Tecnología

Robots para no estar solos

Una investigadora de Estados Unidos propone que los millones de ancianos que viven solos en el mundo se beneficiarían del contacto con robots para las tareas cotidianas, la amistad y el sexo

Detalle de la cabeza de la robot Sofía, una humanoide diseñada para mantener complejas conversaciones y puede expresar más de medio centenar de emociones.
Detalle de la cabeza de la robot Sofía, una humanoide diseñada para mantener complejas conversaciones y puede expresar más de medio centenar de emociones.Enric FontcubertaEFE

Los robots andan ya en nuestro hogar como Pedro por su casa. Aparatos semiinteligentes que ayudan en las tareas de la cocina, que barren el suelo, que vigilan que las luces de la casa no se queden encendidas o que ayudan a limpiar la piscina están a la orden del día. Con las continuadas situaciones de confinamiento tras la pandemia de coronavirus la compra online de este tipo de «robots» se ha disparado. Pero lo que la experta en bioética y legislación médica de la Universidad de Washington Nancy Jecker ha propuesto esta semana es un paso más. Y realmente estremecedor. Nancy cree que los robots podrían ser los acompañantes perfectos para la población mayor, para los millones de ciudadanos del mundo que, en las últimas etapas de sus vidas, viven solos. Y cuando habla de «acompañante» utiliza toda la extensión de la palabra: «Robots para asistir en las tareas de casa, para hacer compañía en los momentos de soledad, para conversar, para crear lazos de amistad, para tener sexo…».

Jecker ha publicado en «Journal of Medical Ethics» un ensayo sobre su provocadora idea. «En sociedades envejecidas como la nuestra, nadie se ha preocupado por estudiar seriamente el impacto de las tecnologías robóticas en la cada vez más creciente población de personas de más de 65 años que viven solas. Pero sin duda, muchas de ellas se beneficiarían de la compañía de un robot para sentirse acompañado».

Lo cierto es que la población mayor que vive sola crece sin parar. Los datos demográficos de nuestro país a 2019 arrojan que de los 4.732.000 personas que viven sin compañía, el 43,1 por ciento tiene más de 65 años. Un total de 850.000 superan los 80. De ellos, 662.000 son mujeres.

Los datos, que pertenecen a la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, revelan, en paralelo, la disminución de jóvenes que viven solos. El año pasado, unas 482.000 personas de 25 a 34 años no compartían vivienda, frente a las 616.300 de hace seis años. Entre los 25 y los 29 años, la cifra pasó de 224.300 a 167.600 en el mismo periodo: el 8 por ciento de quienes pertenecían a este tramo de edad frente al 6,7 por ciento.

La pandemia ha vuelto a sacar a la luz la realidad de los hogares con una sola persona. El 26% de las casas españolas está habitada por un solo usuario (de cualquier edad). Dos personas ocupan el 30% de las viviendas, el 21%, tres personas y solo un 6% están habitadas por cinco o más miembros. El perfil más habitual de persona que vive sola en España es mujer de más de 65 años y, probablemente, viuda. Además Madrid y Barcelona son las ciudades con mayor número de solitarios en casa (más de 500.000 en cada caso).

Ante esta situación, y según sostiene la autora del trabajo publicado esta semana, se hace más necesario que nunca afrontar modelos de acompañamiento que exploren todas las posibilidades de la tecnología. Pero lo cierto es que mientras en las tareas más físicas y tecnológicas (la limpieza, tareas domésticas, conexiones multimedia…) parece que se ha avanzado enormemente en los últimos años, en las cuestiones más emocionales (como puede ser la conversación, la amistad o el entretenimiento) no ha habido un impulso científico suficiente.

Es en este terreno en el que la sexualidad cobra también significado. «A pesar de que vivimos en una sociedad con cada vez más personas mayores, seguimos aplicando viejos estereotipos a la vejez», denuncia Jecker. Asumimos que a partir de cierta edad somos demasiado mayores para disfrutar del juego, de una nueva amistad y del sexo.

Durante décadas, la investigadora ha estado estudiando la evolución psicosocial de los seres humanos con el paso de la edad. Los robots entraron en escena al apreciar una tendencia decreciente en la mano de obra dedicada a cuidado de personas mayores dependientes. Según el Instituto Nacional de Estadística, un 3,3% de las mujeres que solicitan jornadas laborales a tiempo parcial y un 4,7% de los hombres lo hacen por no poder costearse los servicios de un profesional que cuiden a un mayor a su cargo o no encontrar personal adecuado. Ante circunstancias de este tipo, la robótica sale al rescate.

Pero al estudiar las posibilidades de la tecnología, Jecker detectó que las necesidades que tiene la población mayor son más amplias de las que un simple robot de cocina o de teleasistencia puede cubrir. «La sexualidad es un valor vital humano», según afirma la autora. Está ligada al desarrollo de capacidades físicas y anatómicas, a la autoestima, al desarrollo de emociones, al sentimiento de pertenencia al grupo y a la mejora de algunas funciones médicas. «No se trata de mera satisfacción física», concluye.

El diseño de robots de compañía en el futuro tendría que tener en cuenta también esta necesidad. «Supondría un cambio de paradigma en la población senior», en palabras de Jecker. «La sociedad tiene que atender esas demandas en su más amplio espectro».

Aunque, obviamente, no se trata de confeccionar juguetes sexuales para lo más mayores. «La relación con las máquinas puede ser sexual pero no debe ser solo sexual». Hay un espectro amplísimo de deseos humanos en cada etapa de la vida. La investigación ha detectado que la mayoría de las personas que viven solas agradecen más tiempo de satisfacción física y más tiempo de satisfacción emocional.

Hasta ahora, la mayor parte de las tecnologías que se venden para este rango de edad más alto se limitan a la observación y monitorización física del individuo (aparatos medidores de la tensión arterial o el ritmo cardiaco, asistentes para monitorizar el estado de salud, etcétera). Pero existe una gran laguna en el mundo de las tecnologías de soporte emocional.

En ese sentido, la sociedad occidental debería aprender de los vecinos más al Este. La cultura japonesa, por ejemplo, lleva siglos integrando el aspecto emocional y físico del individuo en uno solo. Quizás por eso son mucho más abiertos a la idea de un robot acompañante. Cuentan desde hace tiempo con mascotas, amigos y parejas sexuales robotizadas. Y están más avanzados en el diseño de estas tecnologías que satisfagan las necesidades sociales de las diferente edades. Según Jecker, «los fabricantes de robots deberían empezar a pensar no solo en la utilidad de sus máquinas, sino en la capacidad de hacer felices a los usuarios». Felices en todos los sentidos posibles.