Ciencia

Esperando a la enfermedad X que asolará el mundo

El coronavirus es la última epidemia del mundo antiguo y nos enfrentamos a ella con herramientas del siglo XX. Estas pandemias nos obligarán a cambiar el sistema sanitario mundial si queremos controlarlas antes de que ellas terminen controlándonos a nosotros

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En los primeros días de 2020, desde la Coalición para la Innovación en la Respuesta a las Epidemias, una organización internacional que trabaja para la financiación de investigación en vacunas, se preparaba un informe que estaba condenado a aparecer en medios de comunicación de todo el mundo. En él se advertía de las altísimas probabilidades de que un nuevo virus pusiera en aprietos a los sistemas sanitarios internacionales en cualquier momento. Un virus no muy conocido, uno de los más letales que existen en la naturaleza y que podría «convertirse en el próximo Ébola», decía el informe, «a menos que se redoblen los esfuerzos para encontrar una vacuna».

El virus dio la cara en 1999 cuando una extraña mortalidad animal en la localidad malaya de Sungai Nipah llamó la atención de los expertos. Las víctimas más numerosas eran los cerdos. En cuestión de meses, los propios granjeros empezaron a enfermar de encefalitis y neumonía. La mitad de los contagiados moría. Dos décadas después, en diciembre de 2019, se celebraba en Singapur la Conferencia Internacional sobre Virus de Nipah, el primer esfuerzo global para entender la amenaza de este microorganismo. En ella se informó de que se han producido brotes periódicos en Malasia y Bangladesh, con ratios de mortalidad de entre el 40 y el 90 por 100 de los infectados.

Convertirse en una pesadilla

El virus tiene todas las características necesarias para convertirse en una pesadilla: nace entre animales de granja, se transmite de persona a persona, no tiene cura ni vacuna, es terriblemente mortal. No es el nuevo Ébola, es peor. Pero las conclusiones del congreso no gozaron de la repercusión deseada. La razón: durante esos días medio mundo empezaba a prestar atención a un coronavirus nacido en Wuhan, China, que desde entonces no ha dejado de copar portadas.

La coincidencia en el tiempo ha arrancado del foco mediático al virus de Nipah, mucho más preocupante que el SARS-Cov2, sin duda. Pero Nipah sigue ahí, escondido en alguna granja del sudeste asiático esperando a convertirse en la primera gran pandemia moderna. Covid-19 es una enfermedad del siglo XX y la atacamos con herramientas del siglo XX. Nipah podría ser el mal del siglo XXI, la esperada «enfermedad X» con la que llevan décadas alertándonos los virólogos. Un virus infectivo como la gripe y mortal como el Ébola, una amenaza que obligará a las autoridades sanitarias de todo el mundo a repensar sus estrategias de contención.

Las epidemias son hijas de su tiempo. La peste negra recorrió toda Europa desde su origen en Asia, aprovechando las líneas comerciales de la ruta de la Seda. Un cambio climático que provocó severas sequías en Asia Central favoreció que murieran algunos de los portadores naturales de las pulgas que transmitían la infección y que estas encontraran cobijo en caballos primero y en humanos después. Sin las rutas comerciales ni el cambio del clima no se habría producido la peor de las pandemias de la historia, que acabó con la vida de 25 millones de europeos y entre 40 y 60 millones de personas en Asia y África en el siglo XIV.

En el siglo XXI las condiciones favorables para las pandemias son otras. El problema es que no siempre somos conscientes de cuáles. La Organización Mundial de la Salud creo en 2016 el plan Blueprint para tratar de desarrollar proyectos de investigación orientados a combatir las epidemias del futuro. La primera conclusión de los expertos fue descorazonador: seguimos afrontando las crisis sanitarias de manera incorrecta. Ha llegado el momento de dejar de tratar las epidemias de manera aislada luchando con cada nuevo brote que llega y empezar a tratar sus causas estructurales de origen. Los virus tienen que dejar de tener el control de los tiempos porque tarde o temprano aflorará uno para el que no tengamos capacidad de reacción.

Esa fue la causa de que la OMS decidiera acuñar el término «enfermedad X» como un símbolo de una pandemia que aún no hemos conocido pero que supondría un grave peligro para la humanidad entera. Una especie de enemigo aún inexistente para el que debemos prepararnos. Ya no es suficiente con inventar vacunas nuevas cada vez que un virus nuevo surge en algún lugar del planeta, es una suerte de carrera sin fin en la que la humanidad tiene las de perder. Un círculo vicioso sin sentido. Cada vez que inventamos una vacuna sabemos que tarde o temprano aparecerá una versión del virus que escape a ella. ¿Hasta cuándo? Se cree que hay cerca de 1.600.000 virus desconocidos capaces de infectar a seres humanos. Son miríadas de variantes de virus que ya nos han afectado alguna vez en la historia. Solo de la tipología del SARS hay 50 variantes peligrosas.

