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Historia

Terraplanismo

El mito de Colón y la forma de la Tierra

A pesar de la leyenda popularizada, Colón no tuvo que demostrar que la Tierra fuera redonda, pero sus cálculos estuvieron a punto de matar a toda su tripulación

Las carabelas de Colón representadas por G. Dagli Orti G. Dagli OrtCreative Commons

El héroe incomprendido que lucha contra los dogmas de su tiempo capeando contra viento y marea. Esa figura que consigue imponerse a los prejuicios de toda una época y abrirles los ojos a los poderosos. Más o menos así es como solemos ver a Colón. Casi podemos imaginarle frente a los Reyes Católicos, tratando de convencerles de la esfericidad de la Tierra en el Concilio de Salamanca. De hecho, son unos cuantos los cuadros que representan esta escena y a ellos tenemos que sumarles la infame biografía publicada por Washington Irving, Publicada en 1828, entre sus páginas se mezclaba realidad con ficción hasta hacerlas inseparables.

A Irving no le tembló el pulso al inventarse con todo lujo de detalles las conversaciones mantenidas entre Colón y los Reyes durante sus encuentros y quienes han bebido de su libro han contribuido a extender la farsa. El arte, la literatura y la mala historia fueron dando forma al mito hasta tal punto que incluso ahora, a principios del siglo XXI, son muchos quienes piensan que en la Edad Media todavía creían en una Tierra plana y que le debemos a Colón el descubrimiento de nuestra redondez. Pero ¿y si te dijera que ya lo habíamos descubierto casi 2000 años antes?

Platos, cilindros y alguna que otra esfera

En la Grecia antigua, los milesios sí que creían en una Tierra plana. Algunos la describían como una suerte de plato, capaz de contener las aguas sin que desbordaran por sus lados. Así lo defendió Tales de Mileto (624 a.C), a quien consideramos como el padre de la filosofía y de la ciencia. Gracias a una ilustración del historiador Hecateo de Mileto (550 a.C) podemos echar la vista atrás y comprender este extraño modelo del mundo. La Tierra emergida se limitaba al sur de Europa, el este de Asia y el noreste de África, todo lo demás eran mares interiores y un anillo de aguas llamado Océano que separaban a los continentes del borde del mundo.

El primer pensador que se separó de esta idea fue, precisamente, el discípulo de Tales, Anaximandro de Mileto (610 a.C). No obstante, no llegó a proponer la forma esférica, sino una cilíndrica, como una columna muy chata sobre cuyo techo se encontraba el mismo mapa que representaría Hecateo un tiempo después. A esto, Anaximandro añadió una muy rudimentaria idea de gravedad por la cual, el cilindro no se desplazaba en ninguna dirección por estar equidistante de todos los puntos, en el centro del Cosmos.

No obstante, suele decirse que Anaximandro abrió la veda para que pudieran ser propuestas otras geometrías para nuestra Tierra. Según la tradición, el primer modelo esférico llegaría unos años después con Pitágoras de Samos (569 a.C). Lejos de que esta idea cayera en el olvido, fue adoptada por dos de los más grandes pensadores de toda la historia, dos figuras que, de hecho, mantuvieron su influencia durante más de un milenio, esculpiendo sin saberlo el pensamiento más de toda la edad media: Platón y Aristóteles.

Mapa de la Tierra plana, dibujado por Orlando Ferguson en 1893larazonOrlando Férguson

Aristóteles iba incluso un paso más allá y no solo hablaba de una Tierra esférica en el corazón del cosmos, sino de una estratificación de los elementos en función de su peso, creando capas concéntricas. El peso de la tierra la hizo caer al centro del universo, formando nuestro planeta, sobre ella se depositaron las aguas, algo menos pesadas y por encima, nos encontramos primero el aire, y luego el fuego, cada vez menos densos. Aristóteles hablaba de una atracción hacia el centro del universo. No de que cada objeto suficientemente grande pudiera generar una fuerza atractor, por lo que todavía quedaba mucho para hablar propiamente de gravedad, pero recuerda a cómo justificamos que el núcleo de nuestro planeta esté formado por hierro y níquel mientras que su superficie es mucho más ligera.

La medición

Lo que Aristóteles y compañía habían visto era que, a medida que uno viajaba sobre la Tierra, las constelaciones iban cambiando, aparecían unas, desaparecían otras... La forma de explicar esto y algún que otro detalle más era aludir a la esfericidad de la Tierra, pero faltaba algo clave: medir esa supuesta curvatura. No todo era elucubrar, e hizo falta que llegara Eratóstenes de Cirene. El sabio se percató de que, a la misma hora del mismo día del año, el Sol proyectaba sombras distintas en ciudades muy alejadas. Sobre una de ellas los rayos caían a plomo, perpendiculares al suelo y sin dejar rastro de sombra. Mientras tanto, el segundo palo era bañado por el Sol formando largas penumbras. El siguiente paso fue llevar un palo idéntico a cada ciudad y, conociendo su longitud (y asumiendo que el Sol está tan lejos que sus rayos nos llegan paralelos entre sí) pudo calcular el ángulo entre los dos palos.

