Opinión

Los libros se aburren en las bibliotecas

Esa es la índole de los libros, recibir a la par la distraída caricia de unas manos y la luz atenta de unos ojos

Una chica en una biblioteca. REMITIDA / HANDOUT por Junta de Andalucía Fotografía remitida a medios de comunicación exclusivamente para ilustrar la noticia a la que hace referencia la imagen, y citando la procedencia de la imagen en la firma 24/10/2024
Imagen de una bibliotecaJunta de AndalucíaEuropa Press

Me van a permitir hoy los pacientes lectores de esta columna dominical que reproduzca una parte del escrito que en su día les leí a mis alumnos del instituto con ocasión de celebrarse el Día de las Bibliotecas, que en el calendario de las efemérides está fijado para el 24 de octubre, y que este año correspondió al jueves pasado.

Decía así: «Os he traído esta mañana aquí por el gusto de que estuvierais un rato rodeados de libros y, de paso, le dierais un poco de vida a esta pobre biblioteca que casi nadie visita. Porque los libros se aburren soberanamente en las bibliotecas si nadie los lee, y están deseando salir de los armarios y airearse un poco. Seguro que todos estos que hay ahora aquí envidian la suerte de la Odisea que está ahora en clase, y seguro también que cuando aquella vuelva a su estante lo hace con pena y tristeza. ¿No lo habéis notado nunca, cuando se devuelve un libro a su lugar, lo que cuesta colocarle en el mismo sitio que antes ocupaba? ¿Cómo, la mayoría de las veces, obliga a remover y apretar los que están en la misma fila para hacerle un hueco? Es porque se rebela y, como no puede hacer otra cosa, él mismo se ensancha, como si se esponjara, a ver si así le dejan fuera. En cambio, ¿no os habéis fijado en lo fácil y sencillo que resulta la operación contraria? ¿Cómo, sin oponer ninguna resistencia, se deslizan rápidamente hacia fuera y, en cuanto el dedo índice se posa en lo alto de su lomo, se acogen al regazo de la mano? ¿Con qué temblor agradecido se dejan abrir y hojear, la atención que nos prestan, la complacencia con que nos invitan enseguida a consultar el índice y curiosear sin orden ni respeto por sus páginas? ¡Y lo dúctiles y ligeros que parecen al tomarlos en nuestras manos! Que es también otra muestra de gratitud y reconocimiento por haberlos sacado a la luz, la del día y la de los ojos. Pues esa es al fin y al cabo la índole de los libros, recibir a la par la distraída caricia de unas manos y la luz atenta de unos ojos. Por eso habréis observado que, conforme nosotros los vamos leyendo y acabando, van perdiendo ellos su ductilidad y ligereza, de tal modo que, cuando llega la hora de devolverlos a su lugar, aparentan ser más pesados y macizos, lo cual explica lo que antes os decía a propósito de las dificultades que entraña el restituirlos a su aposento en la biblioteca. ¡Y el alivio que sienten entonces si por un momento en vez de obstinarnos en hacerles sitio entre sus vecinos los posamos en la mesa, como en espera de abrirlos! Conque ya sabéis lo que tenéis que hacer: venir a la biblioteca y sacarles a pasear. Lo están deseando, no os quepa duda, lo mismo que vosotros suspiráis por que suene el timbre y termine la clase».