Ciencia
El cerebro reptiliano no existe, es neuro-charlatanismo
Dicen popularmente que el cerebro está dividido en tres partes que hemos añadido a lo largo de la evolución siendo el reptiliano el más básico, pero esto es tajantemente falso.
Hablar sobre el cerebro llama. Junto con el cosmos es, posiblemente, el tema estrella de la comunicación científica. Posiblemente se deba a que todavía guarda muchos misterios relacionados con preguntas que arrastramos desde el origen de nuestra especie. ¿Qué nos hace especiales? ¿Quién soy yo? ¿Soy libre? Estas cuestiones que tanto y tan bien deben integrarse con la filosofía captan nuestra imaginación y arrastran parte de la neurociencia a la sociedad. Eso sí, son tan solo algunos pedazos incompletos. Los retazos que se popularizan suelen ser las hipótesis alocadas, las malas interpretaciones o las comparaciones desafortunadas, y no tanto por mala suerte como porque suelen ser las más rimbombantes y superficialmente fascinantes.
Un ejemplo es el famoso cerebro trino o triuno que ha dado la vuelta al mundo. Posiblemente hayas escuchado alguna vez que tu cerebro, en realidad, está dividido en tres partes y que las funciones más básicas las lleva a cabo tu primitivo cerebro reptiliano. Suena bien, parece explicar nuestras pulsiones liberando de culpa a nuestra parte más humana y culpando a nuestros inoportunos vestigios evolutivos. Sin embargo, esta es una de las mayores mentiras de la neurociencia pop, que tiene mucho más de pop que de neuro.
Cómo no funciona la evolución
Solemos imaginar la evolución como un proceso ordenado y lineal. Es más, incluso si crees que tú la imaginas caótica y llena de ramificaciones, es muy posible que te estés quedando corto. La imaginamos como algo constante y absolutamente gradual, y en parte es cierto, solo que algunas teorías, como la del saltacionismo de Jay Gould y Niles Eldredge, plantean que la mayor parte del tiempo las especies apenas cambian, hay periodos relativamente cortos de tiempo donde se acumulan una gran cantidad de mutaciones, acelerando los procesos de especiación. Incluso en el caso del saltacionismo la evolución sigue siendo algo gradual, solo que menos de lo que se consideraba clásicamente. Como ves, son muchas las imprecisiones que se tienen sobre estos procesos, y la evolución por capas es una más.
Cuando hablo de evolución por capas, es la forma que he tenido de referirme a la creencia de que el cerebro ha evolucionado creando nuevas estructuras más sofisticadas rodeando a las antiguas, como si fueran nuevas pieles de una cebolla. A mediados del siglo pasado, un neurocientífico americano llamado Paul D. MacLean y en absoluto emparentado con el autor de Miss American Pie, planteó que nuestro cerebro era en realidad una trinidad. Durante esta época era frecuente tratar de tender puentes construidos de cualquier manera entre las ciencias del cerebro y la biología evolutiva. No se buscaba que estas relaciones aportaran un mayor entendimiento del funcionamiento de nuestra mente, sino que eran hipótesis ad hoc y sin evidencia alguna. Este caso fue uno de ellos.
Retrocediendo dos milenios
Lo que MacLean planteaba concretamente era que el cerebro de los reptiles, primitivo y solo capaz de responder a los impulsos más primarios, había evolucionado en los mamíferos añadiendo a su alrededor una nueva estructura capaz de experimentar emociones. Hasta aquí tenemos un cerebro reptiliano cubierto por un cerebro mamífero aparentemente independiente. Finalmente, los humanos habíamos añadido una última estructura, el cerebro racional, del cual surgían las funciones cognitivas superiores. Si lo pensamos, más que a ciencia esta tripartición suena a cuando, allá por el 300 y pico antes de Cristo, Platón escribió su diálogo Fedro.
En él hablaba del alma del hombre como una entidad trina, la cual ejemplificó con su alegoría del carro alado. El alma sería como un carro de caballos donde el auriga, conduciendo el carro, representa a el alma racional. El carro estaría tirado por dos caballos, uno blanco simbolizando el alma irascible, que es responsable de la voluntad y el valor; el otro negro, el alma concupiscible de la que emergen las bajas pasiones. Tomando algunas licencias, no es difícil ver en el cerebro racional al alma racional, en el cerebro mamífero el alma irascible y en el cerebro reptiliano el alma concupiscible. La mayor diferencia entre el planteamiento neurocientífico de Paul D. MacLean y la antropología filosófica de Platón es que este último fue a la vanguardia de su tiempo explotando el poco conocimiento que por aquel entonces se tenía. MacLean decidió desoírlo.
