Opinión

Aquellos polis

En los últimos dos meses, he acudido a comidas de despedida de tres leyendas de la Policía Nacional

Agente de la Policía Nacional
Agente de la Policía Nacional EP

En los últimos dos meses, he acudido a comidas de despedida de tres leyendas de la Policía Nacional, el inspector jefe Simón, el comisario Garrido y el jueves pasado la del comisario Pepe «de Homicidios». Afortunadamente han sido eso, comidas de despedida, porque a veces la vida es demasiado dura y cruel y obliga a otras despedidas más tristes.

Tres leyendas como tantas otras formados en la escuela del Cuerpo Nacional de Policía que fue Barcelona. Y digo bien «escuela», porque aunque la Academia está en Ávila y era aquí donde realmente se convertían en polis de verdad.

Llegaron en los 80 y en los 90, eran en general jóvenes con una placa y una pistola dispuestos a comerse el mundo, pero el veterano que les pusieron al lado ya se encargó de enseñarles que lo de la placa, vale, pero de pistola lo justo porque sino el mundo se los comería a ellos.

Aprendieron de esos «caimanes», para acabar ellos convirtiéndose en «caimanes», tipos listos como nadie, capaces de jugar al límite y, por supuesto, de resolver casos inverosímiles con una forma de actuar que trasladaron a sus discípulos.

Gente que sabía hacer bien su trabajo y con sus propias reglas: al jefe se le cuenta casi todo, pero solo casi; al juez lo que toca escribir en el atestado, no se miente pero la verdad muchas veces es poliédrica y para eso hay fiscales y abogados para arrimar el ascua a su sardina y que al final su Señoría decida quién gana el partido.

Orgullo de cuerpo, no se traiciona al compañero y si toca comerse algún marrón pues qué le vamos a hacer. Entonces, a veces me tocaba entrar a mí, el confidente que le mete en un lío, el detenido que quiere sacar partido, etc.

Aprendí con ellos y con ellos viví momentos inolvidables, alguno de los cuales me llevaré a la tumba, pero salíamos bien de todo o casi. Luego, naturalmente, la comida o cena, el gin-tonic, el puro y una larga sobremesa.

Todas las agencias del mundo se preocuparon, por ejemplo, de la seguridad en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y aquí no se robó ni una cartera, no porque los nuestros fueran fuertes y musculosos –que también los había– sino porque nadie sabía como aquellos polis cómo se dobla una esquina.

Con ellos pensaba retirarme yo también, pero hay unos mossos acordes con los tiempos modernos y las nuevas circunstancias que tienen ese mismo espíritu.

Va por vosotros Simón, Garrido, Pepe y por tantos otros, y también por David, Fran, otro David y Sergi, que también saben cómo doblar una esquina.