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Opinión

La liga de los ricos

Imagen de los balones de la Champions League en la previa del partido entre Liverpool y Real Madrid.
Imagen de los balones de la Champions League en la previa del partido entre Liverpool y Real Madrid.Peter PowellEFE

Los partidos se jugaban los domingos por la tarde, a la misma hora más o menos todos, excepto el que daban por la televisión, que se retrasaba un poco, y los aficionados los seguían por la radio, desde su casa o desde el estadio al que acudían para ver y animar al equipo local. Los clubes se nutrían sobre todo de la cantera y competían, futbolística y económicamente, de acuerdo con sus posibilidades.

Así hasta que empezaron a primar los dictados de las televisiones, que adquieren los derechos e imponen los horarios: partidos a todas horas, y no solo durante el fin de semana, pero pagando, y para qué ir entonces a los estadios a ver equipos de tercera división si por una módica cuota se puede asistir desde el sofá a un partido de los grandes. Todos quieren participar en el reparto, y para ello hay que reforzarse, traer un par de figuras, endeudarse si hace falta. Lo que sea con tal de sentarse a la misma mesa que los grandes. Pero, ay, los pequeños no pueden competir y la desigualdad entre los equipos se va agrandando.

Y ahora la dichosa superliga esa, que, de salir adelante, comportará diferencias estratosféricas de presupuesto y de plantilla, un abismo insalvable entre los más ricos y los que se queden fuera. Que lo hacen, dicen sus promotores, para salvar el fútbol… Pero ¿a quién va a favorecer? No al fútbol modesto, que fue siempre el que sostuvo todo el edificio, su raíz y fundamento. Y no desde luego a los aficionados, sin los cuales todo el tinglado se vendría abajo, y harán muy bien estos en desentenderse y dejarlo caer. Pues solo cuando atienda más a los cantos de la afición que a las cuentas de la gestión, el fútbol volverá a ser lo que fue: un deporte en el que se juega para ganar partidos y no para generar dividendos.