Opinión
Las putas, al Congreso
La prostitución llega al Congreso de los Diputados. Y no me refiero a que sus señorías hayan decidido limar asperezas y celebrarlo con una fiesta por todo lo alto y «en la que no falte de ná», sino a que el PSOE se ha comprometido a preparar una ley que regule la que dicen que es la profesión más antigua del mundo.
El lío va a ser mayúsculo. Al sector más conservador, el statu quo ya le está bien: perseguir el proxenetismo sin acosar a las pobres chicas, que bastante tienen con lo que tienen. Que mejor no meneallo, vaya, y menos si quien lo promueve es la izquierda progre y mal llamada feminista, pues esto sólo, de por sí, ya es argumento suficiente para oponerse a cualquier iniciativa que provenga de ahí. Eso sí, habrá que ir con pies de plomo, no se les vaya a ver el plumero y que la gente piense que su oposición descansa en otros motivos más lascivos.
Pero el que peor lo tiene es el sector más desaliñado del Hemiciclo. Querrán proteger a la pobre prostituta explotada, pero, al mismo tiempo, defender a la que quiera ejercer voluntariamente –y cobrando– su derecho a hacer con su cuerpo lo que le dé la republicana gana; y se encontrarán con que si persiguen el consumo –esa es la idea–, también tendrán que perseguir a las mujeres consumidoras, que las hay, torpedeando su propia proclama del derecho de la mujer a tener sexo cuando quiera y con quien quiera. Vamos, que lo tendrán complicado para regular sin ir contra la mujer «moderna» cuya representación pretenden acaparar.
Así, primero el PSOE y sus socios tendrán que hacer encaje de bolillos para encontrar un texto que luzca suficientemente progresista y avanzado, sin perjudicar los derechos de la mujer por los que dicen luchar con tanto empeño; y luego, si eso, lo aprobarán por mayoría pelada. Porque unanimidad no habrá. Eso se lo reservan para cuatro cosas mal contadas, como subirse todos el sueldo –ahí salen casi más «síes» que escaños– y poco más. Hombre, quizás sí la conseguirían si de lo que se tratase fuera de votar en contra de su prohibición. Que nadie quiere perjudicar al colectivo, al que, todo lo contrario, se debe ayudar. Incluso alguna señoría lo podría engrosar cuando se le acabe el chollo de la política, especialmente aquellas que no ven nada indigno en la profesión y consideran a las meretrices unas «compañeras trabajadoras». Que no está el horno para bollos ni debemos hacer feos a posibles trabajos futuros. Ahora bien, señorías, al votar, cuidado no se les vea demasiado el plumero.
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