Mito recuperado

Ocaña, retrato del provocador que andaba por las Ramblas

Un libro recupera la figura la vida y la obra del artista a los cuarenta años de su desaparición

Una imagen de Ocaña
Una imagen de Ocaña MNCARS

Nombrar a José Pérez Ocaña es nombrar a uno de los creadores más innovadores y provocadores que ha tenido Barcelona tras la muerte de Franco. Era el hijo del Sol, como lo llamaba la escritora Montserrat Roig. Su figura y su producción, tan innovadora y transgresora todavía ahora, protagonizan un ensayo colectivo que llega cuando se cumplen cuarenta años de la muerte de este artista. «Ocaña. El eterno brillo del sol de Cantillana», bajo el cuidado de Carlos Barea y publicado por Dos Bigotes, reúne textos de aquellos que lo conocieron bien, como el realizador Ventura Pons o el pintor Nazario, uno de sus más íntimos amigos. A ello se le suman algunos interesantes materiales inéditos hasta la fecha, como un autorretrato literario probablemente escrito para alguna de sus exposiciones o para promover alguna de sus películas.

¿Y qué decía Ocaña de Ocaña? Pues empieza recordando que «nací en 1947 en un pueblo de Sevilla llamado Cantillana. De pequeño era bastante introvertido, pero cada vez que podía me marchaba al campo para cantar, coger flores, hacer el amor y beber agua de fuentes sin contaminar, pues todavía no habían llegado las nucleares». El artista nos aporta toda una declaración de principios sobre cuál era su intención en la vida: «yo he venido al mundo para vivir, soñar y pintar, y no para arreglarlo». Poder instalarse en Barcelona, especialmente en la plaza Real, fue el impulso que necesitaba, viviendo, como él mismo decía, «como una faraona, rodeada de chulos y escritoras raras pero muy inteligentes seguramente por haberse tragado toneladas de libros y haberse dado un hartón de sicoanálisis».

Para quien es conocido como padre del «underground» español, es decir, Nazario, Ocaña era «chou, exhibicionismo y cachondeo». En su texto recuerda que su amigo se definía como introvertido, lo «que debe ser una de las características más comunes de los jóvenes homosexuales de clase media en pueblos pequeños y que no “padecen” un afeminamiento demasiado evidente». Nazario nos habla del artista al que acompañaba del brazo por las Ramblas –cuando eran las Ramblas– con un Ocaña «vestido de mujer, siempre con algún acompañante a poder ser también disfrazado –Camilo, yo, La Paca de Alcoy o cualquiera que se prestase–».

Todo eso fue filmado por Ventura Pons en un título tan reivindicado como legendario, pieza clave en la construcción del mito del que aquí se habla. «Ocaña, retrato intermitente», estrenado en 1978 y rodado insólitamente en cinco días, es un documental que dibuja un retrato diferente de la Barcelona de los primeros años de la democracia, con la imagen de quien, según el realizador, tenía «aquella manera tan natural de entender la vida», alguien que se movía entre el travestismo y el esperpento, pero que no se olvidaba de la tradición, la misma que aparece en las coplas de León, Quintero y Quiroga.

Uno de los hitos del libro es contar con una entrevista con Jesús Pérez Ocaña, hermano mellizo de este creador, testigo de excepción de su evolución, además de los problemas que sufrió en su pueblo natal, Cantillana, por su homosexualidad. Jesús también vio cómo José se rebelaba contra todo lo que fuera una injusticia o lo difícil que fue la convivencia entre los dos hermanos una vez que se instalaron juntos en Barcelona: «Nosotros no chocábamos por el hecho de que él fuese homosexual. Sería una contradicción por mi parte, siendo como yo era. Mi madre siempre decía: “Con lo cristiana que yo soy, ¿cómo ha podido salirme un hijo maricón y otro comunista?”. Chocábamos porque él era una persona que lo daba todo. Siempre le decía: “Pepe, tienes que reservarte algo, porque nunca se sabe lo que te puede ocurrir”».

Ocaña, a quien le gustaba autodenominarse como la Pasionaria de los mariquitas –como recuerdan en sus textos Carlos Barea y Ventura Pons– protagoniza también en el libro un inteligentísimo ensayo de Pedro G. Romero donde contextualiza la biografía y los trabajos en la tradición creativa andaluza, pero sin olvidarse de la labor de Pasolini o Genet.

«Ocaña. El eterno brillo del sol de Cantillana» contiene un epílogo emocionante y emocionado como es un fragmento de carta escrita por Ocaña a su querido amigo Felipe de Paco. En ella recuerda que «ahora pinto mucho porque quiero exponer en algún sitio de Barcelona. Tú por lo que cuentas pienso que estás bien. Me alegro mucho. Ya pienso que hechas [sic] de menos estas ramblas barcelonesas. Lo entiendo. Tanto color y tanto desmadre pienso que en ningún sitio».