
Opinión
Una exposición y dos noticias
La Amazonia, la Antártida, los océanos: el deterioro de la naturaleza que no se detiene

Impresiona la exposición del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado sobre la Amazonia que ha estado abierta al público durante una buena temporada en Barcelona. Por la belleza de las fotografías, desde luego, y asimismo por lo que tiene de testimonio documental sobre la paulatina pero inexorable degradación ecológica de lo que se considera el pulmón de la Tierra. Un pulmón verde, cuyas dieciséis mil especies arbóreas –que suman, según se calcula, entre 400 000 y 600 000 millones de árboles– liberan oxígeno a la vez que absorben los gases de efecto invernadero en grandes cantidades. A lo que hay que añadir los 200 000 millones de toneladas de agua que diariamente, en estimación de los científicos, ascienden desde la selva a la atmósfera, y los 17 000 millones de toneladas de agua que fluyen cada día desde el río Amazonas, alimentado por más de mil afluentes, al océano Atlántico. De ahí que la deforestación acelerada de la Amazonia, que cubre casi un tercio del continente sudamericano y abarca un territorio mucho mayor que toda Europa, tenga efectos directos sobre el calentamiento global y el cambio climático. Más aún teniendo en cuenta que su misma supervivencia como selva –y la de multitud de especies animales que tienen allí su hábitat natural– está en peligro, devorada por los intereses madereros y las explotaciones ganaderas y mineras que amenazan con convertirla en una sabana tropical.
Y ahora las noticias. La primera, aparecida en el diario "El País", habla de la llegada masiva de turistas a la Antártida, espoleados por las redes sociales. De modo que también el último continente virgen del planeta se ve asolado por la plaga contemporánea de especímenes humanos que desembarcan, dice la noticia, y, armados de cámaras y móviles, bailan con pinchadiscos entre icebergs, pican hielo para beberse unas copas y se bañan disfrazados de pingüinos. Los efectos de este turismo no regulado en un espacio teóricamente protegido por ser reserva natural y estar consagrado a la investigación científica, y en el que la única actividad económica autorizada es la pesca, sujeta además a normas estrictas, son fáciles de imaginar.
La segunda, publicada en este mismo diario, habla de un archipiélago de residuos flotantes en el océano Pacífico cuyo volumen y extensión equivale a una superficie superior a la de Francia. Esta isla de basura, una de las cinco que hay en el mundo, contiene 80 000 toneladas de plástico, que son solo una parte de los 1,8 billones de desechos de todo tipo que flotan en las aguas de los océanos.
Es el deterioro de la naturaleza que no se detiene: son los intereses económicos que arrasan la selva del Amazonas en nombre de eso que llamamos civilización, es el turismo masivo que no repara en escrúpulos, y es también la incuria con que dejamos en cualquier sitio bolsas, plásticos, envases, cartones, papeles…
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