Sabiendo esto, solo necesitaba medir la distancia entre las dos ciudades y calcular qué perímetro tendrían los 360º de esa esfera llamada mundo si los 7,2º entre Siena y Alejandría estaban a 6192 kilómetros. El resultado fue de 39.614 kilómetros, lo cual supone un error de solo 400 kilómetros. Tras él llegaron otros medidores, como Posidonio, por lo que la esfericidad del mundo y su tamaño se popularizaron con cierta pluralidad de opiniones.

Cierto es que, aunque la idea de una Tierra redonda sobreviviera hasta tiempos de Colón, los detalles seguían siendo una incógnita. Para explicar que hubiera tierras emergidas, no podían quedarse con la idea de Aristóteles por la que el agua cubre la tierra como una segunda capa y precisamente por eso se plantea un giro. Efectivamente, el elemento tierra forma una esfera, al igual que el elemento agua, y la primera es más densa, por lo que se hunde, pero sus centros están ligeramente desplazados. Podríamos compararlos con una bola de nieve pequeña, casi hundida en una mayor. De este modo la tierra emergía en el norte, y el sur era una vasta esfera de agua. Es más, dado que creían que cada elemento debía encontrarse en la misma cantidad (en cuanto a masa) y siendo la tierra más densa, asumieron que debía de existir mucha más agua que tierra. Agua que permanecería inexplorada porque imaginaban que el sur era una tierra casi incandescente, pues a medida que descendían notaban más y más calor.

Colón

Cuando llegó Colón todo esto era la norma. No tuvo que convencer a nadie acerca de la esfericidad de la Tierra, a pesar de la imagen de profeta que se imprime en él, su verdadero reto fue conseguir dinero para una empresa que parecía imposible, no por motivos geométricos, sino tecnológicos. Los cálculos más realistas apuntaban a una distancia demasiado grande entre la costa de Europa y la de Asia. No parecía haber forma de que las mejores embarcaciones de su tiempo cruzaran tal desierto de agua. Se trataba, por lo tanto, de una misión extremadamente cara y un tanto suicida.

El truco empleado por Colón fue tomar cálculos incorrectos que infravaloraban la anchura del Atlántico. Con estos malos cálculos en mano pudo hacerse con el favor de los Reyes y pertrechar sus carabelas con víveres para un viaje mucho más corto de lo que realmente sería. Colón era consciente de que sus cifras podían quedarse cortas y, de hecho, ya llevaban tiempo pasando penurias cuando divisaron tierra. El detalle clave está al pensar que si sobrevivieron fue porque encontraron una tierra inesperada. Recordemos que, en su viaje, no contaba con América, esperaba navegar derecho hasta Asia. Si así hubiera sido, no habrían sobrevivido a la descomunal distancia que todavía tenían por delante, y menos en las condiciones en que ya estaban.

De repente es un poco más alarmante caer en la cuenta de que la idea de una tierra plana parece estar resurgiendo entre algunos sectores de la población. No están retrocediendo hasta la edad media, sino unos cuantos siglos más hasta hundirse en una Grecia donde la filosofía y la ciencia apenas habían nacido. Ahora hay quienes se plantean adentrarse mar adentro para desvelar el muro de hielo que nos separa del borde de la Tierra, un muro que recuerda a aquel río Océano que abrazaba el mapa de Hecateo. Tenemos medidas precisas, comprobaciones experimentales y predicciones que se cumplen. Hemos obtenido fotografías desde el espacio y reafirmado la esfericidad de la Tierra con cada detalle acumulado desde que los pitagóricos empezaron a dejar vagar su imaginación. Y, sin embargo, aquí estamos, dando pábulo a una minoría de personas que han decidido desoír tanto a la historia como a la ciencia. Bienvenidos al siglo XXI.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Durante este tiempo, hay que reconocer que los terraplanistas han ido perfeccionando su modelo del mundo para hacerlo compatible con las pruebas que la ciencia moderna ha arrojado. Por ejemplo, pueden explicar (no sin florituras) que sea posible circunnavegar el globo como hicieron Magallanes y Elcano entre 1519 y 1522. No obstante, estos añadidos son parches que no permiten predecir nuevos fenómenos, sino salvar los que ya conocíamos (y ni siquiera todos). Es lo que en filosofía de la ciencia se conoce como “hipótesis ad hoc” y, por lo tanto, sigue sin contar con el mismo valor que nuestro modelo de una tierra geoide (como una esfera achatada por los polos).

REFERENCIAS (MLA):

  • Garwood, Christine. Flat Earth. Thomas Dunne Books, 2008.
  • Gould, Stephen Jay. Rocks Of Ages. [International Society For Science And Religion], 2007.
  • Solís Santos, Carlos, and Manuel A Sellés García. Historia De La Ciencia. Espasa, 2007.
  • Weinberg, Steven, and Damià Alou. Explicar El Mundo. Taurus, 2016.
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