Opinión
Héroes
Lo son ahora mismo, y con todo merecimiento, los ucranianos que sufren, resisten y luchan por su patria y su dignidad. Lo son los que han dejado su profesión para alistarse en el ejército, y los que, renunciando a una vida cómoda lejos del estruendo de las bombas, han vuelto para defender a su país: unos 80.000, según las cifras que han ido apareciendo estos días en los periódicos.
Acaso tenga mucho que ver con ello el haber vivido bajo el dominio soviético tantos años, hasta la desintegración de la URSS a principios de la década de los 90 del siglo pasado, el haber padecido tantas penurias, que, por ser recientes y tenerlas todavía vivas en el recuerdo, no están dispuestos a volver a soportarlas.
Es esta una lección que deberíamos aprender, los países occidentales, quiero decir, y no estaría de más que nos preguntáramos si seríamos capaces de hacer lo mismo en su lugar. Aunque tal vez no haga falta, pues bastará con ver a cuántas y a qué cosas estamos dispuestos a renunciar nosotros como consecuencia de la guerra y de nuestro apoyo al pueblo de Ucrania: el precio de los alimentos y de la energía, la casa bien caliente a todas horas, las posibles interrupciones en la cadena de suministros, las salidas del fin de semana… Que no es mucho si pensamos en los que lo han perdido todo, en los que no tienen agua ni luz, en los ancianos que se han quedado sin casa, en los niños que oyen asustados el estampido de las bombas, en los millones de refugiados que se han visto obligados a abandonar su tierra. Pequeños sacrificios al fin y al cabo que comportarían solo algún ligero cambio en nuestras vidas acostumbradas al bienestar, nuestro grano de arena en defensa de un país amenazado, la mejor y más efectiva manera a nuestro alcance de contribuir a la causa de la libertad.
Claro que también aquí, como en las sanciones económicas a Rusia, los primeros y los más afectados serán, como siempre ocurre, los más pobres y vulnerables. Es la otra cara del espejo, la misma otra cara oscura y terrible de los soldados rusos enviados al frente y empujados a matar sin saber por qué lo hacen, de sus familiares esperando angustiados alguna noticia sobre su paradero.
Y entretanto, prosigue el desigual combate de David contra Goliat (en la Biblia está casi todo, también el Apocalipsis, al que ojalá no sea necesario recurrir) que tiene encogido el corazón de Europa y mueve a la vergüenza de la condición humana, capaz de cometer semejantes atrocidades.
Hace ahora 110 años, en 1912, Antonio Machado vio cómo, en un olmo seco y podrido, reverdecían algunas hojas al llegar la primavera. Su mujer estaba entonces gravemente enferma y él, pensando en ella, escribió: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.
Que la primavera traiga este año otro milagro es lo que también esperan y merecen todos esos héroes anónimos capaces de dar su vida por una causa noble.
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