Historia
El día que Churchill visitó Barcelona con motivos ocultos y la citó en uno de sus discursos en el Parlamento británico
El mundo se encaminaba hacia la Segunda Guerra Mundial
La mañana del 18 de diciembre de 1935, el puerto de Barcelona se llenaba de movimiento con la llegada de varios buques de pasajeros procedentes de distintos puntos del Mediterráneo. Era la antesala de las fiestas navideñas y, como cada año, el tráfico marítimo se intensificaba. Ese día atracaron barcos como el Capo Faro, llegado desde Braila, y los habituales de la Compañía Trasmediterránea, entre ellos el Villa de Madrid, el Ciudad de Ibiza, el Jaime II, el Ciudad de Tarragona y el Ciudad de Palma. Este último, una moderna motonave construida en los astilleros italianos de Monfalcone, se convirtió inesperadamente en el centro de todas las miradas. No por su elegante silueta ni por la carga que desembarcaba en el Muelle de Atarazanas, sino por un pasajero que subía a bordo con discreción: Winston Churchill.
Por aquel entonces, Churchill aún no era Primer Ministro del Reino Unido. Su figura política vivía una etapa de relativo silencio institucional tras haber ocupado cargos de gran relevancia como Primer Lord del Almirantazgo y Ministro de Hacienda. Sin embargo, su presencia en cualquier lugar no pasaba desapercibida. En 1935 ya era un nombre conocido a nivel internacional, admirado por su oratoria, su visión geopolítica y su férreo carácter, aunque también generaba polémicas dentro de su propio partido y fuera de él.
Un viaje "de descanso" con motivaciones ocultas
La visita de Churchill a Barcelona no se limitó a unas breves horas. El 11 de diciembre, una semana antes de su embarque en el Ciudad de Palma, había llegado a la ciudad condal en tren procedente de París junto a su esposa, Clementine Hozier. Se alojaron en el lujoso Hotel Ritz, donde recibió a varios periodistas. A todos les explicó que su viaje era de carácter personal, que venía a descansar de la vida parlamentaria británica. Sin embargo, sus intenciones iban más allá del ocio.
La situación europea en ese momento era más que preocupante. Adolf Hitler llevaba ya dos años en el poder en Alemania, el rearme del país era evidente y la política expansionista del Tercer Reich empezaba a asustar a las democracias occidentales. Churchill, que había sido una de las pocas voces que desde el Parlamento británico alertaban de los peligros del nazismo, aprovechaba estos viajes para recabar información y preparar su propia estrategia ante la inminente amenaza de una nueva guerra.
Tras su breve estancia en Barcelona, el matrimonio Churchill embarcó en el Ciudad de Palma rumbo a Mallorca. Se alojaron en el emblemático hotel Formentor, en un entorno paradisíaco que el político británico aprovechó para pintar, escribir sus memorias y mantener discretos contactos políticos. Aunque todo indicaba que se encontraba de vacaciones, lo cierto es que Churchill estaba gestando su regreso a la primera línea de la política internacional. España era una de sus principales preocupaciones, pues en julio de 1936 estallaría la Guerra Civil Española.
La motonave Ciudad de Palma, testigo de una época
El Ciudad de Palma fue uno de los buques más importantes de la Compañía Trasmediterránea en las décadas de los años 30 y 40. Con 105,8 metros de eslora y capacidad para transportar hasta 264 pasajeros, cubría habitualmente la línea Barcelona-Palma. Su elegante diseño y su potencia le convertían en una joya de la ingeniería naval de la época. Durante la Guerra Civil Española, el buque fue incautado por el bando sublevado, convertido en crucero auxiliar y más adelante en buque hospital.
La posguerra no fue menos agitada para el Ciudad de Palma, que continuó surcando los mares en rutas entre Barcelona, Cádiz, Canarias, Palma o Sevilla. Sufrió dos accidentes significativos: el 5 de marzo de 1952 embarrancó en la playa de Casa Antúnez, y el 1 de abril de 1953 volvió a embarrancar, esta vez en Cala Figuera, en Palma. Aun así, se mantuvo operativo hasta 1967, año en que fue sustituido por los modernos buques de la clase Albatros y posteriormente desguazado en Vilanova i la Geltrú.
El retorno a Barcelona y la despedida
Tras su estancia en Mallorca, Churchill y su esposa regresaron a Barcelona. El clima no acompañó, y el político británico ya no se mostró tan accesible con la prensa como en su anterior paso por la ciudad. Clementine volvió a Londres desde París, mientras que Churchill tenía todavía una parada más en su itinerario: Gibraltar. Desde allí, emprendería rumbo a Marruecos para seguir con sus gestiones diplomáticas y sus planes de preparación ante la creciente amenaza nazi.
Poco o ningún rastro físico dejó Churchill de aquel paso por Barcelona en 1935. Sin embargo, la ciudad permanecería en su memoria. Prueba de ello es su célebre discurso del 18 de junio de 1940, cuando, como Primer Ministro británico, se dirigió a la nación tras la caída de París a manos del ejército alemán. En esa histórica alocución, citó expresamente a la capital catalana:
“No subestimo en absoluto la gravedad de la dura experiencia que tenemos por delante, pero creo que nuestros compatriotas serán capaces de hacerle frente, al igual que lo hicieron los valientes ciudadanos de Barcelona, de mantenerse en pie y seguir adelante a pesar de ello; al menos tan bien como cualquier otro pueblo del mundo. Mucho dependerá de esto”.
Un personaje histórico en un mundo al límite
Winston Churchill nació en 1874 en el seno de una familia aristocrática británica. A lo largo de su vida, fue soldado, corresponsal de guerra, parlamentario, ministro y, finalmente, Primer Ministro en dos etapas (1940-1945 y 1951-1955). Su papel durante la Segunda Guerra Mundial fue decisivo: su férrea oposición a Hitler, su capacidad de liderazgo y sus discursos inspiradores contribuyeron a mantener la moral del Reino Unido en sus momentos más oscuros.
En 1935, cuando visitó Barcelona, el mundo aún no era plenamente consciente de la magnitud del desastre que se avecinaba. Sin embargo, Churchill sí lo era. Mientras otros líderes políticos buscaban apaciguar a Hitler, él abogaba por la firmeza, por el rearme y por la unidad de las democracias europeas frente al fascismo.
Un recuerdo tardío, pero presente
En 2012, la ciudad de Barcelona quiso rendir homenaje a aquel visitante ilustre. En la confluencia de las calles Vía Augusta y Ronda del General Mitre se inauguraron los Jardines de Winston Churchill, junto a una estatua que recuerda su legado. Una figura que, aunque solo pasó fugazmente por la ciudad, supo ver en ella un símbolo de resistencia. Una ciudad que, sin saberlo, fue testigo de un capítulo crucial en la historia de Europa.
Aquel 18 de diciembre de 1935, cuando Churchill embarcó en el Ciudad de Palma, Barcelona era solo una escala más en su viaje. Pero, en retrospectiva, fue una pieza más del rompecabezas que el estadista británico supo armar mientras el continente se preparaba, inevitablemente, para la guerra.