Secuenciar el genoma

Para enfrentarse a esa amenaza hay que hacer algo más que sentarse a esperar cuándo nos atacará otro bicho. El proyecto Viroma Global es un buen comienzo. Organizaciones científicas de todo el mundo se han propuesto secuenciar el genoma de la mayor cantidad posible de virus susceptibles de infectar al ser humano. El empeño es monumental, cuenta con financiación internacional de más de 1.000 millones de dólares y pretende tener sus primeros resultados en 2028.

Tener un catálogo genético de los microorganismos más amenazantes nos acercaría a la consecución del mayor de los deseos que comparten todos los virólogos: un set de vacunas universales: la vacuna universal contra la gripe, la vacuna universal contra el Ébola, la vacuna universal contra los coronavirus. No es fácil, los virus mutan y se adaptan a una velocidad muy superior a nuestra capacidad de reacción. Pero si queremos afrontar con garantías la nueva era de las pandemias no tendremos otro remedio que intentarlo.

La carrera por la vacuna universal no es más que una de las nuevas herramientas para el nuevo tiempo al que nos enfrentamos. Algunos expertos empiezan a proponer que la estrategia más eficaz es tratar de detener el próximo golpe en origen. Sabemos que la inmensa mayoría de los virus que pueden matar a millones de personas empiezan residiendo en animales de granjas o de bosques templados.

Igual que la ruta de la Seda propició la peste medieval, la huella ecológica humana de este siglo XXI, cada vez menos respetuosa con el contacto con los animales, puede propiciar la próxima catástrofe. La deforestación, las técnicas de ganadería intensiva sin control, la pérdida de zonas silvestres de intersección entre humanos y animales salvajes, el comercio globalizado de alimentos… son el caldo de cultivo ideal para el virus del siglo XXI. Si se interviene en estos procesos estaremos más cerca de tomar la delantera. Una nueva era, con nuevas amenazas, requiere de nuevas herramientas.

En verano, la vacuna definitiva

El problema está en saber cuánto tiempo tardaremos en tener esas nuevas herramientas. La respuesta global a una pandemia es espectacular. Los recursos se movilizan con cierta celeridad, se abren líneas nuevas de investigación y se acortan los tiempos de reacción clínica. Hay quien asegura, como el virólogo español Luis Enjuanes, que este verano tendremos una vacuna viable contra el coronavirus. En tiempos de crisis grave, el sistema sabe reaccionar.

Pero tiende a olvidarse pronto el miedo y la realidad es que, entre epidemia y epidemia, no se hace nada por modificar los condicionantes estructurales que conducirán a la siguiente. Pasamos el SARS, pasamos el sida, pasamos el ébola… y no hacemos nada por evitar el siguiente. Como suele decirse de los incendios forestales (que hay que apagarlos en invierno con medidas de prevención y no en verano con medidas de contención) las epidemias hay que evitarlas antes de que nos infecten. No sabemos qué cara tendrá la próxima, pero sabemos que vendrá.

Algunos expertos creen que por ello es necesario cambiar las estructuras de investigación, diagnóstico y desarrollo de fármacos. En lugar de investigar y actuar sobre virus individuales se requiere un acercamiento global a las causas por las que un patógeno nos infecta, sea cual sea su origen. Y la genética puede ayudarnos a ello. De momento, el paso más cercano parece que será el logro de la primera vacuna que cubra todos tipos de gripe estacional que lleva anunciándose desde 2017.

Pero mucho más barato y quizás eficaz sería aumentar la inversión en la alerta temprana en los lugares de origen, en las granjas, bosques y explotaciones agrícolas de zonas tropicales donde sabemos que se está produciendo el caldo de cultivo para la próxima pandemia. Es allí donde habrá que buscar los primeros indicios de nuevas enfermedades, los reservorios de virus desconocidos y las transmisiones entre animales y humanos que son susceptibles de convertirse en una amenaza. Solo así seremos capaces de anticiparnos a la temible epidemia X.

LAS CLAVES

A finales de 2019 la Organización Mundial de la Salud elaboró su informe sobre las grandes amenazas para la salud que se esperaban para 2020. Obviamente el coronavirus no estaba entre ellas. Estas son las principales preocupaciones sanitarias antes de la llegada de Covid-19
*Contaminación ambiental. Puede matar a 7 millones de personas prematuramente cada año.
* Enfermedades no transmisibles. Diabetes, cáncer, cardiopatías. Suponen el 70 por 100 de las muertes globales.
* Epidemia mundial de gripe. La OMS alertaba en 2019 de la llegada de una pandemia de gripe común. Pero no advertía cuándo se produciría, ni predijo la pandemia de Covid-19.
*Pobreza. 1.600 millones de personas viven en lugares donde las condiciones ambientales y sanitarias conducen a una muerte prematura segura.
*Resistencia a los antibióticos. Cada año mueren 1,5 millones de personas por culpa de infecciones bacterianas resistentes.