cuando lo escucha.
Algunos servicios, más allá de la sanidad o la alimentación, siguieron abiertos. Es el caso de las oficinas de correos que ayer seguían atendiendo a aquellos que querían enviar o recibir correspondencia. Eso sí, se mantenía la distancia de un metro entre el funcionario que atendía. Alguien se había dejado un código postal necesario para realizar un envío. «Puedes volver el lunes. Estaremos abiertos», le dijeron. Sí, habrá lunes porque siempre seguirá saliendo el sol pese a todo.