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Confinado entre el centeno

El escritor J. D. Salinger solamente rompió su silencio cuando vio atacada su privacidad

El escritor J.D. Salinger
El escritor J.D. Salingerlarazon

El 3 de noviembre de 1974, la periodista de “The New York Times” Lacey Fosburgh publicaba una de esas exclusivas soñadas: lograba que rompiera su largo silencio J. D. Salinger, uno de los escritores más leídos y a la vez más misteriosos para el gran público. Salinger, autor de “El guardián entre el centeno”, hacía años que había decidido renunciar a la vida pública optando por un confinamiento que había provocado no pocos ríos de tinta. Desde 1963, sus muchos lectores no habían podido disfrutar de ninguna una nueva novela o de ningún nuevo cuento escrito por él. J.D. Salinger había optado por escribir por y para J.D. Salinger.

Pero en 1974 algo de importante pasó para que se viera obligado a dejar por unas horas su voluntario aislamiento. Desde hacía unas semanas había empezado a circular por varias librerías, sobre todo universitarias, de Estados Unidos ejemplares de un supuesto nuevo libro de Salinger en el que se reunían la totalidad de los relatos breves que había publicado en varios medios. El escritor, tan cuidadoso con su intimidad como con sus derechos de autor, no podía tolerar que eso sucediera.

Tras el éxito de “El guardián entre el centeno”, el celo del escritor por proteger su intimidad fue creciendo hasta la desesperación. A finales de los años cincuenta empezó a encerrarse en sí mismo, a confinarse y a alejarse de todos. Dejó de escribir pensando en publicar, además de negarse a conceder entrevistas o posar para fotografías. Alimentó, sin saberlo, un mito con el que nunca se sintió cómodo. Desde su casa en Cornish (New Hapshire), se dedicó todos los días a cumplir la misma rutina: a primera hora de la mañana tomaba su desayuno y se lo llevaba al estudio en el que trabajaba escribiendo hasta bien entrada la noche. Nadie más podía acceder a ese espacio de privacidad, de aislamiento total, ajeno de todo cuanto estuviera pasando en el mundo. David Shields, el biógrafo del autor de “Franny y Zooey”, apunta sobre ese lugar que “cuesta no pensar en el búnker como forma de regresar a la guerra, a la Segunda Guerra Mundial. El búnker le debía recordar a Salinger que tenía que estar escribiendo sobre las cuestiones más graves de la existencia. También funcionaba como una valla que lo separaba del mundo. Dios no quisiera que él oyese la radio de un coche que pasaba o un pájaro volando en el cielo. En tanto que escritor, tienes que dejarte llevar por tus impulsos estéticos, sí, pero el mundo también necesita llegar a ti, para que no acabes desapareciendo en tu propio canal alimentario”. Otro de sus biógrafos, Paul Alexander, señala que en ese espacio había instalado una vieja cama del ejército, además de un teléfono. “Todo estaba diseñado para que él literalmente nunca tuviera la necesidad de salir del búnker. Podía quedarse allí escribiendo, día y noche, durante días y días, que se convertían en semanas”, asegura Alexander. En este sentido, el escritor hizo una distinción entre su propio espacio y el destinado a su familia en su propiedad de Cornish. Uno de sus amigos, A. E. Hotchner, recuerda que Salinger “se fue confinando cada vez más a un búnker de cemento y a Dios sabe qué otros lugares, rechazando el matrimonio y otras cosas”.

Resulta paradójico que la obsesión por el secretismo fuera haciendo más famoso a Salinger con el paso del tiempo. Los lectores empezaron a respetar su silencio, su falta de ganas de llevar a imprenta sus nuevas historias, ya fueran novelas o relatos breves, que solamente buscaban un lector: el mismísimo J.D. Salinger. Los fieles del escritor se tuvieron que conformar con regresar a los libros ya publicados y a las revistas en las que habían aparecido sus primeros cuentos, como “The New Yorker”, Esquire” o “Collier’s”. Pero no era fácil, más de un ejemplar de esas revistas, que en muchas ocasiones aparecían en mercadillos o librerías anticuarias, no estaban completos, carecían de los relatos buscados, pues algún incondicional del autor había arrancado las páginas. Eso es lo que hizo que unos incondicionales de la causa se dedicaran a recopilar esas narraciones en dos volúmenes bajo el título de “The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger”, una edición no autorizada que salió a la calle con una tirada de 25.000 ejemplares. El enfado del escritor fue colosal y no le quedó otro remedio que romper su silencio.

Un día de noviembre de 1974, una joven reportera llamada Lacey Fosburgh recibió una llamada telefónica. Al otro lado de la línea alguien se presentó como “un tal Salinger”. Pese a que la intención era solamente hablar unos pocos minutos, la conversación se extendió por espacio de media hora, tiempo en el que Salinger se refirió a su silencio: “Existe una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Todavía. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo solamente para mí y para mi propio placer”.

Salinger murió el 27 de enero de 2010 en Cornish sin volver a ofrecer ninguna otra entrevista y sin publicar ninguna línea. De la obra inédita que dejó tras su fallecimiento poco se sabe y tampoco hay noticias de su inminente publicación.