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Cuando Marcel Proust se escribía con la vecina de arriba
Elba Editorial publica un fascinante y personalísimo epistolario inédito del autor francés
En 2010 abrió sus puertas en París el denominado Musée des Lettres et des Manuscrits, una de las más interesantes colecciones privadas dedicadas a los manuscritos, con originales de autores como Baudelaire, Lorca, Van Gogh, Einstein, Churchill o Camus, entre otros. Algunos de esos materiales sorprendieron al público por lo que tuvieron de inédito. Ese fue el caso de una colección de cartas, hasta ese momento desconocidas, del escritor francés Marcel Proust con una desconocida para el gran público, para los proustianos de todo el mundo.
Eso es lo que puede encontrar quien se acerque a un pequeño gran libro que la semana que viene se pone a la venta de la mano de Elba Editorial. «Cartas a su vecina» nos permite acercarnos a un ramillete de más de veinte cartas que el autor de «En busca del tiempo perdido» envió a Marie Williams, su vecina en el piso de arriba del mítico 102 del boulevard Haussmann de París. Es una oportunidad única para ver al gran escritor en la intimidad, durante los descansos en la redacción de su gran obra, uno de los indiscutibles hitos de la literatura del siglo pasado.
Hagamos un poco de historia. En 1908, llega a la finca en la que vive Proust un matrimonio formado por el doctor Charles D. Williams, un dentista estadounidense, y su esposa Marie. Ella había nacido en 1855, casándose en 1903 con Paul Emler, el empleado de una compañía de seguros, teniendo un hijo al año siguiente. En 1908, Marie y su marido abrían una consulta de dentista en el tercer piso de la finca en la que vivía Marcel Proust. El escritor que había hecho del silencio una obsesión para poder trabajar, vio que su pequeño paraíso se venía abajo con la presencia de los nuevos inquilinos.
Las cartas tienen precisamente el ruido como uno de sus principales temas, consecuencia de las obras que tienen lugar en el domicilio de los Williams. Es el caso de la misiva en la que Proust agradece a Marie Williams su buena disposición ante un problema que era grave para él: «Es usted muy gentil por preocuparse por el ruido. Hasta ahora es contenido y relativamente próximo al silencio. En estos días, todas las mañanas ha venido un fontanero de las 7 a las 9; es probablemente el horario que él había elegido. ¡No puedo decir que mis gustos se correspondan con los suyos! Pero ha sido muy llevadero, y la verdad es que todo lo ha sido».
Por desgracia, no parece que se hayan conservado las cartas que la vecina de arriba envió a Proust, pero gracias a las misivas conservadas del escritor podemos hacernos una idea de la dedicación y el afecto que Marie Williams le reportaba. Así lo demuestra el autor cuando le asegura que «es para mí siempre un enorme placer recibir una carta suya. La última me ha resultado particularmente dulce, en estas terribles horas en que temblamos por todos aquellos que queremos, y no me refiero con esto solamente a los conocidos».
Marcel Proust y Marie Williams parece que como mínimo solamente se vieron una vez, El doctor y su esposa abandonaron su residencia cuando el inmueble fue puesto en marcha el 31 de mayo de 1919.
Celeste, la fiel criada de Proust, anotó en sus memorias algunas impresiones sobre la pareja: «El dentista era deportista, y salía todos los sábados con su chófer para ir a jugar al golf. Se había casado con una artista muy distinguida, muy perfumada, que era una gran admiradora del señor Proust y se lo había dicho por escrito. Recuerdo que ella tocaba el arpa. Su apartamento estaba en el tercer piso, encima de la consulta de su marido. El señor Proust consideraba que formaban una pareja “dispar”». Celeste reconoció que los dos vecinos probablemente no se llegaran a ver: «Creo que nunca conoció personalmente a la señora Williams, pero mantenían una correspondencia y sé que él apreciaba el refinamiento con el que ella se expresaba en sus cartas».
Como si se tratara de un milagro, tenemos una parte de ese diálogo epistolar, cartas en las que un escritor tiene la habilidad de ponerse en la piel de su interlocutora: la vecina de arriba.
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