Libro imprescindible

El Gatopardo epistolar de Lampedusa y Stomersee

Un libro recoge la apasionante correspondencia entre el autor italiano y la baronesa psicoanalista

Lampedusa y Stomersee
Lampedusa y StomerseeElba

Los epistolarios son una de las mejores herramientas para conocer con más detalle vidas. Es lo que tienen esos documentos, en su mayoría de carácter personal y privado, en los que muchas veces vuelca la verdad, al menos su personal verdad, aquel que los escribe. Cuando, además, quien lo ha redactado es alguien vinculado al mundo de las letras, esas misivas pueden también tener un alto valor literario. Un buen ejemplo de esta apreciación es lo que encontramos en un libro escrito por Caterina Cardona. Se trata «Un matrimonio epistolar», una obra en la que se adentra en la correspondencia cruzada entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stomersee, publicado por Elba.

Este interesantísimo libro parte de la investigación realizada por la autora cuando pudo tener en sus manos un montoncito de cartas que permanecían guardadas en un cajón de la casa de Via San Martino della Battaglia, el domicilio de la familia Biancheri en el que había fallecido el autor de «El Gatopardo», una de las más importantes cotas alcanzadas por la literatura italiana en el siglo XX. Era el descubrimiento de un mundo apenas conocido por el gran público, el del matrimonio formado por el enorme escritor y una baronesa báltica responsable de la introducción de las ideas de Freud en Italia. Ellos son Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stomersee, también llamada Licy. Se trata de un carteo entre un matrimonio que se inicia en 1932, poco antes de que se casara la pareja.

La edición que ahora ve la luz tiene la virtud de traducir la correspondencia, pero nos permite a la vez leer los pasajes escritos originalmente en francés. Hablamos de una pareja culta, muy culta, aunque no tan conocida en vida como lo fueron después de sus muertes. Y es que hablamos ahora de Lampedusa como uno de los nombres de referencia de la literatura italiana, aunque su obra más importante, «El Gatopardo», apareció póstumamente en 1958. Ella, por su parte, no era alguien celebrado por el gran público, pero sí tenía el respeto de la comunidad dedicada al psicoanálisis.

Caterina Cardona aborda aquella relación a partir del meticuloso estudio de unas doscientas cartas redactadas entre 1932 y 1943. Son casi veinte años de matrimonio epistolar y en el que escribirse se convierte en una necesidad cuando la distancia geográfica se impone entre ellos. Son páginas, como dice Cardona, en las que durante años hablan «de nada o, mejor dicho, hablando de todo: de su salud (ella sobre todo), del amigo Bebbuzzo y del otro llamado “le Philosophe”, de las disputas entre primos, de comida, de perros (muchos), de casas, de impuestos y de dinero (siempre escaso), de inquilinos morosos y quejosos, de matrimonios y de los consiguientes regalos de boda que había que hacer, de Lila y de Lolette (la amiga de toda la vida y la hermana), de chismes del Círculo Bellini y del calor y del frío, tremendos, de Palermo y de Stomersee».

Otro grupo de cartas, las que Giuseppe envía a Licy en mayo de 1932, en las que los sentimientos son el tema principal. Todo ello se redacta en francés, curiosamente un idioma que no era el materno de ninguno de los dos.

El epistolario pasa también a convertirse en una crónica del complejo tiempo que les ha tocado vivir, con una Europa marcada por la llegada de los fascismos y una gran contienda bélica. Buen ejemplo de ello es la carta que Giuseppe escribe a su esposa el 24 de agosto de 1942, el día del décimo aniversario de su matrimonio: «¿Quién hubiera dicho entonces que después de diez años nos encontraríamos en medio de una guerra, que yo te escribiría en este día sin saber exactamente dónde estás, sabiendo sólo que te hallas terriblemente lejos de mí y en un país trastornado? Entre todas las cosas que se mueven y fluyen, no hay nada más solido e inmutable que mi amor por ti, que aumenta con la distancia y se fortalece con la ausencia».

Pese al caos que vivía el continente entre bombas y destrucción, Licy pudo recibir las cartas y enviar las que ella escribía, como esta que responde la que se acaba de citar. En ella redacta: «¡Si supieras, mi pobre Pequeño mío [sic], cuánto pienso en ti y cuánta ternura siento! Pero cuando te escribo tengo que buscar algo que contarte; y aquí la vida es tan vacía y fluida que el vacío y la fluidez se transfieren también a mi estilo». Igualmente añade que «además, escribir siempre y a menudo a tu Pequeño, contándole todo, miedos y esperanzas».