Salud

El confinamiento revela que la actividad física es el factor con mayor impacto sobre la salud, por delante de la contaminación y el ruido

Si en Barcelona las severas restricciones se hubieran prolongado un año, se habría producido un incremento del 10% en la incidencia de ictus e infartos de miocardio y del 8% y del 12% de los diagnósticos de depresión y ansiedad, respectivamente, por la reducción de práctica de ejercicio físico

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Imagen del Paseo de Gracia de Barcelona en el mes de abril de 2020. Por entonces, las calles permanecían desérticas por las restricciones asociadas al confinamientoDavid ZorrakinoEuropa Press

Durante los primeros meses de la pandemia se decretaron una serie de medidas, más o menos estrictas en función de los territorios, con las que se pretendía reducir los contactos para frenar la expansión del virus. Éstas dieron lugar a un descenso significativo de los niveles de contaminación, de ruido, pero también de la actividad física que no se había producido nunca antes. Ante esta realidad, investigadores de ISGlobal, centro impulsado por la Fundación “la Caixa”, pusieron en marcha un estudio, que se acaba de publicar en Environmental Pollution, para conocer de qué manera las medidas de emergencia pueden influir en la salud de la población.

Y es que, tal y como pone de relieve Mark Nieuwenhuijsen, director del programa de Contaminación atmosférica y entorno urbano de ISGlobal y último autor del estudio, “en términos de salud urbana, los confinamientos y desconfinamientos posteriores brindaron la posibilidad de generar pruebas muy valiosas y de entender cómo este tipo de estrategias de emergencia pueden tener impactos más amplios sobre la salud de la población”. Y los resultados finales del estudio ponen de manifiesto “los beneficios que se podrían obtener si se aplican políticas de planificación urbana que permitan reducir notablemente la contaminación del aire y el ruido y, al mismo tiempo, fomenten la actividad física y el contacto con espacios verdes”.

En el caso concreto de la ciudad de Barcelona, que fue una de las tres que se tomó como referencia para llevar a cabo la investigación por la aplicación de unas medidas estrictas, durante el primer confinamiento las concentraciones de dióxido de carbono cayeron un 50% de media, mientras que los niveles de ruido disminuyeron 5 decibelios y la actividad física se redujo en un 95% respecto a la etapa prepandémica.

Los investigadores calcularon el impacto de estos cambios en la salud de la población si las medidas se hubieran prolongando un año y se observó que, en ese caso, en Barcelona y en cuanto a lo que respecta al descenso generalizado de la actividad física, se habría producido un incremento del 10% en los ictus e infartos de miocardio y del 8% y del 12% de los diagnósticos de depresión y ansiedad, respectivamente. Por contra, en lo relativo a la contaminación, si el descenso de las concentraciones de dióxido de carbono registradas durante el confinamiento estricto se hubiera prolongado durante un año, se habría podido prevenir un 5% de los infartos de miocardio, un 6% de los ictus y un 11% de los diagnósticos de depresión. Y, en cuanto a los niveles de ruido, hubiera sucedido algo similar, ya que se habría podido reducir en un 4% de la incidencia de los infartos de miocardio, en un 7% la de los ictus y en un 4% la de las depresiones.

Así que, en término generales, si las medidas que se aplicaron en Barcelona durante el primer confinamiento se hubieran prolongado un año se calcula que habría caído la incidencia del ictus en un 3% y la de la depresión en un 7%, pero sin embargo hubiera aumentado la de los infartos de micocardio (1%) y la de la ansiedad (8%).

A juzgar por estos datos, el estudio confirma que la actividad física es el factor de todos los estudiados con un mayor impacto sobre la salud, ya que ni los beneficios que comporta la disminución de la contaminación ni los que se asocian a la reducción de los niveles de ruido pueden compensar los efectos perjudiciales que la caída de los niveles de actividad física generan en la salud. El análisis de otras dos ciudades, con un grado de confinamiento diferente al aplicado en su momento en Barcelona, en el marco de esta investigación confirman esta premisa.

Así pues, en el contexto de este trabajo, se puso de manifiesto también que Estocolmo, donde las medidas fueran más laxas y sujetas a la responsabilidad y el sentido común individuales, los niveles de NO2 durante el primer confinamiento cayeron un 9%, los de ruido se redujeron en 2 decibelios y la actividad física decreció en un 42%, de manera que si las medidas restrictivas se hubieran prolongado un año, la caída de la práctica de ejercicio se hubiera traducido en un aumento del 3% en los ictus e infartos de miocardio, de un 2% de los diagnósticos de depresión y de un 3% de los de ansiedad, mientras que el descenso de los niveles de contaminación hubieran traído consigo una reducción del 1% en los casos de depresión y la caída de los niveles de ruido se hubiera traducido en en una disminución del 2% en las incidencias de infartos de micocardio y depresiones y del 4% en los de ictus.

Por último, en lo que se refiere a la tercera ciudad analizada, Viena, donde las medidas que se aplicaron durante la primera fase de la pandemia podrían calificarse de intermedias, la contaminación cayó en un 22%, los niveles de ruido se redujeron en 1 decibelio y la actividad física decreció en un 76%. Así las cosas, de haberse dilatado la situación a lo largo de una año, se habría registrado un aumento del 5% de la incidencia de ictus e infartos de miocardio por la disminución de la práctica de ejercicio, así como un incremento del 4% y del 7% en el diagnóstico de depresión y ansiedad, respectivamente. Por contra, el descenso de los niveles de contaminación podrían haber producido una caída del 1% en los casos de ictus e infartos miocardio y del 2% en los de depresión, mientras que la reducción de la exposición al ruido podría haber provocado una disminución de un 1% de la incidencia de infartos de miocardio, ictus y depresión.

Así pues, con este estudio, queda claro que “pese a las diferencias observadas en las tres ciudades, hay un patrón que se repite y es que los beneficios de salud que se derivarían de la mejora de la calidad del aire y del ruido no lograrían compensar los efectos profundamente negativos de la caída de los niveles de actividad física”, señala Sarah Koch, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio. En cualquier caso, estos datos ponen de evidencia que el establecer políticas enfocadas a la reducción de los niveles de contaminación del aire y del ruido, así como al fomento de la práctica de la actividad física permitiría obtener grandes beneficios en lo que se refiere a la salud de la población.