Política

Aragonès, un president eclipsado tras su primer año en la Generalitat

Doce meses después de una investidura agónica, ERC acumula crisis con sus socios. La relación con Sánchez, al límite y sin avances

El presidente de la Generalitat y coordinador nacional de ERC, Pere Aragonès, en un acto celebrado hace unos días en Girona
El presidente de la Generalitat y coordinador nacional de ERC, Pere Aragonès, en un acto celebrado hace unos días en GironaDavid BorratAgencia EFE

La mitad de los catalanes no sabe que Pere Aragonès (Esquerra) es el president de la Generalitat. Un dato sorprendente y rotundo que arroja el último sondeo oficial del Govern, publicado a principios de abril. 14 meses después de las elecciones y cuando se cumple el primer aniversario de su investidura, solo un 41% de los encuestados acierta con su nombre cuando se les pregunta directamente por el líder del Ejecutivo catalán. El 50% no lo sabe o ni tan siquiera contesta y el resto se equivoca.

Su tasa de notoriedad mejora –un 85% dice saber quién es (no su cargo) entre varios nombres de líderes políticos–, aunque queda lejos de los dos primeros de la lista, de Carles Puigdemont (98%) y de Oriol Junqueras (95%). Es decir, el ex presidente de la Generalitat y el líder de su propio partido, Esquerra, son más conocidos que la primera autoridad actual de Cataluña, un Pere Aragonès que celebra un año convulso y de crisis permanente al frente del Govern.

El republicano llega a este agridulce aniversario acorralado por dos cuestiones nucleares de la legislatura: la sentencia que tumba la inmersión monolingüe en catalán y que fija un 25% de castellano en todos los centros educativos a aplicar antes de final de mes; y la parálisis de la mesa de diálogo, su gran apuesta estratégica.

El foro con el Gobierno, un compromiso de ERC arrancado a cambio de la investidura de Pedro Sánchez en el Congreso, solo se ha reunido en dos ocasiones, la última con el republicano como president. Fue en septiembre en el Palau y no registró ningún avance más allá de la promesa de llevar a cabo una negociación sin horizonte temporal y bajo secretismo.

Ahora, el caso del espionaje a líderes independentistas –entre ellos, al propio Aragonès– ha llevado al president a tensar la cuerda y a congelar las relaciones con la Moncloa. Y el republicano exige sí o sí a Sánchez un gesto, una concesión más antes de reunirse con el presidente del Gobierno para tratar de reconducir la relación y encarar el último año de legislatura en el Congreso. No ha sido suficiente el cese de la ya ex directora del CNI, Paz Esteban, para contentar a los independentistas, con Aragonès reclamando que se avance en alguno de estos tres ámbitos: asumiendo responsabilidades, aportando más transparencia para aclarar lo sucedido o desclasificando los documentos del espionaje. Sin alguna de esas tres cesiones, el republicano no tiene intención de sentarse en una reunión. De hecho, en el Palau de la Generalitat advierten que no se trata de una mera fotografía y quieren resultados para reforzar precisamente la imagen institucional y la posición de Aragonès en un «cara a cara» directo entre dos presidentes.

Aquí, Aragonès vuelve a compartir protagonismo con Junqueras, quien mantiene una línea más templada en Esquerra tanto en las formas como en el fondo, tratando de mantener viva la vía de la negociación con el Gobierno. «Estamos aquí para ayudar si se asumen responsabilidades y no vuelve a ocurrir», aseguró en una entrevista reciente, tendiendo la mano a la Moncloa tras rechazar pedir la dimisión concreta de Margarita Robles, que sí verbalizó días antes Aragonès en el Parlament.

«Pocos avances» para el independentismo al margen, eso sí, de los indultos a los condenados del «procés» –entre ellos al propio Junqueras–, la gran concesión al mes de llegar ERC a la Generalitat.

A nivel interno, el president también endurece el tono ante la posición Junts, otra de sus piedras en el zapato. Su Govern nació tras semanas de arduas negociaciones entre las dos fuerzas independentistas y después de que los posconvergentes amenazaran con dinamitar su investidura y la llevaran al límite del calendario.

Mal presagio para un Ejecutivo que empezó a andar cojo y con el primer amago de ruptura entre socios a las pocas semanas: tras la fallida y multimillonaria ampliación del aeropuerto de El Prat –de la que el Gobierno se desmarcó tras las dudas de la Generalitat, con diferencias sustanciales entre Junts y ERC–, llegó la crisis de la mesa. Los posconvergentes se quedaron fuera del foro tras contradecir al president y apostar por una lista de dirigentes que no forman parte del Ejecutivo, con Jordi Sànchez a la cabeza. Además, han tratado de boicotear desde el minuto uno la estrategia pactista de ERC y su liderazgo en esta nueva etapa.

Las diferencias entre posconvergentes y republicanos, evidentes y especialmente sangrantes para el independentismo en la respuesta a la sentencia del 25% de castellano, pueden volverse aún más irreconciliables en el futuro. La irrupción de Laura Borràs como lideresa de Junts y la tensa relación que la actual presidenta del Parlament mantiene con ERC determinarán el futuro de Aragonès en la Generalitat, a quien le espera una auditoria de Junts que revise palmo a palmo el pacto de gobierno.

Y todo con el apoyo a la independencia bajo mínimos históricos en la calle y con una ciudadanía que pide a pasar página del «procés» y centrarse en la gestión.