Opinión
Desfachateces
No encuentra uno mejor vocablo para definir determinados comportamientos y actitudes que, de tanto repetirse, apenas llaman ya la atención. La desfachatez de algunos políticos que retuercen leyes y reglamentos para imponer sus criterios partidistas, o tergiversan y distorsionan los hechos con tal de salvar la cara y no dar su brazo a torcer, o invocan con patético victimismo cualquier gran concepto para escurrir el bulto y aferrarse a sus cargos (“Soy coherente. Es una postura ética, estética y política”, así se escuda una vicepresidenta autonómica recientemente imputada frente a las peticiones de dimisión). Y aquí en Cataluña, la afición que le han cogido los gobernantes a desoír las sentencias judiciales que no son de su agrado, el último el conseller d’Ensenyament, que no solo hace oídos sordos a la que afecta al porcentaje de castellano en la enseñanza, sino que recurre a mil subterfugios para no aplicarla o abiertamente la desafía implantando unas medidas que van justo en sentido contrario a lo dictaminado por el TSJC. ¿Es que la obligación de cumplir las sentencias judiciales no rige para todos? ¿Qué pasaría si la ciudadanía hiciera lo mismo y se negara también a cumplirlas?
La desfachatez, y la jactancia, cuando no la chulería, como norma de conducta de algunos personajes de relevancia pública. El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, por ejemplo, que se asigna un sueldo anual de 675.000 euros, más un complemento de ayuda a la vivienda de 3.000 euros al mes, y se queda tan campante. Dice el mandatario en cuestión, de verbo y porte algo farrucos, que la susodicha federación es una entidad privada, y que, como tal, es muy libre de aprobar esa y cualquier otra medida. Así será, y le servirá a él como excusa, pero las cifras cantan (y desafinan), y los aficionados a ese deporte, que son los que sostienen el chiringuito, deberían tomar buena nota.
Y entrarían también aquí las maneras que se han impuesto en lo que respecta al trato y la atención a las personas, por parte de la Administración y de las grandes corporaciones sobre todo, en particular a los mayores, a los que de la noche a la mañana se les suponen unas destrezas y conocimientos informáticos que solo pueden alcanzar los que llevan tiempo familiarizados con las nuevas tecnologías. Señaladamente si hay por medio alguna queja o reclamación, con esos robots de voz enlatada, y esas inacabables informaciones y advertencias previas que dilatan y enmarañan cualquier trámite o consulta. ¡Lo que añora uno aquellos tiempos en que te atendía siempre un ser humano sentado al otro lado de una mesa o detrás de una ventanilla, al que podías exponerle cara a cara tu situación, y explicarle de viva voz y razonadamente tu problema, y hacerle las preguntas que fueran necesarias y responder a las suyas! Atención presencial llaman ahora a esa rareza tan difícil de obtener y que los funcionarios públicos de las últimas hornadas ejercían con amabilidad y solvencia ejemplares, antes de que el teletrabajo y las citas previas acabaran de imponer y consolidar la dictadura de internet.
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