Opinión
El polinesio y el carnet de la república
Servidor se casó por primera vez y única a la prudente edad de los cuarenta y dos años, es decir la edad en la que los hombres dejamos de ser unos inmaduros integrales y pasamos a ser solo inmaduros. Como ya tenía la vida profesional orientada, decidimos con mi mujer hacer un gran viaje de novios y nos fuimos a la isla de Pascua y luego a la Polinesia.
Bora Bora es una isla preciosa, pero es la que no hay casi nada de qué hacer, excepto visitar un supuesto poblado polinesio, una turisteada que cuesta un pastón donde señoras y señores pintados de supuestos aborígenes, bailan, te ponen collares y te invitan a hacer el guiri que es de lo que se trata.
El supuesto polinesio en jefe, cuando nos vio al grupo nuestro el de habla hispana, se nos acercó y nos explicó que había estado un tiempo en España, concretamente en Salou porque le salió un trabajo en la atracción de Polinesia vestido de polinesio tocando el tambor en Port Aventura, que guardaba un recuerdo sensacional porque se lo pasó de cine bebiendo sangría y tomando paella además de ganar unos buenos euros.
Delante nuestro iba una mujer ataviada para la ocasión es decir con un pareo de flores, que inmediatamente le saltó a la yugular dialéctica al pobre polinesio y le corrigió “usted no ha estado en España, ha estado en Catalunya y venir de Cataluña para decir que ha comido paella y bebido sangría dice muy poco de su actitud”. El pobre polinesio casi se queda blanco y se le cae la pintura, sólo se le ocurrió decir que además allí en Salou había conocido mujeres muy guapas y de muchos países.
La señora más enfadada todavía le explicó que Cataluña es un pueblo milenario que no tiene nada que ver con España, le recriminó que no le hubiese dicho nada de la Sagrada Familia, ni de nuestros paisajes como por ejemplo Montserrat y no siguió porque le interrumpió el inicio de la danza aborigen.
Me dio pena el pobre presunto aborigen, me acerqué a él, le dije no se preocupara y que no hiciera mucho caso, “en mi tierra hay gente que se cree que vive en un país imaginario”.
Miren por donde yo si fui un pitoniso y no el presunto chaman de la tribu polinesia que nos miraba con curiosidad.
Ahora sólo falta que esa señora si vuelve a la Polinesia o mejor a Estados Unidos, al aborigen o al mulato de turno vestido de policía en el aeropuerto para entrar en el país le enseñe el carnet de la República catalana. Veremos cómo arregla el lío la Embajada de España correspondiente.
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