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Coronavirus: El hospital cubano que confinaba a los enfermos de sida

En 1989 se abrió en Pinar del Río un centro para aislar a seropositivos de la población, pero que con el tiempo consiguió el efecto contrario, que muchos se infectasen sólo para poder entrar

Imagen de uno de los sanatorios que en los 90 internaron a enfermos de sida en Cuba
Imagen de uno de los sanatorios que en los 90 internaron a enfermos de sida en CubaArchivo

El confinamiento y aislamiento de enfermos para evitar contagios es una práctica que se ha realizado con éxito desde el siglo II, pero que pocas veces ha provocado una situación tan inverosímil como la que ocurrió en Cuba en los años 80. Estamos hablando de la época de la gran irrupción del sida, cuando todavía la sociedad no entendía qué era y qué significaba aquel temible virus. La idea que tuvo el gobierno cubano fue levantar un hospital al sur del país donde aislar a los infectados e intentar romper de cuajo cualquier cadena de transmisión.

EL primer caso registrado en la isla fue la de un militar proveniente de África, que regresó a Cuba en 1985. Pronto, le siguieron muchos más y el gobierno, temeroso de que la epidemia se extendiese sin poder controlarla, decidió detener a todos los infectados e internarlos en un centro de confinamiento. Al principio, estos centros se limitaban a sanatorios o instituciones mentales insalubres, pero al final de la década se intentó buscar una solución más específica, acogiendo a todos los enfermos en un único lugar.

En 1989 se inauguraba así el hospital de Pinar del Río, al oeste del país, un lugar teñido de misterio, que pronto se descubrió que no era otra temida cárcel cubana, sino un espacio pionero. Es más, pronto trascendió que los enfermos tenían cierto grado de libertad encerrados dentro. Estaban bien alimentados, cuidados, medicados e incluso podían realizar todo tipo de actividades, desde tocar en grupos de música, participar en grupos teatrales, hasta pintar. Dentro de las oportunidades había hasta trabajos remunerados.

El boca a oreja fue tal que la idea original del centro, confinar a los enfermos para detener la cadena de infección, empezó a provocar el efecto contrario. Docenas de jóvenes cubanos que malvivían en las calles decidieron infectarse de forma voluntaria, ya fuese por inyecciones intravenosas o sexo sin protección, para poder entrar en aquel extraño centro que desde fuera parecía un shangri-la. Incluso existía la figura del contagiador, elemento codiciado dentro del colectivo. El libro del doctor Jorge Pérez Ávila, “Sida: confesiones de un médico”, da buen recuento de ello.

Un grupo de unos 50 punk y heavies cubanos, denominados por todos y por sí mismos “los frikis” fueron los que cayeron en la tentación de infectarse y poder vivir así juntos y aislados en aquel perímetro. En aquel momento no existían retrovirales, así que la temeridad de esta acción era absoluta. Aún así, la ignorancia de lo que era en realidad el sida y el hecho de que sentían que no tenían nada que perder, hicieron que la práctica se extendiese.

En un principio, se pudo contener rápido la epidemia, pero pronto la situación volvió a desbordarse. En los años 90 se abrió el hospital para que los enfermos no tuvieran que permanecer forzosamente en sus inmediaciones, pero la mayoría, hasta un 80 por ciento, ya había construido una vida allí dentro y no querían salir. Era mucho más sencillo seguir viviendo confinados con los suyos que en libertad siempre vigilantes ante los prejuicios de la mayoría. EL sanatorio de Pinar del Río cerró en 2010, pero desde que se abrieron otros trece en la isla. En la actualidad quedan tres abiertos.

En la actualidad existen 25.400 personas con VIH en Cuba, con 2,200 nuevos casos confirmados en 2018. La medicina cubana se ha volcado en una enfermedad que ya ha interiorizado. El país fue el primero en conseguir, por ejemplo, que ninguna madre con anticuerpos transmitiese el virus a su bebé. Además, se trabaja en la llamada Teravac-VIH, una vacuna propia contra la enfermedad.