Ciencia
Mato Tipila: desde los osos gigantes, hasta los volcanes milenarios
Conocida como “La torre del diablo”, Mato Tipila significa realmente algo así como: la morada del oso. Las leyendas que esconde son espectaculares, pero su ciencia no se queda atrás.
Deja que te cuente una historia, o mejor, dos. Una leyenda de esas que calan hondo, que habla de creación, de la tierra y del cielo. Una fantasía que nació hace ya mucho tiempo en el centro de un continente salvaje, mucho antes de que llegaran los colonos. Cuentan que, aunque las tribus mantenían sus rivalidades, los Kiowa y los Lakota mantenían la paz y que los niños se alejaban de vez en cuando del asentamiento para encontrarse con amigos de otros clanes. Así empezó el problema. Lejos del campamento, un grupo de niñas Kiowa y Lakota estaban jugando, entretenidas y sin prestar demasiada atención a lo que pudiera estar ocurriendo a su alrededor.
Los osos
No estaban acostumbradas a sobresaltos, pero aquel día fue diferente, porque unas bestias habían seguido su olor. Eran osos, pero no como aquellos que estaban acostumbradas a ver; estos eran especialmente grandes, descomunales. Con un solo movimiento, sus zarpas podrían haber arrasado toda una tribu y sus uñas eran tan grandes como los tipis donde dormían. Los osos bramaron y las niñas, aterrorizadas, salieron corriendo tan rápido como pudieron.
Por mucho que apuraban, sus cortas piernas les hacían perder ventaja y los osos estaban cada vez más y más cerca. Dicen que no puedes correr, nadar o trepar más rápido que un oso, pero las niñas no tenían otra opción, así que escalaron, roca tras roca de la única montaña que había en la zona. Cada metro era un suplicio, pero las pisadas de los osos estaban cada vez más cerca y eso las espoleaba. Al fin llegaron a la cima y solo entonces se dieron cuenta del error que habían cometido: los osos seguían subiendo y ellas ya no tenían a dónde ir. La montaña estaba rodeada por esas bestias repletas de colmillos, músculos y garras.
Cuando la muerte se ve así de cerca y el desastre parece inevitable, no queda nada que perder, es en esos momentos cuando intentamos las cosas más improbables. Así pues, las niñas comenzaron a rezar. Se encomendaron al gran espíritu y pidiendo que las salvara de algún modo. Mientras susurraban sus plegarias a la tenue luz del anochecer, los osos seguían subiendo por la ladera, avanzaban algunos metros usando sus uñas como si fueran piolets y, de vez en cuando, retrocedían otros pocos, vencidos por la gravedad, peinando la roca con las garras en afilados y antinaturales relieves.
A pocos metros de que los osos alcanzaran la cima, el Gran Espíritu se apiadó de las niñas y quiso ponerlas a salvo, pero no de nuevo en el suelo, sino en el firmamento, todo lo lejos posible de aquellas bestias. Así pues, el Gran Espíritu las tomó y las convirtió en estrellas, un apretado grupo de ellas que podemos distinguir fácilmente en el cielo. Ahora las conocemos con el nombre de Pléyades y a la montaña llena de arañazos desde la que rezaron, como Mato Tipila.
La leyenda es preciosa y es normal sentirse reticentes a desposeerla de esa belleza, ahondando en los motivos físicos y geológicos que crearon Mato Tipila. Sin embargo, las explicaciones científicas no son solo números huérfanos, son justificaciones detalladas de cómo se comporta el mundo, son complejos y precisos procesos, bellos en sí mismo. Entender lo que hay tras Mato Tipila no es comparable con ver los hilos de un titiritero, sino con el juego de engranajes de un reloj. Algunos de ellos exponen su maquinaria voluntariamente, abriendo pequeñas ventanas en su esfera que revelan finas piezas de metal bruñido. Se consideran estéticos, a pesar de que nos recuerden que no dan la hora por un simple truco de magia. Entonces, ¿qué ocurrió realmente?
El magma
La verdadera historia empezó mucho antes de que los nativos americanos soñaran con osos gigantes y dioses misericordiosos. No miles, ni decenas de miles de años antes, sino millones. Empezó hace 300 millones de años y terminó en el limbo que se levanta entre una era dominada por reptiles gigantes y aquella en que las tornas empezaron a cambiar, dándole una oportunidad a nuestros vulnerables ancestros. Sesenta y cinco millones de años nos separan del momento en que la tierra protestó bajo lo que ahora es Norte América. Bajo la rígida corteza en la que vivimos se extienden varios kilómetros de una capa de roca fundida, llena de corrientes que suben y bajan, arrastrando con ella simas, montañas y mares.
