Opinión

De arte y religión

El MNAC reabre sus puertas
Un visitante recorre el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC)Andreu DalmauAgencia EFE

Entra uno en cualquier museo e irremediablemente –salvo en esos de arte contemporáneo con que un montón de ayuntamientos creyeron adornar su ciudad despilfarrando con insensatez el dinero público en aquellos alegres años de las vacas gordas– encuentra en ellos algún cuadro de tema religioso: la historia no se puede cambiar, por más que a algunos les gustaría hacerlo; el pasado fue así, pese al empeño de no pocos por olvidarlo o enturbiarlo o tergiversarlo; la cultura de la que venimos germinó en ese semillero, y muchos estamos convencidos de la fecundidad de tales raíces (y deberíamos acaso sentirnos orgullosos también, por qué no).

Con frecuencia, a la vista de cualquiera de esos cuadros, o con solo leer sus títulos, se afianza uno en la convicción de que para entender y disfrutar mejor el arte, llamémosle clásico, es imprescindible el conocimiento, siquiera sea somero, de la historia. De la historia de la religión en este caso (la historia sagrada de las escuelas de antaño), entendiendo por tal no las cuestiones más o menos espesas y espinosas de la doctrina o el dogma, sino los episodios y nombres, de origen bíblico en su mayor parte, que a lo largo de los siglos perduraron en el imaginario colectivo y formaron en él un poso cultural común a todas las naciones occidentales o de tradición cristiana.

Y la pregunta que se suscita inevitablemente a continuación es si no se estará perdiendo todo ese legado, si todos esos episodios y nombres –de personajes bíblicos, de santos, de mártires, de profetas, de milagros y apariciones, de reyes y emperadores antiguos...– no estarán cayendo en las tinieblas del olvido, si todo ese bagaje cultural heredado no se estará desperdiciando y despreciando... Si no estaremos con ello privando a las nuevas generaciones de entender un pasado que les pertenece y de disfrutar un patrimonio que no debería resultarles ajeno.