Coronavirus

Escenas de la vida cotidiana

Desescalada en Sitges (Barcelona)
Aspecto de la playa del paseo marítimo de Sitges EFE/Quique GarcíaQuique GarciaEFE

De la vida cotidiana que llevábamos antes. La vida previsible que teníamos aprendida de memoria porque nos parecía que iba a durar siempre. La vida que dejamos atrás no hace ni siquiera tres meses y que ahora nos parece tan lejana.

La añoramos, y nos gustaría que lo que ha pasado fuera solo un paréntesis y que las cosas volvieran a su sitio. Que se recuperase el guion interrumpido y las imágenes discurrieran de nuevo ante nuestros ojos. Las imágenes de aquellas viejas escenas que, de tan comunes y repetidas, apenas nos llamaban la atención.

El café a media mañana en compañía del periódico, sin duda uno de los ritos distintivos de nuestra civilización.

El grupo de turistas arremolinados en torno a un guía.

La doble fila de niños cogidos de la mano que caminan por la acera con formalidad adulta escoltados por sus maestras.

La pareja de jóvenes que aborda con una sonrisa a los transeúntes pidiéndoles un minuto de tiempo para contestar a unas preguntas, y qué pocos les dan esa limosna.

Los empleados que salen a fumar a la calle con la mirada perdida y la expresión ausente.

La pequeña algarabía de las entradas y salidas de los colegios.

La animación de las palomitas en los vestíbulos de los cines.

El bullicio de los restaurantes.

Los escolares cargados de móviles y mochilas que hacen cola desganados en la entrada de un museo.

Los jubilados que se van turnando en la ocupación de los bancos de la plaza... Aunque aparentemente entretenidos en inspeccionar el cielo y observar a los viandantes, lo que más les gusta es perderse por los caminos de la memoria.

El andar tranquilo, no este de la desescalada, entre imperativo y protocolario, también reglamentado, y las filigranas que hacen algunos para esquivar y no encontrarse de frente, y el recuento de los que llevan o no mascarillas.