Estreno

«Cenizas»: Grandeza en miniatura

Dir. artístico y coreografía: Chevi Muraday. Dir. escénico: David Picazo. Intérpretes: C. Muraday y Alberto Velasco. 8-X.2013. La Casa de la Portera. Madrid.

La Razón
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A las cinco de la tarde, a la luz tóxica del terciopelo gastado, él limpia compulsivamente un tenedor. Ella se lo quita. No quiere que limpie algo ya limpio. Y espera su gran momento, ese en el que él le lee una novela erótica mientras ella bebe vino. Poco dura el intento de cotidianidad, porque esa casa no vive, sólo respira polvo y decrepitud. La lucha entre dos cuerpos enfermos comienza. Se aman, se enfadan, se consuelan, pero en ningún momento se encuentran. En un pequeño cuarto con un altar a la Virgen y un jarrón chino, ella asegura que hace falta tener muchas ganas de vivir para hacer una tortilla de patatas. Mientras, él busca una salida con los ojos a la frustración que

le provoca su existencia. «Cenizas» obliga al espectador a mirar de frente y desde muy cerca a un mosaico de emociones que magistralmente despliegan a través del movimiento y la palabra Muraday y Velasco. La Casa de la Portera condiciona gran parte del viaje emotivo: se trata, literalmente, de una casa, y es en sus habitaciones donde todo ocurre. La distancia entre el espectador y los intérpretes desaparece; la inmersión es involuntaria. No obstante, el espacio también ofrece desventajas. Si bien potencia la expresividad, aprehender la coreografía se complica. Sin embargo, Muraday tampoco aquí yerra el tiro. La coreografía, compuesta como una lucha de fuerzas, funciona en un espacio escénico tan pequeño; no necesita, efectivamente, más que una habitación. Incomprensión, locura y soledad se convocan en 7 metros cuadrados donde se asiste a una obra que no renuncia al humor, a provocar en el espectador una risa nerviosa que funciona casi como un desahogo necesario de la dureza de la historia. Porque, además, Muraday cuenta una historia, la de una relación tóxica que recorre los rincones más oscuros del alma humana.