Estas columnas de magma buscaban abrirse paso hasta la superficie, empujando y desplazando la corteza que encontraban a su paso, haciéndola ascender como lo hace la superficie de soufflé, solo que, en este caso, hablamos de un soufflé de 3000 kilómetros de extensión al que conocemos como las Montañas Rocosas. La Tierra cambiaba y, entre las tormentas de magma que se arremolinaban bajo la superficie, hubo una diferente, porque su fuerza era tal que no se conformaba con ganar algo de espacio elevando a la corteza, buscaba más. La superficie se resquebrajó, superada por la tensión de la impetuosa pluma de roca fundida, que, sintiéndose liberada, tomó el cielo por suyo, propulsándose hacia las nubes y haciendo vibrar la tierra y el aire con una violenta explosión, como el llanto de un niño geológico que acaba de nacer.
Fragmentos de roca, cenizas, gases y lava, fluyeron como una ola, alejándose y arrasando la vida a su paso. Mientras tanto, el magma seguía emergiendo, liberando gases y solidificándose alrededor de la brecha, haciendo que sus bordes crecieran, cada vez más altos e inclinados, esculpiendo el cono de un nuevo volcán. la lava siguió fluyendo hasta agotarse el magma que había bajo el volcán; estaba seco y, como una herida que deja de sangrar, sus fluidos se solidificaron. La chimenea, la columna de magma que atraviesa el cono, comenzó a enfriarse, primero en su superficie, plana como el agua de un lago, y poco a poco, las profundidades siguieron sus pasos. Este retraso entre la superficie y el fondo generó tensión, las capas que antes se enfriaban se contraían, tirando de las inferiores, como un corte que cicatriza. Fue en estas condiciones cuando la roca cedió y se quebró en mil columnas. Eran prismas con bases hexagonales, pentagonales, octogonales, como si fueran la obra de un titánico cantero.
La chimenea ya era roca, pero sus bordes estriados estaban ocultos bajo el cono y, aunque hasta ahora todo había ocurrido en un suspiro geológico, lo que estaba por llegar tendría sus propios ritmos. El tiempo y la paciencia estaban al cargo y su plan necesitaría millones de años para llevarse a cabo. Enviarían lluvias, vientos y nevadas para que fueran arrancando la tierra y la piedra tras las que se escondían los prismas de roca volcánica, erosionándolo todo menos a ellos. Lo que ahora vemos es el resultado de eso, una montaña de laderas arañadas que se alzan solitarias casi 300 metros.
La controversia
La hipótesis del volcán es, posiblemente, la más aceptada, pero no la única. Algunos expertos creen que el magma ascendió, efectivamente, pero que en lugar de romper la superficie se infiltró entre las capas de roca sedimentaria que forman el suelo de la zona, como si inyectáramos agua entre los pisos de una lasaña, lo que en geología se conoce como lacolito. No obstante, se han encontrado rocas volcánicas en los alrededores con indicios de haber sido proyectadas durante una explosión piroclástica. Otro dato difícil de casar con la hipótesis del lacolito es la superficie tan plana que muestra Mato Tipila, porque normalmente, los lacolitos tienen una cima redondeada, como un domo.
Lo cierto es que la polémica está del todo justificada y puede que nuevos estudios ayuden a aclarar el origen de Mato Tipila. Mientras tanto, podemos seguir disfrutando de los mitos, pero ahora sabemos que la historia que cuenta la ciencia también es bella. Es humano sentirse atraído por las historias y es igual de humano buscar la verdad que hay tras ellas.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Por lo general a esta estructura se le llama “Torre del diablo”, pero se trata de una mala traducción. Mato Tipila significa algo así como “la morada del oso”, que fue malinterpretada como “la torre del Dios” y esto, a su vez, como “Torre del diablo”, lo cual resulta ofensivo para los nativos de la zona.
- Aunque la hipótesis del volcán es la más famosa, es posible que su origen se debiera a un lacolito. Por ahora no puede concluirse gran cosa al respecto.
- Las mediciones más recientes datan Mato Tipila de hace 50 millones de años, por lo que no coincidió exactamente con los procesos que dieron lugar a las Montañas Rocosas.
REFERENCIAS (MLA):
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