Opinión

Malestar general en la enseñanza

Una escuela que ha abdicado de su principal función, que es la de enseñar

Un docenta en una clase con alumnos
Un docenta en una clase con alumnosGoogle

Un 36% de los docentes catalanes se ha planteado abandonar la profesión, según revela un estudio reciente del sindicato mayoritario en el sector educativo, USTEC-STEs, basado en una encuesta a la que han respondido 10.414 maestros y profesores de Cataluña. Se advierte asimismo en dicho estudio del deterioro físico y psíquico que sufre el profesorado, algo en lo que incide igualmente un libro también recién aparecido. Se titula Incompetències bàsiques: Crònica d’un desgavell educatiu, y su autor, Damià Bardera, disecciona en él el sistema educativo catalán a partir de su experiencia como profesor en un instituto público de la provincia de Girona. Ya el título («desgavell», que en castellano puede traducirse por «desbarajuste, desorden, desaguisado») habla con suficiente elocuencia sobre el panorama que se describe, el disparate educativo que se ha instalado en la escuela pública.

Una escuela que ha abdicado de su principal función, que es la de enseñar, y que se ha olvidado de que la clave y el centro de la educación es la figura del profesor, convertido por obra y gracia de las nuevas metodologías en un mero acompañante del aprendizaje. Enseñar, ese debe ser el objetivo fundamental e irreemplazable, y no toda esa palabrería pretendidamente progresista («aprender para conseguir una sociedad justa y democrática, cohesionada e inclusiva…») que ha venido a condensarse en la cantinela de «aprender a aprender».

Tampoco la labor de los profesores en la escuela es hacer felices a los alumnos, como postulan algunas corrientes pedagógicas, sino transmitir conocimientos, interesar a los alumnos por el saber, lo cual es más difícil que entretenerlos, pero mucho más importante. Y en este sentido, sobran pantallas en las aulas y faltan contenidos, y sobran también las sobrecargas administrativas y burocráticas a que se ven sometidos muchos profesores, en perjuicio del tiempo que deberían dedicar a su propia formación. Nada tiene de extraño entonces que cunda entre ellos la desmotivación, el desánimo y las ganas de dejarlo.

Los porqués de haber llegado a esta situación no son fáciles de explicar, pero me atreveré a apuntar los que siguen, de índole general algunos, y de carácter pedagógico otros: la inestabilidad de nuestro sistema educativo, con cinco leyes educativas en los últimos 34 años, cada gobierno la suya, y todas controvertidas y mancas, por partidistas y por haber sido elaboradas sin consultar a los que más y mejor podían orientar, los profesores; la sustitución del estudio de contenidos por el llamado «aprendizaje por competencias», que ha desterrado la cultura del esfuerzo, y no hay atajos para suplir ese camino, el del esfuerzo; el desprecio de la memoria, sin la cual es difícil que haya conocimiento; el descuido, o la preterición, de los dos pilares de la enseñanza, la lectura y la escritura.