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Coronavirus
Que, aplicado a las circunstancias actuales, remite, como casi todo en estos tiempos de la nueva normalidad, a la pandemia que no cesa. Y, en concreto, a las normas dictadas para prevenirla y hacerle frente en dos ámbitos de la vida que muy poco tienen que ver entre sí: el de los locales de ocio nocturno y el de las bibliotecas (quede para otra ocasión lo de las escuelas).
A los primeros se les permitió ya abrir, con determinadas limitaciones de aforo, en la tercera fase de la desescalada; las segundas continúan cerradas al público y se limitan a ofrecer el servicio de préstamo y devolución de libros.
Puede uno entender que los locales de ocio nocturno forman parte del engranaje del turismo y, por consiguiente, de la reactivación económica, y que, en este terreno, la cultura lleva siempre las de perder. Pero si de lo que se trata es de prevenir contagios y detener la propagación del virus, es decir, si prevalecieran las razones sanitarias, la cosa cambia. Porque, tomando en consideración estas últimas razones, a nadie se le escapan las enormes diferencias entre unos y otras. La distancia de seguridad, pongamos por caso, y la obligación de llevar mascarilla, ¿dónde se guarda mejor? El riesgo de contagio, ¿dónde es más fácil, en el ruidoso movimiento de uno de esos locales o en la quietud silenciosa de una biblioteca? Que los libros, al tocarlos, pueden contagiar, dicen, y por eso hay que reservarlos vía telemática y no está permitido que el usuario acceda a las estanterías, ¿pero qué ocurre con las copas y los vasos y las mesas de una discoteca?
Por no entrar en consideraciones de otra índole, como la función social de lugar de estudio y fomento de la lectura que cumplen las bibliotecas públicas, que en 2018 –últimos datos disponibles– acumularon en Cataluña un total de 9.648.051 libros prestados, con 24,5 millones de visitantes.
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