Como por arte de magia
Sabemos que las estructuras anatómicas no surgen de la nada. Los murciélagos no perdieron los brazos para que se formaran ex nihilo unas nuevas alas. Lo que realmente ocurrió fue que sus brazos fueron moldeándose poco a poco hasta que las proporciones de sus huesos, los pliegues de su piel y la fuerza de sus músculos dieron lugar a las alas que vemos ahora. Del mismo modo, nuestros pulmones parecen haber evolucionado a partir de las vejigas natatorias que los peces óseos utilizan para controlar su flotabilidad y nuestro oído proviene de un hueso de la mandíbula de los peces. Precisamente por eso, resulta algo absurdo pensar que al cerebro de un reptil primitivo le surgió de repente una estructura totalmente nueva y que, por si fuera poco, ese cerebro reptiliano ha quedado casi inalterado a lo largo de los millones de años que nos separan de ellos.
La neurociencia evolutiva es apasionante, pero apunta en una dirección muy diferente. Según ella, si bien el encéfalo de los reptiles estaba mayormente formado por una estructura llamada tronco encefálico, estos también muestran sistema límbico y corteza, que corresponden respectivamente a las tres capas descritas por MacLean. Para ser precisos, el tronco del encéfalo no es parte del cerebro, sino que junto con el cerebro y el cerebelo forman el encéfalo, pero omitamos esto. Lo importante es que, efectivamente, se trata de una estructura responsable de numerosas funciones primitivas, como la respiración, la digestión, el vómito, coordinar el movimiento de los ojos, etc.
Por otro lado, el sistema límbico que forma las estructuras más profundas del cerebro se ha relacionado históricamente con las emociones. El problema es que este término está en desuso y no pocos neurocientíficos y filósofos de la neurociencia recomiendan olvidarlo, precisamente porque no forma una estructura anatómica o evolutivamente bien definida y, por lo tanto, hablar de él como si lo fuera propicia interpretaciones simplistas como las de MacLean. No obstante, los ganglios basales, el hipocampo, la amígdala y otras de este antiguo sistema límbico se ven, efectivamente, más desarrolladas en los mamíferos que en los reptiles, aunque ambos poseen estructuras análogas.
Finalmente, la corteza que cubre la superficie del cerebro constituye lo que MacLean entendió como cerebro racional y, es cierto que en los homínidos y especialmente en los humanos está muy desarrollada, dando lugar al neocórtex. Esta, como bien apunta, se relaciona con procesos que cognitivamente consideramos inteligentes, como anticiparnos a lo que va a suceder. Sin embargo, hay un problema con lo que acabamos de contar, porque solo hemos relatado parte de las funciones de estas estructuras. Únicamente hemos nombrado las que constituyen el cliché seguido por MacLean, pero hemos omitido mucha complejidad.
Por ejemplo, sabemos que el tronco del encéfalo comienza a procesar información de los sentidos que posteriormente seguirá trabajando la corteza cerebral. El sistema límbico, concretamente el hipotálamo, se encarga de almacenar memorias a corto plazo y muchas de sus estructuras intervienen notablemente en la toma de decisiones y lo que popularmente entendemos como razonamiento. Finalmente, buena parte de la corteza se encarga de procesar la información de los sentidos o de coordinar los movimientos del cuerpo. Por no hablar de que las funciones que históricamente hemos considerado más representativas del ser humano, como la creatividad o la consciencia no parecen localizarse en ningún punto concreto del cerebro, sino que emergen de conexiones que implican a las tres capas del cerebro triuno.
Así que, si queremos resumir todo lo dicho, podemos decir que no hay tres capas, sino muchas estructuras interrelacionadas. No hay cerebro reptiliano, porque esa estructura no es cerebro, no hay cerebro mamífero, porque ni siquiera es del todo correcto hablar de sistema límbico, y lo más importante, la corteza cerebral es fantástica, pero no somos los únicos que la tienen ni surgió de la nada. Dejemos de hablar de tres cerebros y olvidemos lo neuro-pop, que las maravillas de nuestra mente existen, pero están muy lejos de ser las caricaturas que ha filtrado la historia.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La clave de la evolución de las estructuras cerebrales no es solo que aumenten de tamaño, sino que su arquitectura cambia porque se reordenan sus células. Su función, y por lo tanto las distinciones establecidas por MacLean, dependen más de ese reordenamiento que de constituyentes completamente nuevos.
REFERENCIAS (MLA):
- Shepherd, Stephen V. The Wiley Handbook Of Evolutionary Neuroscience. 1st ed., Wiley, 2016.
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