
Opinión
Un legado que se extingue
En los planes educativos actuales no hay sitio para las lenguas clásicas, griego y latín, y se rebajan, cuando no se suprimen, asignaturas como literatura o filosofía

No resulta infrecuente que un hecho heroico se defina como homérico, por recordar sin duda las grandes hazañas que Homero canta en sus dos obras, la Ilíada y la Odisea. Por cierto que uno de los héroes de la primera de ellas pervive en la expresión “talón de Aquiles”, que designa, como es sabido, el punto vulnerable o débil de alguien, como lo era esa parte del pie del célebre guerrero (por dónde le iba a agarrar su madre si no cuando de niño lo sumergió en las aguas del río Estigia, que tenía la propiedad de hacer invulnerables a los que se bañaban en él; al sujetarlo así, el talón derecho no se mojó, y fue ahí donde Paris acertó a dispararle la flecha que le mató). El título de la segunda, odisea, tomado del nombre de su protagonista, Odiseo (en latín Ulises), sigue empleándose todavía hoy para referirse a un viaje lleno de aventuras y dificultades. Otro tanto ocurre con “caballo de Troya”, que alude a la persona o cosa que se introduce en una colectividad o en un proceso con la intención oculta de causar algún perjuicio, y el gentilicio troyano, que designa un virus informático capaz de alojarse en un ordenador para captar información y transmitirla a usuarios ajenos; una y otro hacen referencia al célebre caballo de madera con que los griegos o aqueos lograron infiltrarse en la ciudad de Troya, razón por la cual el citado virus debería llamarse griego o aqueo y no troyano. Y Mentor, el personaje que en la Odisea instruye a Telémaco, el hijo de Ulises, se conserva en mentor, equivalente a consejero o guía.
De la Antigüedad clásica provienen asimismo las expresiones “tirios y troyanos” (personas con ideas o intereses opuestos, en referencia a las fuertes rivalidades que surgieron entre la ciudad fenicia de Tiro y la de Troya por el control del comercio marítimo en el Mediterráneo oriental), “disciplina espartana” (esto es, “austera, estricta, severa”, en alusión a la ciudad de Esparta, que se distinguía por la formación y excelencia militar de sus habitantes), y palabras como filípica (censura o reprensión extensa y dura contra alguien, por la obra Filípicas, que recoge los discursos del orador griego Demóstenes contra Filipo, rey de Macedonia), mecenas (persona o institución que protege y favorece económicamente las actividades artísticas o literarias, en homenaje a Mecenas, el consejero del emperador Augusto que ayudó y protegió a poetas como Virgilio y Horacio) o cicerone (de Cicerón, el famoso escritor y orador latino, para nombrar a la persona que enseña y explica las curiosidades de una localidad, un edificio, un museo, etc.).
Lo anterior es solo una pequeña muestra del ingente legado de los antiguos griegos y romanos, que se transmitió y se conservó durante siglos gracias a la formación humanista impartida en los centros de enseñanza, y que hoy, empobrecida y arrinconada esa formación (en los planes educativos actuales no hay sitio para las lenguas clásicas, griego y latín, y se rebajan, cuando no se suprimen, asignaturas como literatura o filosofía), se encamina hacia el desconocimiento y el olvido.
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