Entrevista

Joaquim Carbó: «A mis 89 años todavía me cuesta poder publicar cada libro que escribo»

El veterano escritor presenta «Sense futur», obra con la que quedó finalista del último Premi Josep Pla

Joaquim Carbó
Joaquim CarbóMiquel Gonzalez

A sus envidiables 89 años, el escritor Joaquim Carbó sigue afortunadamente en activo. Buena prueba de ello es la publicación de «Sense futur» (Destino), libro con el que quedó finalista en la última edición del Premi Josep Pla. El autor nos propone unas personal memoria sobre lo vivido y sobrevivido durante la pandemia. Carbó habló con este diario sobre este trabajo y sus proyectos narrativos.

¿Qué es lo que lo animó a presentarse a un premio como el Josep Pla con «Sense futur», algo que hizo curiosamente sin seudónimo?

Sencillamente era la pereza de no saber qué hacer con el libro. He publicado 150 libros, pero sigue siendo una aventura poder publicar uno. Si gano siempre piensas que me lo publicarán y, si soy finalista, que puede que se animen. En esta ocasión me llamaron enseguida y yo encantado. Debo decirle que hacía tiempo que no me presentaba a un premio. Con el Sant Jordi, por ejemplo, me quedé detrás de Mercè Rodoreda y Maria Aurèlia Capmany. Tuve la pega de presentarme y no había nada que hacer ante dos autoras como ellas. Ahora he tenido la suerte de quedar segundo entre cuarenta participantes, aunque, claro, es más éxito ganarlo.

¿Usted se considera un novelista de domingo?

Había una época en la que críticos como Fuster y Molas se burlaban de los que trabajábamos en una oficina y nos dedicábamos a escribir los domingos, porque era el día que se tenía libre. Sin embargo, en mi oficina cerrábamos todos los días por la tarde. Era un profesional que ganaba poco dinero con la literatura en catalán. No da para vivir. Escritores como Pedrolo o Folch i Camarasa tenían que traducir o un artículo en la prensa, como Espinàs, para poder tener más entradas económicas. Las novelas no dan para vivir. Fíjese en Salvador Espriu, el poeta más reconocido de Cataluña, era un empleado de asistencia sanitaria. Vivir de sus poemas era imposible. Un poeta que quiera vivir de sus poemas lo tiene difícil. Cuando estás en este mundo, el de la literatura, sabes de qué mal morirás.

Por el título, «Sense futur», se podría pensar que usted ha escrito una obra pesimista.

Tengo 89 años y en verano cumpliré 90, así que cuando uno llega a esta edad no se piensa en el futuro. El libro lo escribí con 87 y lo acabé con los 88 años. La pandemia se me ha comido estos dos últimos años. En casa mi mujer y yo hemos hecho mucha bondad, pero eso nos ha limitado nuestra vida. Queríamos disfrutar más nuestra vida. Estábamos empezando a salir de esto y parece que viene ahora esta enfermedad del mono. Bueno, creo que no me pasará nada, pero si lo superamos tendré 91. ¿Qué futuro puedo tener? A lo único que aspiro es a vivir lo mejor posible. La ventaja que tengo es que se mueren pocos de 90 años en la actualidad.

En el libro escribe sobre pequeñas historias que imagina mirando la ventana. Parece que tenga materiales para poder escribir más libros.

Eso es porque mi cerebro no daba para tanto, así que he sido muy chafardero y miro por la ventana. Leo también lo que dicen los diarios para ambientar mis historias. Tengo una idea y me sirvo de lo que encuentro en mi entorno. Muchos escritores tienen una sensibilidad poética, pero yo no: miro mi entorno para añadirle las cosas que siento.

En una situación como la que hemos vivido durante esta crisis sanitaria, ¿la literatura puede ser una salvación?

Creo que en todo caso es un refugio, más que una salvación. Me pregunta por lecturas, pero ahora pienso sobre todo en recordar el pasado, algo que me interesa mucho más que en pensar el futuro. Fíjese como ahora nos ha caído esta guerra, la de Ucrania. De guerras hay 30 o 40 en estos momentos y no llegamos a conocer muchas de ellas porque tienen lugar en regiones de África o Asia. No vemos una salida, por ejemplo, en esta guerra. Cuando veo cómo quedan esas ciudades se me pone la piel de gallinas. Por eso, no entiendo que tengan humor para ir a Eurovision. Hay que tener moral de hierro para echarle humor y hacer algo así. Es terrible esa guerra porque está cerca. ¿Cómo es posible que pase esto? No lo dude: vivimos en un mundo injusto.

Pero también pasan cosas insólitas, como cuando recibe una carta del novelista y guionista Edgar Cantero, contestando una suya aunque con treinta años de retraso, algo que cuenta en su libro.

Esa carta es muy curiosa. Me sonaba mucho su nombre cuando la abrí, respuesta a una carta de cuando fui miembro de un jurado. Cuando veo un texto que me interesa en alguno de los jurados en los que soy premio, animo a su autor, algo que parece que hice hace treinta años. Me hizo mucha gracia su carta y le dije que no me contestara. Edgar Cantero es un chico que prometía en su momento y ahora es guionista en Hollywood. No me equivoqué. He tenido más casos que han dado un resultado positivo.

¿A quién más ha animado a dedicarse a escribir?

Empecé a escribir en los 60 cuando prácticamente no había nada en catalán, algo que hice en los primeros cinco números que se publicaron de la revista «Cavall Fort». Pensé que se trataba de llenar agujeros y que una vez eso fuera así, lo dejaría, pero no he dejado nunca este oficio. Le voy a contar un caso curioso que es el de Montserrat Roig. Un día estaba en la oficina trabajando y ella vino a verme. Me trajo unos cuentos y le dije que tenían interés, aunque me parecían mal escritos. Le recomendé que siguiera escribiendo y que leyera mucho. Tres años después me dijo que me había hecho caso y había ganado un premio importante de narrativa. La felicité y le contesté que había quedado tercero en ese mismo premio. A ella le sabía mal.