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Claude Cahun, la autora que escribía contra ella misma

WunderKammer publica «Confesiones inconfesas» de la inclasificable artista francesa

Uno de los autorretratos de Claude Cahun
Uno de los autorretratos de Claude CahunClaude Cahun/WunderKammer

Cuando hablamos de la revolución artística que tuvo lugar en Francia en los primeros años del siglo XX, siempre nos quedamos con los nombres de sus protagonistas masculinos. Es como si no existieran las mujeres, pese a que en esos “ismos” también tuvieron gran importancia ellas, aunque aparezcan desdibujadas en los manuales de historia. Hubo muchas, como Dora Maar, Valentine Hugo o Lee Miller. WunderKammer acaba de rescatar a una de ellas, probablemente la más inclasificable de todas, como es el caso de Lucy Renée Mathilde Schwob, más conocida como Claude Cahun.

«Confesiones inconfesas», un libro con ecos dalinianos, es un texto publicado originalmente en 1930 y donde la artista dejó fijadas las bases de lo que ella entendía por creatividad, algo que empezaba jugando con su propia identidad. Porque estamos ante un libro difícil de clasificar donde la autora hace y deshace textos, a veces a la manera de un «collage» de relatos, pero también de imágenes. Pero, ¿quién era Claude Cahun?

Nacida en Nantes en 1894, pertenecía a una familia burguesa en la que el escritor y crítico literario judío Marcel Schwob era su tío. Tras estudiar en Surrey (Inglaterra) pasó a la Sorbona de París para dedicarse a la carrera de Filosofía y Letras. Estaba en la ciudad adecuada en el momento adecuado. El cubismo había plantado cara al arte más académico. Los surrealistas estaban empezando a sacar la cabeza. Se había acabado esa vieja idea del arte por el arte. Se buscaba el compromiso y sorprender al espectador aunque sea convirtiendo un orinal en una fuente, como hizo Marcel Duchamp en 1917. Fue precisamente en ese año cuando Claude Cahun se instaló definitivamente en París junto a su inseparable compañera la ilustradora Suzanne Malherbe, más conocida como Marcel Moore. Con ella, que también era su hermanastra, se acercó hasta todo lo que se está promoviendo artísticamente en París.

Fue en 1914 cuando empezó a trabajar con la fotografía que le ofrece el espejo que ella necesita para reflejar su creatividad. Para ella un medio tan importante como el que podía aportarle la palabra escrita. Con la cámara, igual que con la narrativa, puede construirse varias identidades, puede crear la máscara que necesita para jugar a la autoficción. Cuando le preguntaron por su público ideal, Cahun no vaciló en proclamar que «basta decir que escribo, que deseo escribir ante todo contra mí. A fin de cuentas, la elección de la persona, de la colectividad a la que uno se dirige tiene bien poca importancia. Es como un remedio, un veneno que se prepara cuidadosamente para alguien cercano y que mata o sana lo ignoto en la otra punta del mundo».

Respetada y aplaudida por camaradas de vanguardia como André Breton, Man Ray, Robert Desnos o Georges Bataille, en «Confesiones inconfesas» demostró su libertad sin fisuras en todos los aspectos, desde el punto de vista sexual al tratamiento del lenguaje, además de combinar la palabra con la imagen, sus personalísimos fotomontajes elaborados por Moore y que no tienen nada que envidiar a los «collages» de Max Ernst. El libro editado por WunderKammer bajo el cuidado y traducción de Cristian Crusat, a partir del texto fijado por François Leperlier, es una de las obras claves de la vanguardia, más concretamente, del surrealismo y que se puede poner a un mismo nivel, por ejemplo, de «Nadja» de André Breton o «Vida secreta» de Salvador Dalí. Pese a que su primer «ismo» fue el simbolismo, su trabajo apareció en el mismo año en el que Breton dio a conocer el «Manifiesto del surrealismo».

Este último escribió una interesante carta a Cahun poco después de que se conocieran. En ese primer encuentro, la artista le entregó un ejemplar de estas «Confesiones inconfesas» provocando un gran impacto en el intelectual: «Mentiría si le dijera que puedo ignorarla cuando considero lo que allí está escrito. Es bastante serio, me parece, y he estado bastante inquieto durante horas», le asegura para preguntarle finalmente que «¿Qué he hecho yo para que me conceda esta atención, y más aún esta propuesta por fuerza conmovedora que usted me hace de una parte importante de su actividad?»

Claude Cahun siempre mostró su rostro, aunque lo desdibujara de muchas maneras. En su libro reconoce, a la manera de declaración de intenciones, que «me entretengo en observar, indiscreta y brutal, bajo las tachaduras de mi alma. En ellas, las intenciones mal conducidas se encuentran reconducidas, amorradas; otras arrasaron a su través».