Opinión
Principio de autoridad
Desde que se decretó el toque de queda, han pasado ya más de cinco meses. Como es normal, no todo el mundo lo ha aceptado con idéntica resignación, a buen seguro porque no a todos ha perjudicado por igual. En mi caso, he tenido suerte y apenas me ha afectado. Quizá porque de niño ya viví experiencias parecidas, pues, en mi casa, en cuanto aparecía en la televisión la familia Telerín cantando su inolvidable «Vamos a la cama», era señal inequívoca de que en breve estaría calentando las sábanas, como Pelusín, que era mi favorito entre los hermanos televisivos.
Saltarse hoy la orden de retirada puede suponer una multa de hasta 3.000 euros, mientras que, en mi niñez, no había apenas margen a la desobediencia –entonces, dicho término no era tan popular como lo es ahora– y mucho menos a que ésta llevara a alguna parte, que no fuera la misma cama, pero, eso sí, algo más calentito. Eran otros métodos educativos, de los que no nos quejamos tanto quienes los «sufrimos» (dicho con ironía), como los que pretenden ver a nuestros padres como discípulos del mismísimo marqués de Torquemada.
Con la educación que recibimos teníamos bien inculcado el principio de autoridad, a saber, que a ésta se la respetaba y se la obedecía, al menos, en los ámbitos principales: familiar (padres), escolar (profesores) y social (policía). Y con esto y poco más, salíamos aceptablemente educados, porque el respeto y la educación son cosas que van cogiditas de la mano.
Hoy el principio de autoridad está de capa caída. Demodé y denostado. Pero esta atenuación no es primaria, sino que deriva de la de un principio superior, como es el de respeto. Sin respeto, la autoridad no tiene sentido, es como un pollo sin cabeza. Y, por la correlación antedicha, este abandono de la consideración debida ataca directamente a la línea de flotación de la educación en sí.
Por eso hoy la mala educación es norma, incluso en ámbitos en los que el ejemplo debiera imponerse, como en la política. Y es así porque se ha perdido el respeto a casi todo. Especialmente, a la autoridad. Quizás esto se hubiese evitado si más de uno se hubiera ido, de vez en cuando, calentito a la cama.
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