Novedad editorial
Cézanne y Zola: una diálogo entre maestros
Acantilado reúne en un libro la extensa correspondencia que mantuvieron el pintor y el escritor
Paul Cézanne y Émile Zola son dos de los nombres de cabecera de la cultura francesa en la segunda mitad del siglo XIX. No solamente fueron amigos sino que mantuvieron un intenso diálogo epistolar que ahora ve la luz en nuestro país de la mano de Acantilado el próximo día 12 de marzo. «Cartas cruzadas (1858-1887)» recoge esa correspondencia a partir del trabajo de edición de Henri Mitterand y con una cuidadosa traducción de Caridad Martínez y Núria Petit. Nos encontramos ante lo que la editora de esta obra califica de manera certera como «treinta años de solidaridad ininterrumpida», algo impensable hasta la fecha en forma de carta.
Cabe decir que con el paso de los años, la amistad entre estos dos maestros, entre dos iconos culturales, ha sufrido no pocas tergiversaciones y lecturas en ocasiones exageradas o disparatadas. El propio entorno de los protagonistas de esta historia se encargó también de alimentar la leyenda, como es el caso del marchante Ambroise Vollard quien llegó a afirmar que Zola había destruido la correspondencia que recibió de Cézanne, algo que afortunadamente nunca sucedió. Por otro lado, algunos especialistas aseguraron que la amistad entre los dos amigos se cortó para siempre el 4 de abril de 1886, en una carta del pintor al escritor. No era así.
Sí es cierto que no nos ha llegado todo. De Zola solamente ha sobrevivido una cuarta parte de lo que debió remitir a Cézanne.
Ambos se conocieron siendo niños, aunque pertenecían a estatus sociales y económicos muy diferentes. Sin embargo, desde muy pronto demostraron un gran talento, lo que les hizo ganar premios de excelencia en el colegio. Émile era único en narración francesa mientras que Paul lo era en latín y griego. La lectura, los libros, la fascinación por la letra impresa los acabó uniendo, además de los paseos compartidos. «Nos quedábamos tardes enteras chapoteando, viviendo allí, no saliendo del agua más que para tumbarnos desnudos en la arena fina, anegada por el sol», recordaría tiempo después Zola. Era el momento en el que Cézanne también iba acompañado de sus cajas de colores y empieza a trazar aquellas bañistas que se convirtieron en las protagonistas de algunas de sus más celebradas composiciones tan admiradas como criticadas, las mismas que también aparecen ilustrando algunas de las primeras cartas a Zola. Hablamos de la amistad entre los dos, pero en ella hay un tercer personaje desde el inicio, otro compañero de las aulas que responde al nombre de Jean-Baptiste Baille, hijo de un hotelero y que pasará a ser inseparable.
Las cartas nos ayudan a saber cómo fue esa amistad, los intereses en común, las afinidades electivas, pese a que Zola conoció pronto un reconocimiento que le tardó bastante en llegar a Cézanne. Un buen ejemplo es una carta del 3 de marzo de 1861 donde Émile, desde París, le comunica a su querido Paul que «tenerte cerca, charlar los dos, como antiguamente, con la pipa entre los dientes y la copa en la mano, me parece algo tan maravilloso, tan imposible, que hay momentos en que me pregunto si no me estaré engañando, y si ese bello sueño no se hará realidad. Estás tan acostumbrado a que tus esperanzas no se cumplan que la realización de una de ellas te sorprende, y sólo la declaras posible cuando los hechos lo confirman». Zola no duda en animar a su amigo porque, como le dice, «has luchado dos años para llegar al punto en el que estás; me parece que tras tantos esfuerzos la victoria no puede ser completa sin algún nuevo combate».
Por su parte, Cézanne no vacila en informar a Zola sobre sus problemas, sobre el trabajo que le cuesta salir adelante, como apunta desde L’Estaque el 23 de marzo de 1878 cuando redacta que «me veo muy cerca de estar abocado a procurarme recursos por mí mismo, si es que puedo. La situación es cada vez más tensa entre mi padre y yo, y estoy amenazado de quedarme sin pensión. Una carta que me escribió monsieur Chocquet, en la cual me hablaba de madame Cézanne y del pequeño Paul, ha revelado definitivamente mi posición a mi padre, que ya estaba ojo avizor, lleno de sospechas, y que no ha tenido nada más urgente que hacer que abrir y leer la primera carta que me enviaban, pese a que iba dirigida a Mons. Paul Cézanne: artista pintor». Todo ello le hace pedir a su querido Émile «tu benevolencia para conmigo que busques entre tus conocidos y con tu influencia la forma de colocarme en algún sitio si consideras que la cosa es posible. Aún no se ha roto todo entre mi padre y yo, pero creo que no pasarán ni quince cías antes de que mi situación quede absolutamente resuelta».
Además de las cartas, hay huellas de la amistad en uno de los libros más conocidos de Zola, «La obra». Es muy posible que el escritor informara al pintor de lo que tenía entre manos, de un proyecto literario que indudablemente bebía de Cézanne. Sin embargo, como sostiene el responsable de la edición, no parece probable que el artista se interesara por la evolución de la novela porque pensaba que «cada uno con su oficio».
Se ha especulado mucho sobre cómo acabó todo. No hubo, pese a que es algo que se ha repetido con cierta reiteración, «malas caras» o «heridas». El 20 de agosto de 1885, Cézanne agradecía a Zola que le facilitará sus nuevas señas: «He recibido la noticia que me dabas tu dirección el sábado pasado. Habría debido contestarte enseguida, pero los granos de arena que encuentro a mi paso y que para mí son montañas me han distraído».
Cinco días más tarde volvía a escribir empezando con una frase enigmática e inquietante: «Aquí empieza la comedia. He escrito a La Roche-Guyon el mismo día que te enviaba una nota para darte las gracias por haber pensado en mí. Desde entonces no he recibido noticias; por lo demás, para mí el aislamiento es completo. El burdel en la ciudad, u otro, nada más. Financio, la palabra es sucia, pero necesito reposo, y por este precio lo he de tener». En esta misma carta Cézanne añadía una petición al proclamar que «te ruego que no contestes, mi carta ha debido llegar a su hora», además de asegurarle que «empiezo a pintar, pero porque estoy más o menos libre de contrariedades».
Eso que se ha dicho tanto, lo del enfado de Cézanne por «La obra» ¿es falso? Dejemos que tenga la palabra el pintor en la penúltima carta conservada a su amigo, del 4 de abril de 1886 donde apunta que «acabo de recibir “La obra”, que has tenido la amabilidad de enviarme. Agradezco al autor de “Los Rougon-Macquart” este buen testimonio de recuerdo, y le pido que me permita estrecharle la mano pensando en los viejos tiempos». Un año más tarde, Zola le remitirá su nuevo trabajo, «La tierra», y Cézanne le pedirá que «cuando estés de regreso, iré a verte para estrecharte la mano».